EPÍLOGO DE LA 1ª LEYENDA

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[Unos días más tarde]

Tras la derrota de Rin, los protagonistas habían vuelto a sus vidas normales.

Kai se fue a vivir a Son Ágnaire con Gáel, ya que Torneido aún estaba inhabitable, además así podría ayudarla a recuperarse del golpe de Sterper.

El planeta de Mito, Algair, había quedado destrozado tras el ataque del Verdugo así que el alegre hombre se fue a Laguer con Leyla, siendo contratado como el ingeniero real y también para ayudarla a prepararse para la coronación.

[En Son Ágnaire]

Era un día soleado y pacífico, Entia brillaba a lo lejos en el cielo, iluminando la superficie.

Mair estaba en su clínica, sentada en su escritorio mientras acaba de escribir un informe.

Para ser médica tenía una letra que daba gusto verla, elegante pero legible a la vez.

En cuanto puso su firma al final del papel soltó el bolígrafo y se estiró, una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro al pensar que por fin tenía algo de tiempo libre.

Gáel estaba en el bosque rodeando a la ciudad, monitorizando que la replantación estuviese llendo bien y de paso recogiendo algunos frutos.

Un pajarillo azul se le posó en el hombro, Gáel lo miró asombrada y luego sonrió, antes de mandarlo de nuevo a volar con un ligero toque de su dedo.

En la ciudad, unos albañiles planificaban la remodelación de una de las casas más dañadas, mientras unos niños corrían alegremente por la calle al jugar.

Kai estaba en la orilla que daba a un mar inmenso, apoyado contra una barandilla y mirando al cielo para intentar comunicarse con Entia de nuevo, su creadora no le había vuelto a hablar desde que derrotó a Rin.

"Eh, ¿estás ahí? Necesito que me respondas unas preguntas", dijo para sí mismo, sólo para ser recompensado con un silencio incómodo.

El Entèro hundió la cabeza en sus brazos, frustrado.

"Como no...", suspiró.

[En Laguer]

Era un día nevado, como todos los demás en el planeta, para los civiles de aquí era el día ideal.

Una madre le subió la cremallera del abrigo a su hijo hasta el cuello para que estuviera bien abrigado, luego le dio un beso en la frente y el pequeño se fue a jugar con sus amigos.

Los infantes jugaban con la nieve de muchas formas: construían muñecos de nieve, se tumbaban al suelo y hacían ángeles o luchaban en una guerra de bolas de nieve.

Los proyectiles volaban entre ambos bandos mientras reían alegremente, Leyla estaba no muy lejos de ellos, tumbada en una hamaca, que colgaba de los árboles cercanos, y leyendo un libro.

Una bola de nieve perdida le dio a Leyla en la cabeza, cubriendo parte de su pelo azul del frío blanco nevado.

Los niños se pusieron nerviosos, no habían visto a Leyla.

"¡Ah! ¡Le has dado a la reina! ¿Ahora qué haremos?", dijo uno de los pequeños mientras movía sus piernas preocupado, los chavales ya se estaban imaginando los castigos que les esperaban a los niños malos.

Leyla sonrió levemente y dejó su libro para hacer una bola de nieve, una vez lista se la devolvió a uno de los infantes e impactó directamente en su abrigada cabeza.

El niño cayó a la blanda nieve y se quedó en silencio unos segundos antes de empezar a reír de nuevo inocentemente.

Leyla volvió a su lectura con una sonrisa leve en su rostro.

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