Capítulo XI

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Max metió sus cosas en la maleta. Sólo pensaba en salir de allí. No le importaba adónde fuera, le serviría cualquier sitio en el que pudiera enterrar la cabeza y morir de vergüenza.

Le temblaban tanto las manos que apenas consiguio cerrar la maleta. Cuando al fin lo logró, busco en su mochila las llaves del coche alquilado, pero no las encontró.

Volcó con rabia el contenido de la mochila sobre la cama.
No había llaves.
Lanzó una maldición y trató de pensar en dónde las podía haber metido. Abrió los cajones de la mesilla, las busco incluso en el suelo, pero no estaban por niguna parte.

Se sentó en la cama temblando de pánico.
NO podía entenderlo. Estaba casi seguro de haber metido las llaves en su mochila. Cierto que no había usado el coche desde su llegada, pero no hacia mucho tiempo de eso. Se estremeció al pensar en lo poco que hacía y lo mucho que había ocurrido desde entonces.

¿Cómo podía haberse enamorado con tanta rápidez? ¿Cómo había permitido que sus sentimientos lo dominaran de aquel modod? Se riño una y otra vez; luego bajo la cabeza y empezó a llorar.

LO peor de todo era que Sergio creía que él se había propuesto seducirlo sólo para conseguir información.
Y tampoco podía culparlo por ello, todas las pruebas lo condenaban.

Pero no había querido seducirlo. No era ningun hombre fatal. Era un hombre común y corriente que se había enamorado del hombre menos adecuado. Les había ocurrido a millones de personas. No era diabólico ni tampoco un caso raro. Las circunstancias sí habían sido extrañas, pero él solo pretendía hacer su trabajo.

Sergio conocía el engaño desde el principio y le siguió la corriente. Luego se aprovechó tranquilamente de la situación.
Se estremeció ¿Qué le había dicho? ¿Qué si jugaba con fuego era normal que se quemara?

Levantó su cabeza y se secó las lágrimas con furia, no iba a compadecerse de sí mismo. Había cometido un error: se había dejado guiar por el corazón en lugar de por la cabeza. Sergio Pérez tambien podía quemarse. Sonrió al pensarlo.

-Preferiblemente en el infierno-Musito para sí.
Se puso en pie, metió de nuevo las cosas en su mochila y salió a las estancia con la maleta.
Antes de salir al pasillo, fue a mirar a Maksim. La niña dormía tranquilamente. El corazón se le encogio en el pecho. Se inclinó para besarla en la mejilla y volvió a incorporarse antes de que las lágrimas llenaran sus ojos. Iba a hecharla mucho de menos.

Tomo su maleta y bajo deprisa las escaleras.
Estaba buscando las llaves de su coche en la cocina cuando entró SErgio. Max se puso rígido.
Se había puesto unos pantalones de algodón y una camisa color crema. Lo miró con curiosidad.

-¿Buscas algo?-Pregunto con frialdad.
Max no contestó. No se consideraba capaz de hablar sin gritar y siguió abriendo cajones.
-¿Tal vez yo pueda ayudarte?
Algo en su tono hizo que levantara la vista hacía él. Estaba apoyado sobre la encimera con las llaves de su coche en la mano.

-¿De dónde las has sacado?-Preguntó Max sin aliento.
-Del mismo lugar que esto-Dijo mientras le mostraba un rollo de película.
-Has registrado mi mochila-Comentó Max molesto
-No es agradable que invadan la intimidad de uno ¿Verdad, Max?
Sonrió al ver que él se ruborizaba.

-Eres una mierda, Sergio.
-Viniendo de alguien que me ha engañado, que a utilizado todos sus trucos de seducción posibles para conseguir lo que quería, supongo que eso es un cumplido.

Su ecuanimidad le hizo desear tirarle algo a la cara, ansiaba borrar aquella fachada de frialdad y hacerle daño. Apretó los puños.

-Se que lo que hice esta mal, Sergio, pero lo que has hecho tu es despreciable.
-Lo único que he hecho a sido seguirte la corriente. Lo demás lo has hecho tú.
-Dame las llaves.
Tendio una mano para arrebatarselas, pero Sergio fue más rápido y las subió fuera de su alcance.

Hija del amor.  ❉Donde viven las historias. Descúbrelo ahora