Capítulo I

215 29 130
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

En medio de las montañas, el frescor de una eterna primavera y neblina, mucha neblina; se encuentra el pueblo del Junquito

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

En medio de las montañas, el frescor de una eterna primavera y neblina, mucha neblina; se encuentra el pueblo del Junquito. Un lugar mágico y rebosante de paisajes únicos. En mi memoria, guardaba hermosos recuerdos de mi infancia en la hacienda de mi abuelo paterno.

Esta llevaba por nombre "El Junco", debido a la inmensa cantidad de dichas plantas que había en el terreno de la propiedad. La vieja finca se ubicaba en el sector la Niebla, a tan solo quince minutos en coche del Junquito y era el lugar perfecto para vivir en paz con la naturaleza.

Siempre soñé con volver a visitar aquel hermoso lugar, que sin duda alguna conseguía trasladar a cualquiera a tiempos más remotos y tranquilos. Por supuesto, creía que el pueblo permanecería inalterable a pesar de los años, congelado en el tiempo, listo para recibir turistas y personas como yo, quienes pedían a gritos escapar del caos de la civilización; pero me equivoqué.

Después de más de ocho horas de viaje, varios autobuses, incontables baches en el camino y un sin fin de curvas peligrosas; el Junquito renovado me recibió. Los habitantes, que una vez fueron humildes campesinos, sustituyeron sus simples vestimentas por ropa moderna. Los galantes caballos y mulas, que una vez fueron los principales medios de transporte, eran reemplazados por motos y coches.

Edificios de dos y hasta tres plantas, se alzaban alrededor del casco central de mi amado Junquito, destrozando mis recuerdos de las humildes casonas que allí había en tiempos de antaño; esas que le daban aquel aspecto colonial que tanto había extrañado. No obstante, me esforcé por ver con buena cara tantos cambios; después de todo, los años pasan y es inevitable no avanzar con ellos.

Al bajarme del autobús, inhalé profundo y me dispuse a buscar mi siguiente medio de transporte para por fin poder llegar a mi destino. En la esquina de la calle donde se encontraba la pequeña terminal de autobuses, divisé a un hombre mayor, pero no lo suficiente como para ser considerado un anciano.

Su nariz partida e inconfundible, me hizo reconocerlo de inmediato, aunque agradecí que en sus manos mantuviera en alto un cartel con el nombre de «Camila Castillo» escrito.

Contrario al Junquito, Francisco Chirinos había logrado mantener su esencia con el pasar de los años. El único cambio que presentaba, aparentemente, eran las marcadas arrugas cargadas de experiencia. Me acerqué a él de pronto muy tímida y nerviosa, al ser el capataz de la hacienda familiar, desde hace mucho antes de que yo naciera, su descontento sobre mis decisiones era evidente.

El ánima del Junquito | ONC2024 | #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora