Un...dos...tres... La melodía del malquerer

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Era un día de despejado cielo, pero en casa de Marina, sonaba de nuevo aquella reconocida canción. Un, dos, tres, suenan las gotas al caer en el balde. Aquel que, poco a poco, se comienza a llenar. Finalmente, con la melodía del agua, cada vez más constante, el balde color piel comienza a desbordarse. Pequeñas gotas caen por los exteriores del barreño, dejando un rastro, como si tratarán de dejar constancia de su presencia. Se crea alrededor un cumulo de agua, que, de pequeño, se convierte en grande. Un charco sin reflejo, que creció a medida que pasaba el tiempo. Un charco de peculiar figura.

Si miramos atrás, a cuando fue que la primera gota cayó. Comenzó todo un caluroso día de verano. Marina volvía de sus clases de defensa personal cuando, al abrir la puerta, fue sorprendida por un rugido similar al del viento. Amenazante y potente. Recorrió todo su cuerpo y la hizo caer al suelo en un desespero por luchar con aquel temido palabrería transformada en  grito. Aquello fue el desencadenante de un temblor, que hizo caer la primera gota al balde de misterioso procedimiento. Pese a no estar vacío del todo, pues contenía una base de turbias aguas de origen incierto, fue está considerada la gota que comenzó la tormenta. 

Había pasado ya mucho tiempo, y nadie se atrevía a mirar aquel objeto que derramaba agua cada día; tampoco nadie pensaba en vaciar su turbia agua. La humedad y el peso, lo desgastaban, llenando el color piel de manchas rojizas, óxido, que lentamente tapaban cualquier viso de aquel firme color inicial. Era Marina la única que conseguía que sus ojos vieran a través de aquel barreño. Solo ella se reflejaba en las aguas vacías. Tan solo sabía su corazón la verdad, era conocedora del vacío formado bajo aquel charco, y las verdaderas profundidades del viejo barreño, profundidades invisibles e intangibles que solo ojos con el mismo vacío que este conseguían ver. También era la única que podía encontrarle significado a la forma del charco fijo que se formaba al rededor de este.

Otro día más donde el sol brillaba afuera y la tormenta no cesaba, Marina se encontraba encerrada en su habitación, absorta en su ser, mirando a la nada. Contemplaba que poco a poco, desaparecía la forma del charco que rodeaba el balde, se hacía más pequeño, apenas visible. Fue entonces cuando un golpe seco en la puerta despertó a Marina de su ensimismamiento. Bruscamente se abrió, dejando ver un ser oscuro. Tenía una figura semi-humana, la misma que tenía el charco, pero la oscuridad de una noche de invierno donde la luna quedaba oculta por negras nubes. Aquello era un monstruo oculto en lo que encajaba como hombre. Todo volvió a temblar, nubes de odio se formaron, derramando con vehemencia todo el agua que contenían. El balde se desbordaba y la fuerza del hombre crecía. 

Un, dos, tres... Hacen las gotas al caer

Pasó un tiempo indefinido hasta que aquel ser salió, abandonando su oscuridad en la habitación de Marina. Los ojos de la chica se volvieron, temblorosos, al lugar donde el agua derramada formaba el charco, este, volvía a estar allí.  Quiso descansar para alejarse de lo tétrico de su realidad, sus ojos cerrar para imaginar la imposible calma de aquel  incesante temporal de frialdad y oleadas de crueldad. Pero fue su mente que le propuso enfrentar lo que tenía enfrente. Aquél pensar constante la llevo a quedarse mirando el balde frente suyo.

Caían las gotas de un inexistente cielo, terminando varadas en el interminable charco de amargura y dolor. Casualmente, una tropezó y sobre la cabeza de Marina reposó. Observó como la pequeña gota rodaba por sus cabellos, se deslizaba con torpeza hasta caer por fin al suelo y terminar flotando en el mismo charco. Duró un tiempo sintiendo como pequeñas cantidades de agua rozaban su cuerpo. Sin seguir un patrón, excepto que todas tocaban su corazón. Rascando la piel de su alrededor, mostrando lo que escondía su interior. Un frío helador, que se ocultaba arropado por su débil y blanquecina piel. Atacado su corazón por un frío polar, que atravesaba sin desvelo su pecho, la mantenía en un constante estado de desespero. Solo fueron estás gotas improcedentes capaces de revelar el motivo de su congoja, de exteriorizar aquello que tanto se esforzó por ocultar.

Era el frío casi total, Marina quedaba envuelta en un frío hielo como el cristal. Su corazón, de tanto esconder, enfrío los recuerdos, que, cuando trataron las gotas de revolver, heló el exterior al que tanto llevaban sin salir y la consumió. Ya no era persona, más solo quedaba de ella el dolor. Fue entonces, cuando un claro se abrió en medio de la tormenta.

Un...dos...tres... Cuando la verdad salió a la luz, ya no quedaba nada que oscurecer, las gotas, dejaron de caer. 

A partir de aquel día helador, ni siquiera se atrevió a mostrarse el rocío. La humedad del agua tan solo se quedaba en el balde  y en la charca de alrededor. Marina, consumida, se encontraba atrapada en sus mentiras, cada vez más hundida, cada vez más lejos de su ser fingido... A punto estaba lo que algún día la chica fue por desaparecer, cuando un nuevo temblor amenazó la extraña calma de aquella situación, pero esta vez no caían gotas al balde, ni se desbordaba la charca ni daba signos de que desaparecería para transformarse en el monstruo que siempre sería.

Se sentía cada vez más cerca, al igual que el aliento de revivir aquella ansiada falsedad. que se creía perdido. Parecía unirse la intensidad de aquel estremecimiento con las fuerzas de volver a guardar lo que siempre estuvo dentro. Sin embargo, cuando las mentiras asomaban ya por el exterior de la coraza, debatiéndose entre lo que era real y la puerta al mounstruo se abría, dejando escapar el rugido de siempre. Un nuevo sonido solapó todo lo que se iba a desencadenar.

Un...dos...tres... El balde dejaba de sentir gotas caer.

Entre aquella batalla de contrariados pensamientos, y el acecho del ser todo se paralizó ante el aparente ruido de un cristal al romperse. Fuerte, estridente y ensordecedor, nadie sabía lo que sucedería a continuación. Cada vez que el ser de oscuridad acertaba a dar un paso la frente, su intento de valentía lo encogía. Pequeñas punzadas de dolor, como un cristal que se le estuviera por clavar le alejaban de la idea de que avanzar sería buena opción. Mientras tanto Marina seguía sin saber que sentía, ni quién dominaba la batalla que en ella se liberaba. 

Fue entonces, que entre tanta confusión, un rugido atrevió a resonar. Era muy fuerte y potente tanto, que hasta el más sordo lo notaría. Era el ruido de algo que siempre sonaba pero que no se dejaba escuchar. En aquel momento, Marina volvía a sentir la humedad de gotas que caían, pero esta vez no eran más que lágrimas que escapaban de su ser. Era este rugido el llanto de una persona que nunca quiso mostrar el dolor de su propio ser. Las lágrimas que ahora rasgaban sus mejillas como si fueran cristales que acabarán de romper. El balde había encontrado un sitio por dónde sus desbordantes aguas poder sacar. Y así dejar de alimentar al charco, que ahora, con su sombra oscura se encogía cada vez más.

Ya no había oscuridad que invadiera la habitación de la chica que lloraba sin un cesar. Solo había lágrimas que hundían a quien las tenía como alimento de su furia. Marina, por fin sabía lo que le depararía. Ya no habría tormenta ni ningún león del que esconderse con miedo a que volviera a gruñir. Tenía la solución a todas las dudas que maleaban su corazón.

Tras un largo tiempo de vaciar todas las lágrimas posibles en su ahora inundada habitación, consideró oportuno limpiar lo único que quedaba en el balde. Ahí estaba lo que algún día había llegado a ser ella, aquello que no se iría con el simple revolver de su llanto. Las gotas que formaban al ser de oscuridad, ahora se hundían, iluminando la sonrisa que nunca dejaron ver. Pero aún quedaba una cuenta pendiente por resolver. Marina, firme como nunca, se acercó a donde la oscuridad personificada se ahogaba y le dirigió unas palabras de despedida.

- Si tú me hundiste bajo tus oscuras entrañas, tu te ahogaras en las mías penas. Quién me enseñó a nadar, ha de aplicar sus conocimientos en el mar de penas en el que tú me quisiste desamparar, padre.- Tras pronunciar aquellas palabras, marchó triunfante, dejando atrás el balde que desaparecía y se convertía en la feliz Marina. 

Un...dos...tres... Terminaba así la melodía del malquerer

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⏰ Última actualización: Sep 25 ⏰

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