anhelos ajenos

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Era otro lunes por la mañana más para Katherine, hacia un mal día, grandes nubes grisaceas se amontonaban en el cielo, generando un ambiente frío y melancólico. Katherine vagamente se preparaba para llegar al instituto a cumplir con su rutina estudiantil. Se recogía los rizos carbón en un moño alto, y dejaba caer por su frente grasa dos largos mechones. Antes de recoger su mochila y comprobar que se llevaba todo lo necesario, se miró al espejo disconforme con lo que veía. Como mariposa que no ve sus bellas alas al volar, ocultó su gran inseguridad bajo una larga sudadera oversize. Sin darse cuenta que la única que vería de esa forma su cuerpo, era ella. Lo único que anhelaba era poder, con sus ojos verdosos, que se volvían de cristal solo de pensar en su aspecto, tener el cuerpo la cara, el pelo y las curvas de las otras chicas de su instituto. Esbeltas y de buena figura. Ella estaba plana, sin más, ni gorda, ni tampoco lo suficiente delgada, o al menos era eso lo que ella creía ver.

Ese día, como de costumbre, llegó tarde y tuvo que quedarse fuera de clase los primeros 10 minutos, no era algo que le molestase, pues sabía que en ese corto tiempo no avanzarían materia, y tampoco repercutiría en sus notas, aunque la puntualidad no entraba en sus dotes, sabía que eso no afectaría en las notas finales, pues siempre eran perfectas. Definitivamente era una estudiante buena, aunque no un muy buen ejemplo a seguir, pues a pesar de eso era un desastre, tomaba los apuntes justos y no atendía en clase, pero el día de antes del examen, como mucho dos o tres días antes si era un examen de mucho peso, empollaba todo lo que podía. Era otra cosa que envidiaba de las chicas que anhelaba ser, quería tener una vida como ellas, pues sabía que eran mucho más responsables aunque sacasen menos nota que ella.

Cuando por fin la dejaron entrar, reprimiendola por su despuntualidad, se sentó en su pupitre y sacó la libreta de clases. Saludó a su compañero de pupitre, el cual le dijo lo que debía hacer. Un fácil ejercicio de física, que resolvió al momento. La que se sentaba detrás, una chica de piel pálida, ojos azules y con un pelo liso castaño claro, que bajo la luz del aula adquiría un bonito brillo dorado, le pidió ayuda para el ejercicio. No se conocían mucho, pero sabía que no era muy inteligente, aún así prefería ser ella, tenía unas facciones lindas, no como ella. Le dijo como hacerlo, aunque al final se lo terminó resolviendo por completo. El profesor dirigió una mirada a Katherine y a la chica a la cual ahora le estaba haciendo el ejercicio, Vicky , y pidió que esta saliese a la pizarra a resolver el problema. Tuvo dificultades, por lo que cansado de verla fallar, el profesor le mandó de vuelta a su asiento, alegando que debía ser mejor alumna y prestar atención a sus explicaciones. Era un profesor estricto y de malas pulgas, pero, en el fondo no era mal profesor. Su nombre era Arthur, no tenía buena fama en el instituto, se rumoreaba que le gustaba suspender, pero a Katherine no le caía mal.

Ya terminada la clase de física, la mañana transcurrió de manera tranquila, en el recreo Kathetine se mostró callada, solo habló algo con su reducido grupo de amigos. Tenía la cabeza en otro lugar, se sentía un poco deprimida, pero nadie lo notó, pues era normal que un lunes no estuviera muy habladora. En su cabeza, sin embargo, había una gran cuestión, como podría obtener el cuerpo tan hermoso de sus compañeras, o la vida tan perfecta de sus amigas. Tan frustrada estaba, que incluso le cayó una lágrima, cuando, mientras daban un paseo por la cancha de baloncesto, jugueteando con un balón, se pusieron a hablar con Mirela, la chica que, a vista de ella, era inmejorable. Tenía todo lo que quería. Una de las amigas que más cerca se encontraba de ella, se percató de los húmedos ojos de Katherine, le preguntó si se encontraba bien, ella respondió que se sentía un poco mal de la tripa, pues no era muy dada a contar sus problemas.

Por fin el día terminó, y, agotada, Katherine llegó a su casa, tiró su mochila en la cama, y se echó a llorar. No sabía porqué lo hacía, pues, al fin y al cabo, no solucionaba nada llorando. Por lo menos si ingiriese menos calorías o hiciese más ejercicio. El problema era que el resultado no era instantáneo, por lo que el seguir viendo a sus compañeros la sumía en un estado depresivo que hacía que eso resultase imposible para Katherine.

Seguían brotando lágrimas frustradas, que descendían por su imperfecta piel hasta caer en su cuello, humedeciendo su sudadera. A pesar de sus lágrimas, sabía que ya todo había acabado, había encontrado la solución para tener el cuerpo que tanto quería, y la vida de alguien que tanto deseaba. Pero de alguna manera se sentía mal porque no era una manera ni mucho menos ética de conseguirlo. Se secó las lágrimas que, poco a poco, salian más calmadamente. Se maquilló para ocultar la rojez y la hinchazón provocada por el llanto. Se fue hacía la cocina, cogió varias cosas de allí y se las guardó en la mochila, que ahora, en vez de libros llevaba otros objetos pesados, que hacían que Katherine caminase encorvada por el peso que cargaba en la espalda. Tras comprobar que tuviese todo, salió decidida.

Tardó unas horas en volver, llegó muy tarde por la noche, sus padres no repararon en ella. Ahora en vez de la mochila, llevaba una bolsa negra de gran tamaño, que rápidamente guardó en el armario de su cuarto, el cual cerró dándole varias vueltas a la llave para asegurarse de que no se abriera. Fue a devolver a la cocina lo que antes se había llevado, y se preparó una cena poco calórica. La engulló con rapidez y se dirigió al baño. La vomitó. Después de eso, se dió una larga ducha, pasando fuertemente la esponja por todas las partes de su cuerpo, también se lavó sus rizos, aplicandose productos para hidratarlos. Cuando salió, el cristal del espejo del plato de ducha estaba empañado, en él, dibujó una gran sonrisa. Se vistió y secó el pelo, dejándoselo suelto. Esta vez, se miró al espejo y, por una vez tras muchos años, le gustó lo que vio. Sonrió y volvió a su cuarto. Se tumbó en la cama y se durmió, con una expresión de felicidad pura en el rostro.

Al día siguiente, se alistó para ir al instituto, por una vez, prescindió de su larga sudadera. Esta vez hacía un día muy soleado y caluroso, era común que hubiese cambios de temperatura tan repentinos. Se puso unos pantalones de cuero pegados y una camiseta corta de color verde de media manga, y un escote el cual resaltaba su clavícula. Se puso un bello collar de mariposas, colocó su mochila en sus hombros y se fue al instituto.

Esta vez había llegado pronto. Se encontró con un panorama fuera de lo común en el colegio. En la puerta había un gran lazo de color negro, junto al dibujo de una paloma, al lado ponía un mensaje de despedida. Indiferentemente cruzó la puerta, aun con una gran sonrisa. Se encontró con su mejor amiga, que, sumida en una gran tristeza, se lanzó a los brazos de Katherine. Bajo notorios sollozos, su amiga, le contó el motivo de su pena.- ¿Aún no te has enterado de lo de Mirela?.- Hizo una pausa.- Se ha suicidado, por lo menos eso es lo que han dicho de ella, se ha tirado al mar, solo han encontrado su ropa y manchas de sangres en las rocas del acantilado, en el cual se encontró una larga nota de suicidio manuscrita, era de su letra.- Katherine se llevó las manos a la boca, sorprendida. De repente, por la megafonía del colegio un mensaje del director. - Lamento comunicarles, que, se suspenden las clases y se declara día de luto, lamentamos mucho la pérdida de nuestra alumna Mirela, doy mi más sincero pésame a la familia y amigos de ella.- Tras el mensaje, la entrada del insti se fue vaciando, caras de tristeza, lamento, sorpresa y gente que, sin disimulo, dejaba caer por su rostro lágrimas, salian por la puerta. Las personas se fueron marchando, y poco tiempo después del mensaje, el instituto estaba vació.

Aún sumida en un falso estado de sorpresa, Katherine llegó a su casa, su madre, que iba a trabajar, le preguntó que había pasado, dijo que se habían suspendido las clases, no dijo el motivo, pero a su madre, que marchaba con prisas tampoco le importó. Entró a su habitación, se sentó en el suelo y se puso a mirar el movil, concretamente, las historias de instagram, estados de wasap, publicaciones en facebook... todos eran mensajes de despedida para, Mirela, muchos lo tachadas de injusto, rechazando su muerte, otros la aceptaban y sostenían que había sido una gran desgracia. Ella también pondría uno, una historia de instagram.

Cogió de su cajón del escritorio la llave del candado del armario y lo abrió. Sacó de allí la bolsa que el día anterior había guardado, la puso en el suelo con delicadeza, y suavemente la abrió. El desnudo cuerpo perfecto de Mirela se encontraba ahí, estaba frío, para su suerte, aún no había entrado en estado de deterioro. Katherine lo miró detenidamente y, con una sonrisa tenebrosa sacó una foto al cuerpo, antes, abriendole los ojos forzosamente. Bajo la foto añadió un pequeño mensaje "mi más sincero pésame a la chica de cuerpo y vida perfecta, Mirela", sin reparos la publicó, después, apagó el móvil y volvió a guardar el frío cadaver en el armario. Ahora ya ningun pensamiento negativo recorría su mente psicópata, ya tenía lo que mucho tiempo llevaba anhelando. Ya tenía su cuerpo perfecto.

Relatos oscuros en noches clarasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora