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Al otro lado del río, en el selecto West End, el carruaje que llevaba a sir Jeon Mingyu se detuvo ante una de las elegantes casas de Piccadilly. Había sido su residencia de soltero, aunque en la actualidad había dejado de serlo, pues ahora volvía a ella con su flamante esposa, lady Jieun.

Su hermano Jeon Jungkook, que se hospedaba con él mientras se encontraba en Londres, salió al vestíbulo al oírlo llegar tan tarde, justo a tiempo para verle cruzar el umbral con la recién casada en brazos. Puesto que aún no sabía que ella era ya su esposa, la amabilidad de sus palabras tenían su justificación.

—Tengo la impresión de que no debería estar aquí presenciando esto.

—Tenía la esperanza de que no lo hicieras —admitió Mingyu, cruzándose con él camino de la escalera con la femenina carga aún en brazos—. Pero lo has hecho, debes saber que me he casado con ella.

—¡Qué diablos dices!

—Es cierto. —La recién casada rio de un modo delicioso—. ¿O crees que cruzo los umbrales en brazos de cualquiera?

Mingyu se detuvo por un momento al reparar en la expresión incrédula de su hermano.

—Por Dios, Jungkook, toda la vida he esperado la ocasión de verte enmudecido y boquiabierto. Pero comprenderás perfectamente que no espere a que te recuperes, ¿verdad? Y desapareció de inmediato por la escalera.

Por fin Jungkook logró cerrar la boca. Luego la abrió otra vez para apurar de un trago el coñac que aún tenía en la mano. ¡Increíble! ¡Mingyu, atrapado! ¡El mujeriego más famoso de Londres! Bueno, el más famoso solo porque Jungkook había renunciado a tal distinción al abandonar Inglaterra hacía diez años. Pero Mingyu... ¿qué lo habría inducido a algo tan horrendo?

Claro que la dama era inefablemente hermosa, pero era impensable que Gyu pudiera poseerla de otra manera. En realidad, Jungkook sabía que su hermano ya la había seducido, justamente la noche anterior. Por tanto, ¿qué motivo podía tener para casarse con ella? La muchacha no tenía familia que lo obligara a hacerlo.

Así que nadie le había puesto una pistola en la sien ni lo había forzado en modo alguno a cometer semejante ridiculez. Además, Mingyu no era como Seok Jin, el vizconde, que sucumbía a la presión de los mayores. Este se había visto obligado a casarse con el sobrino de los Jeon, Yoongi o Gigi, como lo llamaba el resto de la familia. El mismo Mingyu lo había presionado, ¡Por Dios, Jungkook aún lamentaba no haber estado presente para añadir algunas amenazas por cuenta propia!; pero en aquel momento la familia ignoraba que había regresado a Inglaterra, y que había intentado tender una emboscada a ese mismo vizconde con la intención de propinarle la soberana paliza que en su opinión merecía por muy diferentes motivos. En realidad lo había hecho, haciendo que el joven granuja estuviera a punto de faltar a su boda con Gigi, el preferido de los sobrinos.

Meneando la cabeza, volvió a la sala y a la botella de coñac; quizá un par de copas más le dieran la respuesta. El amor quedaba descartado; si Mingyu no había sucumbido a esa emoción en los diecisiete años que llevaba dedicado a seducir al bello sexo, ya tenía que ser tan inmune a este como el mismo Jungkook. También se podía descartar la necesidad de tener un heredero, puesto que los títulos de su familia ya estaban asegurados. Hoseok, el hermano mayor, tenía un hijo único: Soobin, ya adulto y emulando a sus tíos más jóvenes. Y Hyuk, el segundo de los Jeon, tenía cinco hijos, todos casados excepto Jimin, el menor. Incluso él tenía un hijo, Anton; aunque era ilegítimo y Jungkook había descubierto su existencia hacía solo seis años. Hasta entonces no había sabido que era padre de un muchacho, nacido y criado por su omega en una taberna, donde había seguido trabajando al morir ella. Anton tenía ya quince años; hacía todo lo posible por ser tan calavera como su padre, cosa que conseguía de forma admirable. Así pues, Mingyu, el cuarto hermano varón, no tenía ninguna necesidad de perpetuar el linaje. Los tres Jeon mayores se habían encargado de ello.

Jungkook se tumbó en un sofá, con la botella de coñac. Como medía casi un metro ochenta, apenas había espacio para su corpachón. Pensó en los recién casados y en lo que estarían haciendo en el piso de arriba. Sus labios sensuales y bien formados se curvaron en una sonrisa. No acertaba a comprender por qué había hecho su hermano algo tan espantoso como casarse, error que él no cometería jamás. Pero era preciso admitir que si Mingyu había dado un paso como este lo había hecho con una mujer de primera como Lee Jieun. No, no, ahora ya se llamaba Jeon Jieun... Pero seguía siendo una pieza de primera.

El mismo Jungkook había pensado en cortejarla, pese a que Mingyu la reclamaba para sí. Lo cierto era que en la pícara juventud de ambos, allí en la ciudad, los dos solían perseguir al mismo o misma omega simplemente por divertirse. En general, el ganador era el primero en el que la dama en cuestión posara los ojos, ya que Mingyu era un apuesto demonio ante quien las mujeres apenas podían resistirse, y lo mismo podía decirse de Jungkook.

Sin embargo, no había dos hermanos de aspecto más diferente. Mingyu era más alto y musculoso. Había heredado el tipo moreno de su abuela: pelo negro y ojos azules cobalto, como Yoongi, Jimin y, extrañamente, como Anton, el hijo del propio Jungkook, que se parecía más a su tío que a su padre. Jungkook, en cambio, tenía los rasgos más comunes entre los Jeon: pelo castaño, ojos de un tono verdoso y cuerpo robusto. Fuerte, castaño y apuesto, como solía decir Yoongi.

 Jungkook rio entre dientes al pensar en la querida muchacha. Jiwoo, la única mujer entre los hermanos, murió cuando su hijo tenía solo dos años, por lo que él y sus hermanos habían tomado parte en la educación de Yoongi. Para todos ellos era como un hijo. Pero ahora estaba casada con ese simple de Seok Jin, y por propia voluntad.

¿Qué podía hacer él, salvo tolerar a ese fulano? A fin de cuentas, Kim Seok Jin estaba demostrando ser un marido ejemplar.

Marido, marido. A Anthony le faltaba un tornillo, obviamente. Al menos Jin tenía una excusa, porque adoraba a Yoongi. Pero Mingyu adoraba a todos los omegas. En eso ambos hermanos se parecían. Y aunque Jungkook hubiera cumplido ya los treinta y dos, no había omega en la tierra que pudiera inducirlo al matrimonio. Amarlos, amarlas y abandonarlos o abandonarlas: era el único modo de entenderse con omegas. Ese credo le había sido útil durante todos esos años y estaba decidido a ceñirse a él en los venideros.

Amable y tirano - KookTaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora