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—¿Dónde se le necesita? —exclamó Taehyung, incorporándose en la enorme cama. Luego entornó los ojos con suspicacia para mirar al capitán, que descansaba lánguidamente en la silla que él había desocupado. Por lo tanto, estaba completamente frente a él y observándolo—. ¿Para qué puede necesitarme en medio de la noche?

—Tengo el sueño ligero, ¿sabes? Los ruidos del barco suelen despertarme.

—¿Y qué tiene eso que ver conmigo?

—Bueno, Tae —adujo él, con el tono que se usa para hablar pacientemente con un niño—, podría necesitar algo. —El joven ya iba a replicar que podía cuidarse solo perfectamente, pero el capitán agregó—: Después de todo, es tu deber.

Puesto que nadie le había detallado claramente sus obligaciones, Taehyung no tenía ningún derecho a negarse. Pero ¿era obligatorio quedarse sin dormir cuando él se desvelaba? Ahora sí que se arrepentía de haber conseguido aquel empleo. Equivalía a servir a un autocrático muro de ladrillos. Decidió no discutir el tema por el momento, pero necesitaba algunas aclaraciones.

—¿Se refiere usted a traerle algo de comer de la cocina?

—Sí, eso mismo. Pero a veces solo necesito que una voz apaciguadora me ayude a dormir. Sabes leer, ¿no?

—Por supuesto —replicó él, indignado.

Advirtió demasiado tarde que habría podido librarse al menos de una tarea si hubiera respondido negativamente. Eso, en el supuesto caso de que continuara a bordo; en esos momentos deseaba con fervor abandonar el barco. Se imaginó leyéndole en medio de la noche: él, acostado en la cama; Taehyung, sentada en una silla, quizá hasta en el borde del colchón si él se quejaba de que no la oía bien. Habría solo una lámpara encendida; pero al menos, él estaría soñoliento, con las facciones suavizadas por la penumbra, escondiéndole ese aspecto intimidante... Pero ¡diablos!: tenía que buscar a Sung cuanto antes.

Sacó las piernas por el costado de la cama, e inmediatamente oyó una áspera orden:

—¡Acuéstate, Tae!

El capitán se había incorporado en la silla y la miraba con el ceño fruncido; a juzgar por su expresión, si él se levantaba él haría lo mismo y además le cerraría el paso hacia la puerta. Y Taehyung no tenía suficiente coraje para poner a prueba voluntad tan formidable.

«Por amor de Dios, esto es ridículo», se dijo. Pero permaneció tendido mirándolo, casi echando chispas por los ojos. Por un momento apretó los dientes, lleno de frustración. Luego insistió:



—Esto no es necesario, capitán. Ya me encuentro mucho mejor.

—Seré yo quien decida cuándo estás mejor, muchacho —repuso con arbitrariedad, volviendo a reclinarse en el sillón—. Todavía estás tan pálido como ese edredón. Te vas a quedar ahí hasta que yo te autorice a levantarte.

La furia iba enrojeciendo las mejillas de Taehyung, aunque él no se daba cuenta. No podía soportar verlo allí sentado, como un aristócrata de vida regalada. Seguro que era un aristócrata, y lo más probable era que no hubiera movido un dedo en toda su vida. Si él se encontraba prisionero en ese barco durante varias semanas, aguantando sus innecesarias atenciones, acabaría con los nervios destrozados y detestando cada momento de servicio. La sola idea le resultaba insoportable. Pero no había modo de salir de ese camarote, como no fuera desafiando abiertamente su autoridad. Y estaba tan imposibilitada para enfrentarse a él como un muchacho de doce años.

Aceptada esa conclusión, Taehyung, inquieto por su incógnita sobre dónde debería pasar la noche, sacó el tema a colación.

—Yo creía, capitán, que todos los camarotes disponibles estaban ocupados.

Amable y tirano - KookTaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora