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Los golpes en la puerta de la habitación eran cada vez más fuertes, tanto que terminaron por hacerlo despertar. Desorientado por el sueño, pero asustado por los gritos, se levantó de su cama, talló sus ojos y abrió la puerta de su habitación.

Su padre estaba furioso, golpeaba la puerta de la habitación principal, pero su madre no abría y solo le pedía que se fuera. Nunca antes había visto a su padre tan molesto, parecía un completo extraño.

Max dio un par de pasos atrás, mirando aquella escena con miedo. Estaba paralizado, una parte de él quería acercarse hasta su padre para saber que pasaba e intentar ayudarlo, tal vez un abrazo lo calmaría, pero su otra mitad estaba aterrada de ese hombre y le rogaba mantener la distancia con él.

Había sido muy joven y tonto, ahora que miraba atrás a esos recuerdos, podía darse cuenta de ello y de muchas otras cosas que en su momento no había comprendido, pero que sin duda habían terminado afectándole de una u otra manera.

—¡Abre! —Jos dio un golpe más fuerte a la puerta y por un segundo Max pensó que la había roto.

No supo que un sollozo se le había escapado hasta que la mirada del mayor estuvo puesta sobre él. Los ojos de su padre, completamente oscurecidos, en aquel momento sintió que lo despreciaba.

Su única reacción fue correr de vuelta a su habitación mientras las lágrimas bajan por sus mejillas. Cerró la puerta y puso el seguro, pero aun así no podía sentirse a salvo, su temor era que el mayor lo siguiera y todo ese enojo terminará siendo desatado contra él. Busco rápidamente entre su cama hasta que encontró su peluche favorito, un dinosaurio de color azul y una manta, abrió la puerta de su armario, entro y entonces cerro.

Se sentó en el suelo y usó la manta para cubrir sus piernas, abrazando con fuerza aquel peluche. Su llanto aumentaba conforme la pelea de sus padres seguía, cubría sus oídos, pero los gritos no se detenían. Rogaba porque todo terminara, era solo un niño, solo quería que sus padres dejasen de pelear.

En su mente, la pelea terminaba y sus padres se preocupaban por él, iban a buscarle y lo abrazaban para después dejarle dormir con ellos. Lo hacían sentir amado y protegido, algo que nunca hicieron.

—¡Te dije que te fueras! ¡Puedes quedarte con la zorra con la que has estado follando!

Solo tenía cinco años en ese entonces. Era solo un niño pequeño deseando tener una vida normal. Aquella memoria aún le perseguía y no era la única que tenía.

Todo el tiempo que pasó dentro de aquel armario, lo pasó llorando. Su pequeño corazón lleno de miedo y confusión.

Los gritos se detuvieron cuando su padre finalmente se fue de casa, lo supo cuando la puerta principal se azotó con fuerza.

Le tomó algunos minutos tomar todo el valor que un niño de su edad podría tener y entonces abrió la puerta del armario, después la de su habitación y caminó cuidadosamente hasta la habitación de sus padres.

La puerta estaba abierta, su madre estaba sentada en la cama. Se acercó hasta ella mientras sus mejillas y su nariz seguían rojas y algunas lágrimas seguían saliendo de sus ojos.

Busco abrazarla, pero rápidamente la mujer lo rechazó y le empujo lejos.

—¿Mamá? —su voz era apenas un susurro roto, tuvo que obligarse a hablar.

—Esto es culpa tuya.

Aquellas palabras salieron de la boca de la mujer, cada una de ellas pronunciada con asco y desprecio. Recordaba eso y recordaba el ojo morado en el rostro de su madre, ella lo culpaba por todo, lo culpaba por ese golpe.

—Mamá, mamá perdón —rápidamente intentó volver a abrazarla, pero una vez más lo rechazó, separándolo de ella de manera brusca.

Su madre le observó, viendo como el llanto volvía a tomar el control del pequeño Max.

—No soy tu mamá, tú no eres mi hijo —las primeras palabras habían sido como una daga encargándose en el corazón de Max; estas palabras se habían sentido como si aquella daga hubiese sido girada mientras seguía enterrada, haciéndole un daño irreparable. —Nunca vas a ser mi hijo, vete de aquí.

El ojiazul retrocedió y abandonó la habitación rápidamente cuando reconoció en los ojos de su madre el mismo desprecio que había en la mirada de su padre.

Volvió a su escondite y pasó la noche ahí. Esa fue la primera vez de muchas otras, la primera noche en la que el único lugar en el que podía sentirse seguro era dentro del armario de su habitación, acompañado solo por su peluche de dinosaurio azul y aquella suave y cálida manta de color rojo bajo la cual podía esconderse toda la noche hasta que la pesadilla terminaba, pero cada vez que lo hacía, una nueva pesadilla daba inicio.

Max sonrió suavemente mientras sentía las manos de Sergio sobre las suyas.

—¿Qué haces? —preguntó manteniendo esa sonrisa, sintiendo el cuerpo de su pareja contra el suyo.

—Estás golpeando demasiado fuerte —respondió mientras guiaba los movimientos del menor, haciendo que golpease la pelota de una manera más suave.

—Vaya, ¿desde cuándo eres experto?

—Desde hoy.

Max río y giró su rostro, observando al mayor un momento. Los ojos marrones se encontraron con los suyos.

—¿Qué pasa?

Sergio le dio una sonrisa y besó su mejilla suavemente. —Te amo.

𝐋𝐢𝐭𝐭𝐥𝐞 𝐁𝐨𝐲 「𝐂𝐡𝐞𝐬𝐭𝐚𝐩𝐩𝐞𝐧」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora