Capítulo V

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Según estudios lo más que puede durar un ser humano sin dormir son setenta y dos horas; a partir de allí, todo el cuerpo empieza a fallar

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Según estudios lo más que puede durar un ser humano sin dormir son setenta y dos horas; a partir de allí, todo el cuerpo empieza a fallar. Estaba segura de no haber podido dormir mucho más tiempo que eso. Con la visita del comisionado, mi problema de insomnio se incrementó, convirtiéndose en mi peor enemigo; cada puesta de sol anunciaba una nueva batalla contra mis demonios y preocupaciones.

Sabía que, en algún punto de la noche mi cuerpo sucumbía al cansancio y eventualmente dormía, pero era allí donde las pesadillas se encargaban de reemplazar mi vigilia.

Esas ocasiones en las que no perdía las horas viendo al techo desgastado, mis sueños me llevaban a divagar por la hacienda, y, si tenía muy mala suerte, terminaba en las calles del Junquito; donde mis preocupaciones, tomaban formas monstruosas y me perseguían en la oscuridad, en medio de la típica niebla que solía engullir el pueblo al salir la luna.

Cada mañana mi cuerpo dolía; tanto por la falta de descanso, como por las luchas que libraba noche tras noche al conciliar el sueño. No me sorprendió la aparición de moretones y algunos rasguños, decorando mi pálida piel; fueron varias las ocasiones que desperté, sujetándome a mí misma con fuerza.

Oficialmente, había llegado al punto donde no sabía qué era peor: dormir o no hacerlo.

—Buen día, Camilita.

La voz de Antonia me tomó por sorpresa esa mañana, inevitablemente mi cuerpo de por sí ya sobre estimulado, dio un brinco al escucharla. Me había levantado temprano y quise escaparme por un rato de su alegría matutina; así que, en vez de ir a la cocina como normalmente haría, salí al porche envuelta de una gruesa cobija, con la esperanza serenarme un poco antes de enfrentarme a ella; sin embargo, allí estaba la mujer: rozagante, muy despierta y, alimentando a mi abuelo con una sonrisa.

—¿Dormiste bien, mija? Anoche escuché mucho ajetreo en el estudio, ¿tenías pesadillas?

Me cubrí un poco más con la cobija, ocultando mis brazos desnudos y maltratados, evidencias de mis noches turbulentas.

—Buenos días, Antonia, abuelo —saludé en un susurró—. Sí, algo así. Tengo problemas para dormir.

Me acerqué a mi abuelo y le di un beso en la frente, pero como de costumbre no se inmutó; toda su atención estaba en el plato de avena que Antonia tenía en las manos.

El ánima del Junquito | ONC2024 | #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora