Por amor a la muerte

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Como cualquier día en la oficina de policía, llegan casos que buscan ser resueltos, algunos archivados por falta de pruebas o por el propio desinterés del demandante por resolver el caso. A Briana, a diario se le encomendaban casos para resolver, para realizar los interrogatorios y escribir finalmente los informes. Casi siempre eran casos de robos o violencia doméstica, en ambos casos siempre se termina imponiendo una pena en la cárcel. Estaba ya aburrida de recibir siempre denuncias y que le asignasen el mismo tipo de monótonos conflictos. Sin embargo, esta vez le había llegado uno distinto, no se trataba ni de un hurto, ni de abuso de cualquier tipo, el caso iba mucho más allá. Era un asesinato a sangre fría cometido hacía poco en la ciudad. El culpable de este había confesado casi en el primer momento que se le acusó. No cabía duda de que era él, además de que había pruebas que lo incriminaban de forma directa, testigos que dicen haber visto aquél hombre cometer el asesinato... parecía todo tan concluso de primeras, pues según los datos hacía menos de una semana del homicidio, algo se les escapaba de las manos a todos los que antes habían llevado el caso, pero a Briana, a pesar de que solo se le había pedido que redactara el informe final, su mente, que iba más allá de lo superficial, que buscaba en lo que los ojos no ven, sabía que el caso no podía terminar así. La descripción del hombre no casaba con el perfíl que se asocia a alguien psicópata que decide arrebatar la vida a un transeúnte cualquiera. Es el supuesto culpable un hombre de 35 años, con unos hipnotizántes ojos claros y una mirada tranquila, una melena lisa rubia, que se dejaba caer hasta sus hombros y una tez pálida perfecta, completada por pecas. Revisó el caso con mucho esmero, comprobando cada declaración y los resultados del polígrafo. Puso atención a cada uno de los detalles mencionados en las pruebas que se encontraron y a cada palabra dicha en el interrogatorio. Era muy pronto para tener los resultados de las pruebas psicológicas, pero esas solamente supondrían un bache a Briana en su investigación, pues si se le diagnosticaba de psicopatía u otra afección psicológica que pueda haberle hecho que tomase esa decisión, tendrían más razones para culparle. Se preguntaba porque alguien como ese hombre, decidió cometer un acto de tal atrocidad como quitarle la vida a una persona sin motivo aparente. No se habían encontrado  correlaciones entre la víctima, una mujer que paseaba bajo el sol de aquel caluroso día que fue repentinamente sorprendida por la apuñalada en el corazón, con una navaja afilada que se clavó con fuerza en el inocente cuerpo de la mujer, de una manera tan perfecta, que no derramó sangre, cayó agonizando. Toda una tragedia. Solo de escucharlo cualquier persona se estremecería por dentro por la frialdad del caso.

La jornada de Briana había finalizado hacia ya más de 2 horas, sin embargo, no iba a rendirse, sí o sí, encontraría las incongruencias que le llevarían a avanzar y por fin dar por concluso el caso. Puesto que cuando el hecho causa un gran revuelo público lo que menos interesa es dar mala imagen de los organismos públicos siempre se busca la forma de apaciguar al pueblo, quién tiende a culpar a los superiores de las desgracias. Por lo que aquellos falsos minutos de silencio y los días de luto declarados, que muchas veces usan de resguardo para calmar las avivadas llamas que encienden  los ciudadanos en símbolo de protesta, y aún sabiendo que poco después el viento volverá a encenderlas, y enseguida los medios de comunicación llegarían a expandirlas, esta pausa les daba tiempo para acusar a alguien fuera o no culpable, y así mantener su limpia imagen. Era por lo que Briana, junto a su audaz capacidad de resolver los sucesos, no se dejaba llevar por la primera ola de pruebas, muchas veces falsas. No encontraba ningún detalle que se le escapase, era en parte frustrante. No sabía si quiera el porque le molestaba que el caso se resolviese con tanta facilidad, sin nada que pudiese interferir en él de por medio. Quizá el haber encontrado al fin un caso minimamente interesante y ver que había sido resuelto con tanta facilidad, le daba rabia. Esto, junto a su cabezoneria, daban resultado a no querer darlo por veraz. Por fin, tras mucho pensar, se terminó por dormir, con la cabeza y sus alborotados rizos apoyados sobre la mesa, y su espalda, apoyada en el respaldo de la mullida silla.

Relatos oscuros en noches clarasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora