Capítulo VI

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Max se había esforzado mucho con la cena y sentía deseos de tirar las cazuelas por la ventana: la salsa casí se había evaporado de tanto hervir y las verduras estaban muy cocidas.

-¿Cómo va l acena?-Sergio entró en la cocina junto cuando Max dejaba una sartén quemada en el fregadero.
-Estupendo-Se volvió con una sonrisa y cubrió con su cuerpo el fregadero.
-¿Tengo tiempo de ducharme?-MIró un instante las cazuelas sobre la estufa.
-Oh, sí, no tengas prisa.
Cuando se quedo solo, sintió deseos de dejarse caer al suelo.

Había sido un día duro. Maksim requirió mucha atención y había demasiada tensión en el aire. Lo único que le faltaba era tener que servir a Sergio una cena quemada.

Había cierta frialdad entre ellos desde el beso. Max trabajó una hora pasando sus notas y SErgio apenas le dirigió la palabras salvo para hacer alguna observación.

Lo observó a escondidas, tratando de comprenderlo.
Llegó a la conclusión de que le preocupaba de que él se hiciera una idea aquivocada al respecto al beso cuando para Sergio no había sido más que una tonteria.

Se llevó la mano a los labios como si pudiera notar todavía los de él. NO se hacía la ilusión de que su gesto tuviera alguna importancia, pero no podía dejar de pensar en él.
Se alejó decidido del fregadero y se acercó al teléfono.

No pensaba molestarse en intentar cocinar más. Antes se le había ocurrido una idea, que había descartado por arriesgada, pero en ese momento, con Sergio en la ducha y la puerta libre de periodistas, estaba dispuesto a correr el riesgo.

Buscó la dirección en la guía teléfonica y marcó el número de un bistro, Le Gardín, que estaba a unos pocos kilómetros de allí. Sabía que servían a domicilio, lo había comprobado con anterioridad.

Les dejaría la puerta abierta y les pediría que entregaran la comida en la puerta de atrás, Sergio no se enteraría nunca.
Pero todo se complico cuando el escritor regresó a la cocina antes de que llegara la cena.

Estaba muy atractivo con unos vaqueros y una camisa de seda azul pálido, con el cabello húmedo todavía por la ducha.

-¿Puedo hecharte la mano con algo?
-NO gracias-Rezó ara que no se fijara en la pantalla y viera que las puertas de la verja estaban abiertas-Ve a tú estudio y te llevaré la cena en una bandeja.
-Ya he trabajado bastante por hoy-Sacó una de las sillas y se sentó-Sí no te importa, he pensado que podemos cenar juntos.

Max estuvo a punto de dar un salto, a una parte de él le complacía la sugerencia, pero si se quedaba allí, decubriría que había encargado la cena, el repartidor no tardaría en llamar a la puerta.

-Buena idea-Se mordio el labio inferior y trató de pensar en algo para sacarlo de la cocina-¿Por qué no cenamos en el comedor?-Sugirio-Sería mucho más relajante.
-Me gusta la relajación-Repusó Sergio con cierto regocijo.

Max era agudamente consciente de su mirada, hasta tal punto que podía sentir los ojos de SErgio moviendose sobre él.

Después de acostar a Maksim, se había puesto unos pantalones negros y una camisa blanca de seda que se pegaba a su torso. Era la única ropa que no estaba arrugada, después de haber lanzado todo a su maleta.
Se preguntó de repente si aquel conjunto no era demasiado. La idea de que Sergio lo encontrara demasiado provocador hizo que se reborizara.

-¿Quieres esperarme en el comedor?-Preguntó con nerviosismo-
-De acuerdo-Se levantó pero no desaparecio de inmediato sino que abrió el cajón de los cubiertos y sacó unos vasos del armario.
-Voy a poner la mesa-Le dijo.

Max lo observó con impaciencia. Apenas acababa de salior de la cocina cuando oyó el sonido del coche, salió con rápidez al aire caliente de la noche.

Hija del amor.  ❉Donde viven las historias. Descúbrelo ahora