El lunes en la mañana me desperté decidida a tomar las riendas de mi vida. La visita del Gringo había cambiado los planes y ya era hora de resolver la situación, mis acreedores no tardarían en aparecer y el tiempo se me estaba acabando. Además, el breve respiro que me había dado la muerte del comisionado no duraría para siempre.
Simón y yo estábamos preparados para bajar a Caracas a visitar agencias inmobiliarias y poner en marcha la venta. Decidimos al menos avanzar en eso, mientras se arreglaban los papeles de la propiedad.
Justo estábamos subiendo a la moto, cuando el sonido de un coche acercándose por el camino de tierra alteró nuestros planes. A lo lejos, un jeep negro se divisaba en la carretera, Simón y yo intercambiamos miradas al leer el vinilo que decoraba el vidrio delantero del coche.
—¿Se habrán perdido? —inquirió Simón. No sabía si era mi imaginación, pero percibí cierto tono nervioso en su voz.
Era la primera vez en mi vida que veía una patrulla del CICPC por los alrededores. Por algún motivo, un mal presentimiento revolvió mis entrañas. Me sentía nerviosa sin ninguna razón en específica, era como cuando vas a tomar un vuelo y, aunque sabes que no tienes sustancias ilícitas en tu equipaje, aún te da miedo que los empleados encuentren algo en las requisas de rutina.
La patrulla no tardó en llegar a nosotros y estacionar justo al lado de la moto. Del vehículo emergieron tres hombres tan diferentes como el agua y el aceite. El mayor, era regordete y un poco más bajo que yo; vestía un traje viejo, pero impoluto y, a pesar de que el Jeep parecía tener aire acondicionado, su tez estaba colorada y sudaba a chorros.
El segundo hombre aparentaba tener al menos unos diez años menos que el primero. Su piel era tostada al igual que la de Simón y definitivamente se notaba que hacía ejercicio algunas veces a la semana; vestía el típico uniforme negro del CICPC y cargaba su arma a la vista, colgando de su cinturón. Su mirada era afilada, decidida y cargada de confianza, aunque bajo aquellos ojos negros reposaban dos enormes ojeras.
El tercero no tenía tantas canas como sus compañeros, era el más joven, supuse; también, el más agraciado. Vestía el mismo uniforme del CICPC y tanto él como el segundo hombre, enseguida me observaron de pies a cabeza con suma intensidad.
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El ánima del Junquito | ONC2024 | #PGP2024
Misterio / SuspensoCamila se encuentra en el punto más decadente de su vida. Al terminar su matrimonio, atravesar la muerte de sus padres y caer en la bancarrota, su única esperanza recae en vender la hacienda familiar, el hogar del último pariente que le queda con vi...