Capítulo XV

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Al caer la noche, Simón cumplió con su palabra y me llevó en la moto a Caracas a pesar de la renuencia de sus padres ante los peligros del viaje a esas horas; aunque razón no les faltaba, la carretera a la ciudad constaba de innumerables curvas pe...

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Al caer la noche, Simón cumplió con su palabra y me llevó en la moto a Caracas a pesar de la renuencia de sus padres ante los peligros del viaje a esas horas; aunque razón no les faltaba, la carretera a la ciudad constaba de innumerables curvas peligrosas, precipicios y vías angostas con poca iluminación. No obstante, Simón conocía a la perfección el camino.

Hace años que no tenía una cita, pero la última que recordaba había estado llena de lujos y dinero mal gastado. Simón era todo lo contrario a lo que mi exesposo había sido. En vez de llevarme a un restaurante elegante, comimos comida rápida en un puesto callejero rodeados de los típicos aromas citadinos. Según él, los olores y las mesas plásticas a la orilla de la carretera eran lo que le daban ese único y delicioso sabor a la comida.

Al principio no le creí y me dio un poco de paranoia comer en ese lugar, pero al dar el primer mordisco a mi hamburguesa, supe que tenía razón.

Luego, me llevó a una discoteca que estaba abarrotada de gente. Odiaba la música alta, sobre todo el reggaetón y el trap; nunca fui buena bailando, mucho menos salsa y merengue. Mi madre decía que era una decepción para mi país, una venezolana que no sabe bailar no es venezolana.

Siempre fui más de leer y escuchar música ligera; esa instrumental que colocan al fondo de las oficinas como para que el silencio no se volviera ensordecedor. Disfrutaba ir al cine o a un tranquilo parque; pero, allí estaba: en un antro, atosigada por el escándalo que osaban llamar música y en medio de un montón de cuerpos sudorosos, perdidos en su danza salvaje.

No le conté a Simón sobre mis preferencias en ningun momento. La verdad era que ya me sentía suficiente avergonzada con él por haberlo acusado de un asesinato y contarle mi teoría conspiratoria, no necesitaba seguir quedando en ridículo.

A pesar de mis tristes aptitudes para el baile, a Simón parecían gustarle mis movimientos y en ningún momento se quejó de cuantas veces pisé la punta de sus pies. Esa noche conocí otra faceta de él, una incansable, amante la música que yo tanto odiaba y, definitivamente, un alma fiestera. Simón era un ser espontáneo, extrovertido, alegre y no necesitaba estar bajo los efectos del alcohol para poder disfrutar de un evento social.

El ánima del Junquito | ONC2024 | #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora