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Nada más entrar en el cubículo, los oídos de Chiara comenzaron a sufrir las consecuencias de haber estado un par de horas con aquella música a todo volumen, le pitaban los oídos de manera violenta.
Suspiró posando sus dos manos sobre el lavabo y trato de calmar su mareo, todo daba vueltas en aquel baño y las chicas de alrededor no se lo estaban poniendo fácil.

Pensó que quizá había sido una mala idea salir aquella noche, había perdido de vista a sus amigos desde hacía ya mas de una hora, y se había pasado ese tiempo abrazada a la barra consumiendo chupito tras chupito.

Cerró los ojos con fuerza escondiendo su rostro entre sus brazos inclinándose sobre el lavabo, suspiró y comenzó a visualizar de nuevo la entrada al local.
Había podido captar el simple destello de aquella chica que le robaba la razón, había creido verlo más bien.
No se pudo fiar de sus propios sentidos, pues había ocurrido de manera repentina en la entrada del bar, y Chiara era experta ya en imaginarse ver a la chica desde que tomaron distancia.

Creyó haberla visto en mitad del centro paseando, creyó haberla visto en un centro comercial, y hasta creyó haberla visto en su viaje a Italia, por muy imposible que fuese.
Es por eso que la morena asumió que había sido uno más de sus delirios, sobre todo impulsado por el alcohol, la marihuana consumida y por aquel sentimiento de echarla de menos tanto.

Revisó el mensaje que le había enviado horas antes al querer verla, pero no había recibido ninguna respuesta como era lógico.

Su mente había creado un juego perverso en el que la hacía pensar en la chica todo el rato, a cada instante. Y no podía frenarse a si misma de ninguna forma.
Chiara se miró al espejo y sintió cierta autocompasión. Sus pupilas estaban muy dilatadas producto de la hierba que había estado fumando horas antes, sus ojos algo rojos por el mismo motivo y notaba que todo iba lento, y a la vez muy rápido.

Pensó en que quizá era hora de irse a casa, dejar de delirar y frenar aquella nefasta noche. Pero la chica que motivaba aquella catástrofe aún no había respondido, aún no le había hecho caso y no estaba dispuesta a pasar otra noche sin ella, no podría soportarlo.
Envío otro mensaje que tardó en escribir más de diez minutos intentando colocar las letras correctamente que se movían por toda la pantalla de manera ilógica.

Chiara respetó siempre el espacio de Violeta, respetó su relación y decidió quedarse relagada a un segundo plano.
Aceptó quedarse con la etiqueta de amiga, si eso es lo que la chica necesitaba, y todo lo que podría ofrecerle, una amistad.
Al menos hasta que aquella extraña amistad comenzó a pesarle.
Se comportaban de manera muy cercana como para ser simples amigas, y cada vez que la pelirroja se lo negaba, Chiara sentía que se le echaba el mundo encima.

La morena intentó sostener aquella situación todo lo que sus muñecas aguantaron, cuando enfrentó a Violeta, ella le dijo que no dejaría a su pareja, y juró que la amaba. Así que Chiara soltó aquello con todo el dolor de su corazón, renunció a cambiar la opinión de Violeta.
Renunció por el día, porque por las noches, al menos aquellas en las que menor se sobrepasaba, volvía a tener aquella necesidad imperiosa de verla, volvía a renacer una esperanza de poder convencerla, de hacerla ver que ella era la indicada.

Aquella noche estaba dispuesta a hacerle cambiar de opinión, a luchar por algo que creyó haber perdido hacia mucho tiempo.
Salió del local a duras penas, pensando en encontrarse con alguno de sus amigos por el camino, pero ni rastro de Ruslana y tampoco había rastro de los chicos.

El aire le vino sorprendentemente bien para poder respirar mejor, las luces de las farolas la deslumbraban y tuvo que sentarse en el primer banco que encontró.
Pasó las manos por su rostro intentado despertar y dejar de sentir el efecto de la droga, sentía que había pasado horas en aquel baño y probablemente solo hubiesen sido quince minutos.

Confía - One Shots KiviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora