Capítulo IX

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He escuchado que cuando eres feliz, el tiempo pasa más rápido; las horas se convierten en minutos y los minutos, en efímeros segundos

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He escuchado que cuando eres feliz, el tiempo pasa más rápido; las horas se convierten en minutos y los minutos, en efímeros segundos. Poco después de mi visita al catastro municipal, pude confirmarlo.

Si bien, todas mis preocupaciones y miedos se avecinaban en el horizonte como un temible nubarrón, Simón se había dado la tarea de alejarlo con un lindo arcoíris.

Todos mis momentos de ocio que definitivamente usaría para pensar en lo malo, Simón los llenó de distracción. Me llevó al pueblo, recorrimos las tierras que rodeaban la hacienda, me enseñó a reparar las posibles fallas de la vieja camioneta de mi abuelo y, recientemente, se había empeñado en enseñarme a conducir la moto.

—Necesitas aprender en caso de una emergencia. La camioneta te puede abandonar en cualquier momento, pero mi moto jamás te fallará —dijo ese martes en la mañana, cuando propuso darme clases de manejo.

Sinceramente, no veía la necesidad de aprender a manejar la dichosa moto. El destino de la hacienda era incierto, y lo más probable era que cuando la vendiera o el gobierno me la quitara, tomáramos caminos separados; de nada me servirían las clases. Además, mientras viviéramos juntos, tanto su padre como él mismo podían llevarme al pueblo, ya sea en la moto o en la camioneta.

Sin embargo, no podía negarme a las lecciones; pasar el tiempo con Simón, en vez de dejarme llevar por la oscuridad, definitivamente valía la pena.

—¡Simón Antonio! ¡Vas a matar a esa muchacha! ¡Deja de inventar! —gritó Antonia desde el porche de la casa.

Su hijo hizo caso omiso a sus reclamos, respondiéndole con un apático Bah y un movimiento de manos. Al subirme en la moto, la adrenalina circulaba por mis venas, burbujeante como una botella de champán recién destapada. Simón colocó su mano sobre mi mano derecha, que se aferraba con fuerza al manubrio.

—Este es el freno delantero —señaló—. Cuando vayas a usarlo no lo retuerzas, solo aprieta la manilla. Si lo retuerces, acelerarás en vez de frenar.

Se acuclilló a mi lado y su mano rozó delicadamente mi pantorrilla, hasta llegar a mi tobillo.

—Y este, es el freno trasero. Al frenar usa ambos, como una bici —explicó—. Del otro lado tienes los cambios y en tu mano izquierda el embrague. —Simón sacó una palanca de la moto y se incorporó—. El embrague solo lo necesitarás para arrancarla, para los cambios no.

El ánima del Junquito | ONC2024 | #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora