oh dulce oceano

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Como quien se ahoga en el mar, todo mundo le viene a salvar o cuando las aguas calmas te sorprenden de frente con una gran ola, que azota en tí y te llena los ojos de agua y sal, volviéndose estos rojos y empezando a resquemar. Si tan solo encontrase la playa, en la que el mar no traiciona y las aguas calmas se mantiene. Quizá con un poco de tiempo, quizá cuando el verano estuviese por llegar, o quizá tras muchos barcos pinchar, volver a caer y no hundirse en la primera ola que llegase, conseguiría la paz. Pero era para mí tarea difícil, pues la diferencia es que en cada playa, siempre hay algo que tira por tí, bien sea la marea que te dirige a la orilla con fuerza, alertandote del peligro que puedes encontrar al enfrentarte a lo que tienes delante, o bien unas banderas que con tres simples colores advierten del futuro de esas calmas aguas. O en un último caso, los socorristas que cuando te estás rindiendo, batallando por flotar entre las muchas olas y el agua que te hunde te consiguen salvar. Tenía sin embargo yo la mala suerte, de que cuando las lágrimas cortaban mi respiración, y creía dar mi último respiro, mis ojos escocian y nublaban mi vista, y junto a ello, me alejaban de toda mi mínima felicidad, no me venía nadie a socorrer, y antes de nada, no había quien me avisase de lo que el futuro me podía deparar. A veces se siente como estar perdida en medio de un gran océano, sin ningún punto referencia al que sostenerse, un océano lleno de mentiras, traiciones, desesperanza, que en el medio, sin encontrar la salida se encuentra aquel brillo, la positividad y los recuerdos felices, que fueron arrebatados por el temporal que llegó sin avisar y les atrapó bajo el mar.

Camino ahora bajo una gran tormenta, que abre paso a charcos de agua que me reflejan al pasar, también se forman cascadas de aguas que no llegarán a nada, que trazan un camino por las frías calles de la ciudad, que ahora se llenan de una completa soledad por las personas que evitan la gran lluvia que cae. Se meten dentro de sus casas, contemplan desde la ventana el caer de las gotas hasta el suelo. Como quien, indiferente, observa a alguien como se va apagando, y como la tormenta interior le consume, transformandole en un ser no pensante, que realiza las tareas sin mucho esmero, o que simplemente, le consume y decide terminar con su vida. Como quien camina sin paraguas y nadie le viene a atechar. En estos momentos, así me siento yo. Nadando en un mar de angustias, que cada vez me atrapa más. Buscó solución sin encontrarla, solamente quiero rendirme, dejarme hundir por las profundas y bonitas aguas, que bajo ellas aguardan la calma.

Tras mucho caminar, llegué a aquel bonito lugar, que a pesar de la oscuridad que lo cubría por las grises nubes que todo enegrecian, seguía guardando aquella reconfortante belleza, que por muy mala temperatura tiempo o mal momento que estuviera yo pasando, conseguía siempre al llegar ahí, ser sobrecogida por un calor, que a veces incluso conseguía sacarme una mínima sonrisa que apaciguaba por instantes mi sufrimiento. Una vez allí, cogí el papel donde plasmé todo lo que me angustiaba, todo lo que causaba en mi un fuerte dolor. A diferencia de las muchas otras veces que yo había escrito esto, era diferente. Ahora lanzaba guardada en aquella botella de cristal, sin las intenciones de que alguien la leyera, si no más bien como método de deshago, otra más para aquel mar de penas, esperando que si tiraba todo,  ayudase a mi corazón a referenciarse por donde navegar, hasta a mi volver, y que vuelva a latir este con normalidad. No era el contenido de esta botella la que lo hacía especial, si no la decisión que tomaría después de lanzarla. Como muchos esperan que haga al final una persona deprimida. Me lancé al vacío, esperando llegar a lo más profundo sin ser encontrada por nadie. Sin embargo, esta vez fue el mar quien jugó a mi favor. Fueron todas aquellas botellas que alguna vez había desesperada lanzado, quienes amortiguaron mi caída y guiaron hasta la orilla, en la cual me desperté. Según abrí los ojos, que ardían por la mezcla, tanto de agua salada como de la hinchazón de tanto llorar. De repente, en vez de ver al mar como mi enemigo, lo veían como mi salvación, tanto había conseguido torcerse la situación, que entonces ví que todas mis angustias, habían resultado como hundirse en lo menos profundo de la playa. Con la solución más fácil pero la cual no lograba ver. Oh dulce océano, te pido pues ayudar a flotar a quien creas que se está hundiendo y que el mismo piense, que sus problemas no se pueden solventar

Relatos oscuros en noches clarasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora