Camila Castillo fue el diablo que llevó a la ruina a mi familia. De día una niña amable, atenta y servicial, pero de noche un demonio sediento de sangre; siempre supe que sería un problema para mi muchachito, desde el primer día que él me preguntó por ella.
—¡Te preocupas demasiado, Toña! —me recriminó Francisco, muchas veces para contarlas.
Pero una madre siempre sabe, siempre presiente y esa vez no fue la excepción.
La misma noche que capturaron a Camila, también me arrebataron a mi Simón. Hasta el sol de hoy, su paradero o bienestar nos son inciertos. No importa cuantos abogados busquemos, ninguno puede hacer nada y los que sí podrían ayudarnos, no quieren interferir en asuntos del gobierno.
Dicen que el régimen no pudo descargar su ira en Camila, ya que como sufre de una enfermedad mental, legalmente «es inocente», además de que España solicitó su extradición para que cumpla su condena en un hospital psiquiátrico por esos lares y no les quedó de otra que entregarla a ellos para evitar más conflictos.
Así que la ira del régimen fue redirigida a mi pobre muchachito.
Por supuesto, el gobierno nos arrebató la hacienda no mucho después del arresto. Muy a nuestro pesar, nos vimos obligados a dejar a don Evaristo en un asilo, al menos mientras que Francisco y yo conseguíamos un hogar estable, cosa que hasta los momentos ha sido imposible con nuestra situación económica.
No pasó ni un solo día en que no visitara al pobre viejo, quien murió de tristeza hace años. En sus últimos momentos, lo poco que hablaba era para rememorar a su adorada doña Pepita, incluso en un rato de lucidez llegó a confesarme lo que mantenía encerrado en el desván con tanto cuidado.
—Ella escribía, Toñita —dijo una semana antes de morir—. Mi Pepita escribía hermosos poemas, durante sus días soleados; pero en sus días grises, se afanaba en destruir sus escritos.
—¿Por eso los escondía?
—Así es, solo escondidos en el desván es que podía protegerlos y ahora, ya eso no sirve de nada, los he perdido —sollozó—. Perdí todo lo que me importaba.
Años más tarde, todavía recuerdo esa conversación con sumo dolor en mi corazón. Don Evaristo no merecía terminar de esa forma, mi Simoncito, no merecía pagar por los crímenes de otra persona.
La vida está llena de pesares e injusticias, y depende de nosotros ponernos de pie para enfrentarla un día más. No he dejado de buscar a mi niño, y nunca dejaré de hacerlo, seguiré luchando y pidiendo ayuda hasta conseguir respuestas. Mientras mi cuerpo no esté bajo tierra, el gobierno jamás conseguirá paz.
A/N: Es oficial, hemos llegado al final de este viaje.
De nuevo, muchas gracias por haberme acompañado.
¡Nos leemos!
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El ánima del Junquito | ONC2024 | #PGP2024
Misterio / SuspensoCamila se encuentra en el punto más decadente de su vida. Al terminar su matrimonio, atravesar la muerte de sus padres y caer en la bancarrota, su única esperanza recae en vender la hacienda familiar, el hogar del último pariente que le queda con vi...