caja fuerte del dolor

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Recordaba sus últimas palabras sobre aquel tema, hacia 8 meses que las había pronunciado, "el suicidio nunca es una opción, a no ser que seas un cobarde". Recorría el cuerpo de aquel hombre una intensa sensación que le quemaba por dentro de solo pensar en lo que había dicho. Su corazón ardía y, a la vez, se partía en pedazos. Aquello que el experimentaba, iba creciendo en el a cada paso indeciso que el daba. Lo que más quería era escapar, no quería llegar a donde ahora con gran temor iba. Tan grande era la angustia que cargaba, que empezó a dejar de ver las cosas como reales, disociado de todo con el único objetivo de llegar a ese sitio, ignoraba lo que a su al rededor pasaba. Coches que con gran velocidad pasaban por las carreteras urbanas, personas caminaban, haciendo sus vidas, sin reparar en los demás, la mayoría egosuatmente sin preocuparse por el dolor ajeno. La única forma de que el hombre no explotará angustiado, era el llanto, que pronto de forma involuntaria, salió de sus ojos sin brillo, vacíos. Estaba a pocos pasos de aquel lugar. No quería ni tan siquiera mirar el teléfono móvil, no quería saber nada, solo quería tener el coraje suficiente de llegar a aquel lugar, sin que su mente le traicionase y decidiera actuar por su propio pie y huir, huir de algo que llevaba huyendo muchos años.

Estaba a un paso de llegar, debía avanzar, debía afrontar la realidad. Quería rezar por que de verdad eso no estuviera pasando. Su cuello se ahogaba con el  collar que llevaba y el pasar de la sangre a la mano izquierda se hacía tarea difícil, pues la pulsera apretaba con fuerza su muñeca. Por fin, cerró los ojos y respiro hondo, dió el paso que le quedaba.

Se encontraba ahora frente a frente con la puerta de acceso a un edificio. Del bolsillo trasero de su desgastado pantalón, sacó unas llaves, abrió lentamente y entró. Le esperaba el portal de un edificio, había unas escaleras a los demás pisos y un ascensor anticuado. Decidió subir por las escaleras. Por cada escalón que avanzaba, un escalofrío               cada parte de su cuerpo. Fueron 3 pisos los que subió, cada uno de ellos más complejos para él, por cada uno que conseguía subir, el pensamiento de salir corriendo y retrasar de nuevo lo que debía haber hecho hacia ya mucho tiempo, predominaba sobre todo lo que pensaba en aquellos instantes. Pero ahira ya era tarde, no podía rendirse en ese momento.

Buscó nervioso el interruptor de aquel rellano. Una capa de polvo cubría todo el suelo. Llegó a la puerta que tenía que llegar y de nuevo, sacó las llaves, que, tintineantes, daban vueltas a la cerradura para finalmente abrirla. Cuando lo consiguió, entró en la estancia. Un ambiente frío sobrecogía todo el piso. A diferencia que las otras veces que el había estado allí, súbitamente empezó a añorar cuando en aquel sitio se respiraba tranquilidad y un calor llenaba todo, una sensación de positividad enseguida entraba en tu cuerpo y te alegraba. Ahora sin embargo, todo era muy diferente. Avanzó un poco a una habitación al fondo del pasillo de entrada. La potente  luz que siempre llenaba esta, ya no estaba. Lo único que quedaba de ella, era aquella libreta.

Rebuscó en aquella habitación. Sus ojos húmedos dificultaban la búsqueda, burlaban la vista del hombre, que ahora desesperado, se derrumbaba sobre el sucio suelo del cuarto. Se culpaba ahora por todo, siempre le había costado admitir los errores, pero nunca había tenido que admitir uno tan grande y de tal peso, como el fin de la bonita y alegre vida de su mejor amiga. Tantos bonitos recuerdos en aquella casa, o en recorrido que había tenido que hacer para llegar a ella, tantas palabras...todo lo que habían hecho juntos. No era precisamente reciente el suceso, se cumplían en dos días siete meses de la pérdida de aquella maravilla de persona, pero el hecho de su dificultad para admitir los errores, le había hecho imposible volver allí. A aquella casa, que seguramente cuando el marchaba, ocultaba grandes secretos, ocultaba el dolor que su mejor amiga había sentido para llegar a esa decisión. El solo recordaba la libreta de su mejor amiga, su diario. Que como caja fuerte con un código indescifrable, guardaba con el deseo de que nadie lo leyera.

Siguió allí, sumido en una gran tristeza, era la primera vez que asimilada lo que había pasado después de tanro tiempo. Le habían ofrecido ayuda de todos los medios, pero el la rechazaba. Pues su corazón le hacía creer que no la merecía, sabía que no lo hacía. Ella siempre se mostraba con una radiante sonrisa, que hacía a todos parecer que vivía en una historia perfecta, sin ninguna problemática, que tenía todo lo que quería. Peeo aquellas lindas ondas rubias que se habían ido ya por completo, guardaban grandes secretos y oscuros pensamientos.

Puede que nunca se hubiese abierto a contar lo que de verdad sentía, pero como la persona en la que más confiaba, el mismo debía hacer supuesto su verdadero estado de ánimo. El egoísmo que le hacia pensar únicamente en él, el subconsciente que se negaba a creer que alguien  de verdad se sentía mal, habían entorpecido el camino para ayudarla. Pero ahora ya era muy tarde, y lo único que podía hacer era admitir su culpa.

Por fin el hombre, con su rostro pálido y grandes ojeras, se incorporaba nuevamente y buscaba con ansias la libreta. Sabía que aún así no servía de nada. Aquella caja fuerte de pensamientos negativos, aquella donde mostraba su peor cara y guardaba sus sentimientos para no mostrárselo a nadie, seguiría cerrada para todos. Pues a diferencia de el, ella no era egoísta y no pretendía molestar a nadie con sus angustias, o eso pensaba él. Finalmente se rindió. Para que querría saber como se sentía, su ya no podría hablarle y escucharla, como hubiese merecido que le hicieran durante su vida en la tierra. Sabía que ahora estaba en el cielo, feliz, y sonriendo como siempre a todo el mundo, contagiando su risa. Salió de su habitación y se dirigió a otro lugar de la casa.

Era la terraza, la bonita terraza en la que habían visto tantos atardeceres y habían pasado las noches de verano tumados en amacas hablando de la vida. Quería pedir perdón por todo lo que había hecho mal. O más bien, por todo lo que no había hecho. Pero era tanta la culpa, que lo cegaba y no le dejaba pensar en más opciones para mejorar su salud mental, y también, para perdonarse a sí mismo. La torturosa culpa ahora ya se desvanecía. La angustiosa carga que el tenia, ahira se esparcia. Impactó de lleno en el suelo, dejando un ruego de sangre a su al rededor, al igual que en el pasado lo había hecho su mejor amiga. Puede que no hubiera sido buena persona, un egoísta, pero ahora estaba en paz, y podía pedir perdón como llevaba anhelando tanto tiempo. No había cumplido la parte de escuchar los problemas de su amiga, pero sí que había cumplido con el "juntos para siempre"

Pocos días después se celebraba su funeral, al que asistían pocas personas. Pues al final había decidido descuidar a sus amistades viejas para así, no hacerlas sentirse culpable por no ayudarle en su dolor, como había hecho su mejor amiga con él. La gente es muy dada a echarse la culpa a uno mismo de algo, que con mucha sencillez podría haber zanjado en el pasado. Pero de que vale llorar por alguien el día de su partida, si nunca lo habías hecho durante sus años de vida.

Relatos oscuros en noches clarasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora