La fuerte ventisca arropaba al joven estudiante deambulando por los pasillos del colegio, hundido en sus pensamientos, perdido en sus emociones.
Habían pasado unos cuantos minutos del finalizar de aquel evento escolar, que a pesar de no querer exteriorizar su sentir, el ver a sus demás compañeros acompañados de sus respectivos tutores era algo doloroso.
Sintió un ligero tacto sobre su hombro, haciéndolo salir de sus pensamientos. Retiró los auriculares que llevaba puestos y giró un tanto su torso, tan sólo para ver detrás de él a una chica, de complexión delgada, cabello claro atado, a excepción de dos largos mechones que colgaban al costado de su flequillo.
- Nanako-senpai. - exclamó, deteniendo su paso, para prestarle atención a la chica, quién lucía de cierta forma un tanto angustiada.
La chica no solía convivir o interactuar de forma regular con el peli-negro, por lo cuál, le resultaba extraño el que se le acercase.
Nanako suspiró con cansancio, durante unos segundos recargó ambos brazos sobre sus rodillas, todo indicaba que había estado corriendo durante toda la escuela, algo realmente extraño.
- Disculpa que te moleste. - habló, intentando recuperar el aire. - ¿Has visto a Mimiko? Papá y yo la hemos estado buscando por doquier para regresar a casa.
Megumi negó, había estado tan disociado que realmente no había prestado ni un poco de atención a su alrededor. De igual forma, Nanako le pidió que si llegase a ver a su hermana, no dudara ni un segundo en contactarla.
El joven continuó con su paso, saliendo de la parte de las aulas para caminar hacia el patio trasero del colegio, conformado por una cantidad inmensa de árboles de cerezo, lugar que a pesar de ser fascinante, ninguno de los estudiantes solía ir con frecuencia.
- ¿Mimiko-senpai? - exclamó, viendo a la chica de cabello corto y marrón oscuro.
La joven Hasaba se encontraba sentada, abrazando ambas piernas suyas, hundiendo su rostro entre sus rodillas. Al escuchar la voz del chico, levantó un tanto su mirar, dejando contemplar aquella considerable cantidad de lágrimas descendiendo de sus ojos marrones, recorriendo sus rosadas mejillas y finalmente cayendo en los pétalos rosados de cerezo.
Rápidamente con la manga de la camisa del uniforme limpió sus propias lágrimas, un tanto avergonzada porque el chico la haya tenido que encontrar en dicha condición.
Megumi se hincó frente a ella, con una expresión de seriedad, no solía ser un buen consolador como lo podía ser su mejor amigo Itadori, sin embargo, era considerado alguien bastante empático, y que únicamente con su presencia lograba transmitir paz y tranquilidad en los corazones ajenos.
- ¿Sucede algo? - preguntó, situándose a su lado, jugando con los pétalos en el suelo.
Mimiko negó con la cabeza, no solía abrirse emocionalmente con nadie que no fuese su hermana o su padre Getō. No obstante, ya no podía aguantarlo más, su alma estaba que explotaba por comunicar su sentir, quizás las lágrimas saliendo de sus ojos eran una forma de manifestarlo, algo que ya no podía evitar.
- Tranquila, no tienes porque contármelo si no lo deseas, es algo completamente aceptable, si te hace sentir más cómoda estar sola, entonces me iré. - dijo poniéndose de pie, sin embargo, la gemela Hasaba aferró una de sus manos sobre la camisa del azabache, quién la miró confuso durante unos segundos, antes de volver a tomar asiento a su lado.
- Sólo quiero desahogarme. - finalmente habló, en aquella voz rota podía distinguirse aflicción, una aflicción que carcomía su alma, y que si no exteriorizaba, terminaría por consumirla.
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𝐓𝐞𝐬𝐭𝐢𝐦𝐨𝐧𝐢𝐨 𝐝𝐞 𝐚𝐦𝐨𝐫 - 𝖲𝖺𝗍𝗈𝗌𝗎𝗀𝗎.
Hayran KurguLa traición de su amor se reflejaba en aquellas lágrimas escondidas en los rincones más profundos de su corazón, inconscientemente, Satoru buscaba a su otra mitad, una mitad que ya no le pertenecía en su totalidad. • Satosugu.