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Ni despedidas, ni buenos deseos, ni siquiera un «¡vete al diablo!». Taehyung se limitó a girar en redondo para salir de la casita blanca de Hendon, dejando atrás sus esperanzas y sus sueños juveniles. Oyó que Sung decía algo; probablemente estaba disculpándola ante Meg por su falta de cortesía. Un momento después se encontraba detrás de él ayudándolo a montar en el rocín alquilado.

Sung no dijo una palabra, al menos hasta que dejaron atrás la aldea. Taehyung intentó cabalgar con más rapidez, carcomido por la necesidad de alejarse cuanto antes; pero el viejo animal no la pudo complacer. Durante el trayecto Sung tuvo tiempo de sobra para estudiarlo y adivinar los sentimientos que, a pesar de su sosegado aspecto exterior, pugnaban en el interior del joven. Y algo era innegable: Sung tenía el fastidioso hábito de ser franco cuando uno menos lo deseaba.

—¿Por qué no lloras, niño?

Él decidió no prestarle atención, sabiendo que entonces no lo presionaría. Pero lo que bullía en lo más profundo de su ser tenía que explotar.

—En este momento estoy demasiado furioso. Ese condenado sinvergüenza debió de casarse con esa mujer la primera vez que llegó a puerto, mucho antes de que acabara la guerra. No me extraña que se pasara a los británicos. ¡Le convirtieron por medio del matrimonio!

—Sí, es posible. También puede que se divirtiera un poco y no se dejara atrapar hasta la segunda llegada a puerto.

—¿Qué importa el cuándo ni el porqué? Lo cierto es que, mientras yo me quedaba en casa añorándole, él se había casado, y estaba haciendo niños y pasándoselo de maravilla.

Sung suspiró con paciencia.

—Es cierto que has perdido el tiempo, pero nunca te he visto llorando por él. Taehyung lloriqueó ante esa falta de comprensión.

—Lo amaba, Sung.

—Amabas la idea de tenerlo para ti porque era un chico muy guapo. Fue un capricho de niño que deberías haber superado al crecer. Si no hubieras sido tan fiel y tan terco, habrías renunciado a ese sueño tonto hace mucho.

—Eso no es...

—Déjame terminar sin interrumpirme. Si lo amaras de verdad, ahora estarías llorando y el enfado te vendría después, no a la inversa.

—Estoy llorando por dentro —protestó él, tieso—, lo que pasa es que no lo ves.

—Bueno, te agradezco que me ahorres la escena, ¿sabes? Nunca he podido soportar las lágrimas de los omegas.

—Los alfas son todos iguales, tan sensibles como... ¡como un muro de ladrillos!

—Si es compasión lo que buscas, no seré yo quien te la ofrezca, niño. Recuerda que te aconsejé olvidarte de ese hombre hace más de cuatro años. También te dije que lamentarías este viaje, y no precisamente por la reacción de tus hermanos contra ti cuando lo sepan. Dime, ¿qué has conseguido esta vez con tu terquedad?

Amable y tirano - KookTaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora