Capítulo 5: Falsas ilusiones

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Angie

Llevaba dos noches seguidas, despertándome gritando en mitad de la madrugada. Eran pesadillas, terribles sueños del fatídico día del incendio. Respiré hondamente tratando de calmarme. Estaba a salvo en la oscuridad de mi habitación, no habían llamas expandiéndose por toda la casa. Consumiéndolo todo.

Mamá y papá estaban muertos. Los fantasmas no podían levantarse de la tumba para atormentarme.

Me bajé de la cama y caminé descalza en dirección a la cocina. Mi casa, estaba parcialmente destruida por los embates del incendio provocado por mi madre.

Pronto, tendría el dinero suficiente para reparar la casa que había heredado de mis padres. Llevaba años ahorrando para eso. Podría arreglar las agrietadas paredes, pintar de vistosos colores y ordenar los muebles que había seleccionado para cada habitación.

Desgracidamente, debido a mi penosa situación económica, no había podido seguir estudiando en mis años de juventud. Había empezado a estudiar Contabilidad y Finanzas como un iluso sueño, para dejar la carrera en el primer año.

No tenía los medios para llevar mis estudios adelante. Había ganado independencia de mi tía Teresa, pero a un alto costo. Debía sobrevivir por mis propios medios.

Era por eso que estaba tan orgullosa de Claudia, por haber terminado satisfactoriamente sus estudios a pesar de todas las dificultades. Su madre había hecho hasta lo imposible para que ella no desistiera de sus sueños.

Ojalá yo hubiese tenido una madre como Sandra. Ojalá la mujer que me había traído al mundo, no hubiese muerto de una forma tan dolorosa y agonizante. Siempre pensé que mamá tendría la fortaleza, para sanar y volver a ser la de antes.

No tenía familia, a excepción de la hermana de mi padre, quien era una terrible persona con la que no mantenía ningún vínculo. Estaba sola en en el mundo. Completamente desamparada.

Luis Manuel había sido mi todo por años. Su familia me había acogido como a una hija. Era por ello, que dejarlo a pesar de sus evidentes desplantes, fue tan difícil. Teníamos la edad adecuada, para establecernos y formar una familia propia. A pesar de ser alguien aparentemente díscolo con la vida, mi sueño era casarme y tener dos hijos hermosos. Una niña y un niño.

Siempre había escuchado a mi madre decir, que el desamor de mi padre era lo que la había enfermado. Me suplicaba que no fuera como ella, que nunca me enamorara de un hombre.

Sin embargo, estaba tan desamparada que Luis Miguel fue para mí como el amanecer en las noches oscuras de La Habana. Confíe en que él sentía lo mismo. Confíe en que yo era tan importante como su amor para mí. Desgraciadamente, ese sentimiento era tan efímero como la vida misma.

En la pequeña sala de mi humilde hogar, colgaba en un sencillo cuadro la única foto que había sobrevivido al incendio. Se trataba de mis padres y yo celebrando mi cumpleaños número siete. Había sido el día más feliz de mi vida.

Acaricié con cariño el rostro de mis progenitores por encima del cristal. Esperaba que estuvieran en un lugar mejor. Esperaba que hubieran hecho las pases y que ambos, se amaran verdaderamente el resto de la eternidad.

Los primeros rayos del sol se colaron por las maltrechas ventanas de la casa. Debía llegar temprano al restaurante, para luego poder ir a casa de Claudia a comer. No perdí más tiempo en lamentaciones y fui a la cocina a desayunar para luego cepillar mis dientes y tomar una rápida ducha. Lista, salí a la calle rumbo a mi trabajo.

A pesar de la fecha que se conmemoraba, el sol brillaba en lo alto del cielo y prometía ser un día maravilloso. Comencé a trabajar animada, atendiendo desde temprano a clientes y organizando el menú del almuerzo.

Habanera (II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora