Siempre me habían catalogado como un niño raro, que no era como los demás y que nadie a mi se debía de acercar. Me trataban la mayoría de veces como venido de otro planeta o como si tuviese una enfermedad mortal de estas que se contagian por contacto y que las personas miran con pena desde la lejanía, pero no mantienen contacto con él. Quizá era todo debido a que me aburría con rapidez y disociada de todo en quizá lo que era para otros el momento más álgido del juego, o quizá porque muchas veces prefería arrinconarme a mi mismo y ponerme a juguetear con aquel peluche al que yo tanta fijación le tenía. O puede que fuese el motivo de mi mote de 'raro' y mi marginación porque, una vez que me acostumbraba a estar con alguien que con paciencia se acercaba a mi, mi monotonía les acababa aburriendo, siempre hablando de un mismo tema y repitiendo cualquier cosa que me emocionase más de un par de veces, era difícil sacar un tema que fuera más allá de mi hiperfijación por la literatura. Pobre de aquel que me sacase de mi habitual rutina, lidiaría con una de mis pataletas porque mi cuadriculada mente no permitía que nada nuevo interrumpiese lo que hago a diario. Todo mundo se fue de mi cansando, incluidos mis padres, quienes se impacientaban muy rápido conmigo, no comprendían el porqué de que la vida les hubiese castigado con tal persona como yo. Según ellos no escucho nada de lo que los de al rededor me dicen, y vivo pensando tan solo en mí, para ellos soy un niño inútil. Lo que no saben es que si que hay alguien a la que escucho hablar, pues es la única que oye pacientemente mis aceleradas palabras que a veces se mezclan y no tienen conexión, pues cuando estoy muy emocionado por algo, es ella la única que conecta mis palabras hasta que formen algo con sentido. Era esta persona mi hermana, mi bella hermana que con aquellos cabellos negros como el carbón me abraza cuando me frustro sin importar el tiempo en ese cálido abrazo sin pronunciar palabra, aquella que me defiende de todo e intenta que mis agotados padres me entiendan, aquella que hace lo imposible para respetar mis costumbres. Es por ella por la única que siento gran admiración en este mundo. Es ella la que se olvida de sus responsabilidades, teniendo que aguantar la reprimenda de mis padres por su alborotado cuarto y por sus bajas calificaciones. A veces, aunque piense que mi frágil mente inocente, no repare en eso, se que se olvida de su propia sonrisa para sacarme la mía.
Hoy he llegado a casa con otra de las múltiples cartas con amonestaciones. Por lo que he escuchado hablar a mi profesora con el director, mientras pensaban que mi desviada mirada no les atiende porque me falta educación. Es todo sin embargo porque mis pupilas no me permiten fijarme en los ojos de alguien que me trata de manera despectiva, como el caso perdido de la clase, como el raro antisocial del que uno se puede reír ¿Que nos hará ese tonto que ni sumar sabe bien? Ese fue el motivo de mi pataleta de hoy, el escuchar la mofa de uno de mis compañeros, tal vez hubiera llorado mejor, pero en ese caso me levanté y le di con fuerza un bofetón en la cara a este niño que basaba su disfrute en mí. Mi hermana me decía que esos niños no valían la pena que les escuchase, pero era a veces inevitable. Sabía que pegarles no sería la solución, y que me expulsarían y otra vez mis padres me gritarían en demasía. Ya múltiples veces mu tuve que cambiar de colegio por cosas así. En el instante en el que al picar la puerta, mis padres abrieron y observaron la carta que llevaba en mi mano, me mandaron a la habitación y otra vez dijeron lo que tanto a mí daño me hacía «Este niño inútil nos va a salir caro, ojalá se hubiera muerto en el parto»
Llegué a mi ordenado cuarto y posé la mochila cuidadosamente en la esquina donde siempre estaba. Me senté en el pupitre y comencé a leer, lo único que me relajaba además de los finos brazos de mi hermana, que tenía aquella delicada piel marcada por permanentes lineas blancas que escondía bajo su sudadera. Disocié de todo sumergido en las bonitas palabras sinceras que algún día el autor del libro que ahora leo quiso plasmar. Sabía todo lo que quizá se me venía encima, pero no me preocupaba. Yo no era de los que a todo le daban vueltas a las cosas, las cosas pasan cuando tienen que pasar y ya, no debo preocuparme por ellas aunque sepa que me vayan a doler, aunque ese dolor no sea contemplado por nadie. Cuando a punto de terminar un capítulo, la puerta de mi habitación se abrió con furia por mi padre, seguía completamente sereno. Arrasó con todo lo que tenía en mi cuarto. Se llevó mis preciados libros y desordenó todas las estanterías. Se marchó y detrás llegó mi madre que me comenzó a gritar. Yo ya no atendía a aquellos gritos, yo a no atendía a sus quejas hacía mí, ni tan siquiera prestaba atención a aquellas hirientes palabras que mi madre con sus finos labios color carmín soltaba. Estaba histérico por todo aquel desorden que había mi padre dejado. Ya no estaba todo perfecto. En cuanto mi madre se fue, me dió una de mis pataletas. Di golpes a todo de mi habitación, también di golpes a mi cuerpo, sin intenciones de hacerme daño si no más de acallar mis nervios. Mis manos se movían nerviosas y sudorosas y mis lágrimas desordenadas salían de mis ojos vacíos que a solo los que de verdad me entienden consiguen mirar, pero esta vez la persona que las gotas de agua de mis ojos sacaban, tardaba en llegar.
Cuando pensaba que no saldría de mi estado de nerviosismo, la puerta se volvió a abrir con brusquedad, de la otra parte de la casa se empezaron a oír gritos, pero esta vez no era nadie de los que se convertían en monstruos el que abría la puerta. Era sin más la calma en la tormenta que parecía no tener fín, era aquella que ponía lo bueno a la vida. Era mi hermana Ana. Cerró la puerta y me tapó los oídos, me ayudó a levantarme del suelo y me acogió con sus dulces brazos. Era yo el que se le veía llorar en aquella habitación que ahora se llenaba de paz. Pero mi corazón, sabía que no era yo el único que lloraba, si no que también lo hacía conmigo Ana, que aunque sus ojos no dejasen caer lágrimas, era yo consciente de que su garganta se ahogaba en pena. Cuando la tormenta que dejaba caer gotas de lluvia por mis ojos, se calmó, mi hermana recogió todo lo de mi habitación en una maleta, todo lo que yo más quería. Entonces me cogió de la mano y junto a mí con la cabeza bien en alto, salió de la habitación y fue a donde mis padres. Ni un último abrazo ni un último adiós, hacía tiempo que los corazones de mis padres se habían congelado y no sentían cariño por nadie de casa, no merecían el calor que mi hermana ponía. Fue una especie de garabato en un papel con palabras que yo no entendía lo que dió fin a mi sufrimiento. En cuanto posó de nuevo el bolígrafo sobre la mesa, marchó por la puerta de salida de la casa junto a mí. Me explicó cuando llegamos a un nuevo hogar, que ahora ella era mi tutora legal, que a partir de ahora se encargaría ella de mí. Yo no comprendí para que había que firmar un papel para eso que ella siempre había hecho. Pero ahora vivía yo feliz en una casa en donde se respetaba mi rutina, ahora el brillo de mi hermana había vuelto. Ella se convirtió en una excelente pedagoga, para lo que se llevaba preparando dice que ella que desde que empezó la carrera, pero yo sé que desde que me había empezado a entender, ella ya trabajaba como pedagoga, y ayudaba a crecer a un niño que no sabía cómo. Ahora tengo amigos que no me llaman raro, quizá porque son iguales de raros qud yo u otros son mis amigos, porque con la misma paciencia que mi hermana y la bondad que les aguarda, me saben tratar.
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Relatos oscuros en noches claras
AcakSumérgete en estos relatos, nunca te dejes fiar por lo que aparentan al principio, todo puede cambiar... ¿O no? Cada relato es un mundo a descubrir y del que enamorarse en unas pocas palabras