Capitulo 23

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Richard.

Algo me decía que no era bueno salir de la casa, solo que no creí capaz que algo así sucediera.

Camino, camino hasta encontrar un parque en el mismo lugar que se encontraba el hospital. Me senté allí, y pensé todo lo que acababa de pasar, no podía creer que Verónica simplemente rechazara todo de mi cuando había dado todo por ella, me golpeaba el dolor.

Mis lágrimas salieron. ¿Por qué no podía soltarla? No quería hacerlo, y para ser sincero creía que tal vez dejarla ir estaría bien, pero mi corazón decía una y otra vez que no todo estaba perdido. Me aferraba a la idea de que ella podía cambiar, y que al hacerlo estaríamos bien pero mientras más pasaba el tiempo mi corazón y mis sentimientos se encogían creyendo que en realidad ella no cambiaría por amor, pensaba que tal vez su corazón no era tan firme como para tomar tales decisiones y cuando esos pensamientos llegaban mi mente le ponía a mi corazón una capa gruesa de orgullo.

Llore como niño, me sentía como un niño. Enamorado, con dolor y llorando, sentía frustración por sentirme así sin embargo no podía hacer nada para detenerlo.¿Metanfetamina? Se puede ir al carajo, estoy perdiendo a la persona que amo, a una persona maravillosa por esto. Ella casi muere y yo no podría hacer nada... Casi la pierdo, casi la pierdo a como perdí mi hermano también.

Agarré mi sueta y seguí caminando hasta donde se encontraba mi auto. El departamento estaba solo, completamente solo, tal vez así lo estaría por más tiempo. Cómo antes, ¿Tal vez?

Suspiro, enciendo mi celular una y otra vez, pero sabía que Verónica a pesar de su estado, y su rostro de auxilio no tomaría el celular para llamarme, está vez no. Ella nunca pidió ayuda, ella siempre calló todo, ¿Por qué creía que realmente podía ayudarla? No podía entenderla a veces, pero de algo estaba totalmente seguro... La amaba, la amo, y podría hacer todo por verla bien aunque eso signifique que no esté a su lado después de que sane.

Serví un vaso de aquel jugo por el cual había salido a comprar. Quité mis zapatos y prendí la tele con un cigarro en la boca.

Había perdido mi trabajo, quería estar siempre con ella. Había estado sobrepensando todas esas noches que no contestaba el celular, el miedo que ello me causaba. Había creído que todo estaba bien.

Verónica movió mi mundo por completo. Lo había hecho sin esfuerzo, simplemente mi corazón la eligió, no sabría que haría ahora, así que un día como hoy salí en mi auto y volví con una botella de alcohol y vino. Estaría ebrio.

Las copas se iban rápido, y ni siquiera lo estaba disfrutando tanto a como lo hacía en mi pasado, lo único a lo que me aferraba para seguir sintiendo el líquido caliente en mi garganta y sangre era el pensamiento de Verónica en mi cama, cuando sus besos sabían a miel y sus miradas eran las mismas galaxias en el universo. No pensé más y así mismo tomé el valor de agarrar el celular y marcarle, la llamé, pero no hubo respuesta alguna, y después de mi segundo intento lo dejé así. ¿Por qué estaba siendo yo tan ansioso?

Me costó mucho tiempo comprender, quizás toda la noche y todos esos meses con ella... Me costó comprender que estamos en el mismo planeta, viviendo, pero no en el mismo mundo.

Me levanté tambaleando hacia la cocina, tomo una cerveza en lata con una mano mientras con la otra sostenía la botella de licor ahora vacía, cuando caí en cuenta estaba demasiado ebrio.

Suspiro entre miedo, frustración y estrés. Me senté al mismo sofá que antes, en total silencio, en total soledad agarrando mis sienes mientras mi visión se tornaba borrosa y una sensación de que mi cuerpo ahora casi no sentía su pesadez.

—¿Qué es lo peor para ti, Verónica? ¿El peor sentimiento?—pregunto esa tarde soleada en aquella banca con un cigarro en mano cada uno.

—Creo que la soledad.

El último cigarrillo [En Pausa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora