Capítulo XVIII

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La llave de cobre quemaba en mi bolsillo

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La llave de cobre quemaba en mi bolsillo. Desde que tengo memoria, fui una persona bastante ansiosa y esperar un día entero para poder subir al desván casi me provoca un ataque de nervios.

Como todos los miércoles, Simón y Antonia bajaron al pueblo para comprar los víveres de la semana; y eso, era justo lo que estaba esperando para poner en marcha la segunda fase de mi misión.

Dejé a mi abuelo en la sala, con el televisor encendido en su canal favorito, me cercioré de que estuviera bien abrigado y que nada le faltara, por suerte, ese día era uno de los que estaba más ensimismado en su interior.

Subí con lentitud la escalera rechinante hasta el segundo piso, era un día nublado, anunciante de una posible tormenta en el horizonte, no pude evitar pensar que quizás la naturaleza me estaba advirtiendo mi destino.

Las sombras danzaban en la segunda planta a pesar de que eran las diez de la mañana, la oscuridad de las nubes creaba la ilusión de estar anocheciendo. No me confié en la luz de las velas, sentía que el cálido y tenue resplandor que emanaban solo conseguía despertar a los más tétricos demonios. Esta vez el flash de mi celular iluminaba mi camino, aunque guardé como respaldo en mi bolsillo una de esas infernales velas junto a una caja de cerillos.

Mi mano sacó la ardiente llave de su escondite y antes de insertarla en la cerradura, un breve temblor me sacudió; la reminiscencia de mi segunda incursión al lugar, me atravesó el alma, tuve que cerrar los ojos con fuerza y menear la cabeza para separar la realidad de mis recuerdos psicóticos.

No era hora de dejarse llevar por los nervios, tenía la llave en mi mano y esa vez, las cosas no saldrían de la misma manera. «Esta vez, nada ni nadie podrá detenerme. Encontraré la verdad tras esa maldita puerta», me repetí, cargándome de valor para continuar.

La llave calzó como anillo al dedo y los engranajes se movieron con tanta agilidad como si estuvieran recién engrasados; sin embargo, la puerta estaba mucho más pesada de lo que recordaba, quizás, la predisposición de mi ser ante lo que allí arriba había disminuía mis fuerzas.

Con el celular en la mano, subí las escaleras que me llevarían a mi destino final. la oscuridad y el silencio, era más perturbador de lo que recordaba. El penumbroso lugar que difícilmente tenía una o dos ventanas diminutas con vidrios curtidos por el polvo y los años, me recibió con un tétrico y frío abrazo. Solo fue gracias a la potente luz del flash y a la tenue iluminación del día nublado que pude ser capaz de detallar mejor lo que me rodeaba.

El ánima del Junquito | ONC2024 | #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora