Tu nuevo tú.

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En el agua podía reflejarse el brillo de la luna, al igual que su propio rostro, de cierta forma, a pesar de sentir cierta presión en su corazón, sentía una tranquilidad inmensa en el panorama.

- Satoru, a pesar de tener unos ojos tan bellos y profundos como los tuyos, te fue imposible notar un paso agigantado que traté de dar hacia ti.

Satoru lo observó confuso, indicándole con la expresión en su rostro que continuara.

- Sé que no pude luchar con las verdades y las mentiras que disputaban en mi subconsciente, era realmente confuso, y aunque dijese estar todo en orden, de alguna forma u otra quería permanecer cerca de ti, en tu mismo mundo, bajo el mismo cielo. Inscribir a mis hijas en el mismo instituto en el que impartías clases era una excusa un poco absurda para poder estar bajo el mismo techo que tú, con oportunidades grandes o nulas de interacción, pero en ese momento, te marchaste, nuevamente.

De nuevo, la voz de Satoru comenzaba a cortarse, dificultándole gesticular y poner en palabras todo aquello que pasaba por su mente en aquel momento.

- Suguru, ¿Tú...? - fue lo único que pudo decir. A su alrededor todo comenzaba a sentirse completamente irreal, como si el aire dejase de transitar, las personas caminaran con lentitud, y el sonido se convirtiera en eco.

Únicamente frente a él permanecía aquel hombre del que se enamoró en su juventud, con aquel pacifico semblante, dicho largo cabello azabache y aquellos ojos rasgados color marrón.

- A decir verdad, jamás me interesó ser admirado por otros ojos, inconscientemente siempre buscaba los tuyos, a pesar de querer intentar rehacer mi vida con alguien más.

Finalmente, su cuerpo reaccionó por sí sólo ante el llamado de su alma. De inmediato se puso de pie, como si el tiempo por corresponder a sus deseos se fuese a terminar, Getō por su parte seguía de espaldas al chico, quería evitar voltear a verlo y perderse en las profundidades de aquellos azulados ojos.

- Soy patético, ¿No lo crees? - rió entre dientes, antes de que Satoru se aproximara un tanto al chico, detrás de él, tan sólo unos cuantos centímetros.

- Me prometí a mí mismo velar por tu felicidad antes que la mía propia, pero los deseos de mi alma imploraban tu cercanía, siempre fue así.

No recordaba la sensación que provocaba la cercanía de su presencia, sin embargo, ya no quería ocultarlo más, las constantes pláticas nocturnas que tenía con su mejor amiga sobre la madurez que había desarrollado Gojō a lo largo de los años y aquellos sentimientos de afecto que permanecían, alimentaban día con día sus ganas de saber de su vida, de contemplar con sus propios ojos aquel progreso, aunque de cierta manera, el hecho de pensar el volver a interactuar con él y echar a perder dicho progreso le generaba cierta inseguridad.

A la mierda, los deseos de su alma pedían a gritos expresarse abiertamente con el contrario, pero, no fue cuestión de segundos cuando Satoru robó aquellas palabras de su boca.

- Soy quien soy por ti, Suguru.

Había colocado una de sus manos sobre su hombro, obligándole a girarse, apreciando aquel tenue sonrojo sobre sus mejillas, al igual que dicho semblante de completa sorpresa.

Satoru tomó ambas manos del chico, que para su sorpresa, éste no rechazó dicho agarre, únicamente se disponía a mirarlo, directamente a los ojos, dentro de aquellas brillantes pupilas podía divisarse la añoranza al amor ajeno, muecas en su rostro reflejaban total predilección.

- Si el universo me permitiese permanecer a tu lado por el resto de mi eternidad, aceptaría gustoso en esta y otras vidas.

¿Cómo era que con tanta facilidad Gojō podía hacer trepitar de esa manera aquel gran corazón?

Temeroso, retiró sus propias manos del agarre, agachando un tanto la cabeza, a decir verdad, tenía miedo de nuevamente salir lastimado.

Gojō por su parte, había decidido derrumbar todas y cada una de sus barreras mentales, si era una persona completamente diferente a la de hace diez años, ¿Qué no le permitía por primera vez en su vida velar por su propia felicidad?

Al observar como Getō separaba lentamente sus manos, sonrió genuinamente, comprendía aquellas disputas que posiblemente experimentaba la mente y el corazón de Suguru, y era completamente entendible y válido.

- ¿Crees que sería prudente? - preguntó en voz baja, tratando de encontrar respuesta alguna en la brisa del viento que ondeaba su cabello, que a perspectiva de Satoru, era completamente precioso.

- En mi universo, no existe la prudencia, es amar o dejarlo de hacer. - dijo haciendo una leve pausa, Getō observaba fijamente los delgados labios del contrario, el como titubeaban sutilmente pensando en si decir o no su sentir.

- Suguru, te amo, y si eso es prudente en tu universo, entonces escucha mi sentir.

Diez años tuvieron que haber pasado para que escuchara esas palabras salir de los labios de Satoru.

Diez años tuvieron que haber pasado para poderle decir "Te amo".

Aquella era la gran caída de su orgullo, Suguru se sentía vulnerable ante el amor de su existencia, aquel que constantemente rechazaba en comparación con su alma, alma que le decía a sí mismo no condenar de por vida al gran amor de su vida. Sabía de la existencia de dicha conexión, y no podía refutar el amor existente a pesar del tiempo transcurrido.

Tener miedo era de humanos, pero privarse de los riesgos era de completos cobardes. Satoru ya no era aquel mocoso inmaduro del que alguna vez se enamoró, era mucho más que eso.

Por encima de sí mismos, los fuegos artificiales iluminaban el cielo con cientos de colores deslumbrantes. Durante un par de segundos, vió en Satoru una chispa mucho más deslumbrante que la pirotecnia misma, una chispa que originalmente existía en él, pero que se negaba a relucir, construyendo miles de muros para llegar a su corazón. Hoy en día aquellos muros habían sido derrumbados, finalmente era aquel Gojō Satoru con una alma completamente desnuda y vulnerable, lo cuál lo volvía completamente hermoso, aquella humanidad que había aprendido por sí mismo rendía frutos. Gojō ahora era único, y no desde un punto de vista egocéntrico, sino uno espiritual.

Satoru permanecía delante de él, en aquellos azulados y penetrantes ojos podía visualizarse el reflejo de su alma, de aquel pasado memorable. Durante unos cuantos segundos, frente a los ojos de Suguru se mostraron largos fragmentos de su juventud, risas adolescentes, dulces caricias, aquellos atardeceres que admiraban juntos, las guerras de nieve que enrojecían sus mejillas, aromas distinguibles, lugares, recuerdos.

Todo, absolutamente todo le gritaba a Suguru que hiciese caso a su alma, quizás aquella nueva versión de Satoru era todo aquello que añoraba y un poco más.

...

𝐓𝐞𝐬𝐭𝐢𝐦𝐨𝐧𝐢𝐨 𝐝𝐞 𝐚𝐦𝐨𝐫 - 𝖲𝖺𝗍𝗈𝗌𝗎𝗀𝗎.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora