XXXI

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La noche es joven y la estamos viviendo, las manos se mueven sin parar y el tiempo pasa lento. Puedo sentir que estamos cada vez más cerca.
De pie en el ojo de la tormenta, mis ojos ruedan a la curvatura de tus labios y en el centro del eclipse, en completa oscuridad, me acerco y te toco.

La espalda de Matías chocó contra la plana superficie del colchón y Enzo rápidamente se posicionó sobre él, dejando varios besos y succiones que se iban tornando rojas en el cuello de este. Le mordió las clavículas y cuando pretendía descender por su pecho desnudo, el menor lo detuvo, sujetándolo gentilmente del cabello para apartarlo. Confundido, Enzo accedió a denterse.

El omega le sonrió y le señaló la cama, indicándole que se recostara, el mayor así lo hizo. Fue el turno de Recalt de colocarse entre las piernas ajenas y besar ese amplio y firme pecho que tanto lo volvía loco, no importaba la cantidad de veces que hubiese visto a Enzo de esa forma, siempre le iba a encantar. Descendió lentamente con sus besos y mordidas suaves hasta que se topó con el elástico de la ropa interior de Vogrincic. No dudó en bajarla.

La erección del uruguayo apareció frente a él y procedió a sujetarla con su mano derecha, acercando su rostro y sacando la lengua para dejar una lamida por toda la extensión hasta llegar a la punta, la cual introdujo a su cavidad para empezar una ligera succión que le robó un jadeo a Enzo. Matías fue engullendo la longitud hasta que el glande le rozó la garganta, fue ahí cuando su cabeza inició un vaivén lento, ahuecando sus mejillas y moviendo su lengua, acariciando todo lo que le era posible.

Los dedos del mayor se enredaron en los mechones castaños de Recalt, haciéndolo detenerse y siendo ahora él quien imponía el ritmo. Sus caderas empezaron a moverse, follando la boca del omega con rapidez, gruñendo y provocando que Matías le clavara las uñas en los muslos, buscando aferrarse a algo. No se detuvo hasta que, al cabo de unos minutos, el muchacho tuvo una arcada.

El argentino se alejó del miembro de su acompañante, limpiando los restos de saliva que se habían deslizado por las comisuras de sus labios. Enzo, en un movimiento, se sentó y tomó al más joven para colocarlo de vuelta en la cama, no podía soportarlo más.

—"Enzo..." —Lo llamó en un hilo de voz. —"Yo no... Yo..." —Miró hacia abajo y apretó los labios.

—"Lo sé... No te preocupes."

Se estiró hasta la mesita de noche y abrió el cajón, sacando de ahí un bote de lubricante y una tira de condones. Matías ladeó la cabeza y alzó una ceja.

—"No me mires así..., tenía que estar prevenido."

Bajó los bóxers del chico y abrió las piernas del mismo, dándose cuenta que, en efecto, no lubricaba en lo absoluto. Sin querer decir algo al respecto, vertió un poco del líquido en su dedo índice y medio, llevando este último a la entrada de su acompañante.

—"Relájate."

Se agachó para besarle la mejilla y, en ese inter, su dedo se introdujo, sacándole un jadeo y un suave quejido al argentino. Llevaba casi un año sin nada de nada, era como si hubiera vuelto a ser virgen.

Enzo aguardó varios segundos antes de comenzar a mover su extremidad, esperando pacientemente a que se acostumbrara para meter otro dígito. Matías tomó con fuerza las sábanas y frunció el ceño, indicándole así al más alto que tendría que esperar un poco más está vez.

—"Y-Ya... Muévelos." —Habló al cabo de un par de minutos.

El alfa obedeció, a un ritmo suave, empezó a embestirlo con sus dedos, provocándole gemidos y suspiros bajos al contrario que fueron aumentando conforme también lo hizo la velocidad con la que se introducía en él, buscando la dilatación perfecta para que pudiera recibirlo.

Lo miró y el omega asintió, por lo que retiró sus extremidades del interior de este y tomó uno de los condones para colocárselo, aprovechando también para esparcir más lubricante en su miembro. Rara vez lo habían utilizado y era un poco extraño, pero comprendía que la situación no se prestaba para menos. Exhaló y sujetó al menor de las caderas para pegarlo más a él y se alineó en el estrecho agujero para poder ingresar, inhaló al sentir cómo las paredes internas del joven lo apretaban, pero no se apresuró e introdujo únicamente la mitad hasta que Matías, entre gemidos, le pidió más.

La danza entre sus cuerpos comenzó, siendo sus gemidos y jadeos pesados quienes los orquestaban. Sin pudor, sin vergüenza, se entregaron al otro, acariciándose, tocándose y arañándose, queriendo aferrarse como fuera a ese momento en el que sólo importaban ellos y el placer que se regalaban mutuamente.

Ni siquiera sabían cómo habían terminado así, todo pasó demasiado rápido desde el beso pues de repente ya se encontraban en un auto rumbo al hotel y, cuando menos lo pensaron, ya se habían arrancado la ropa detrás de la ropa mientras continuaban con esos besos acalorados y húmedos, con Enzo envolviendo a Matías con su aroma fuerte que lo mareaba y le hacía desear hasta la más pequeña partícula que conformaba a ese hombre. A su hombre.

Otra vez lo sintió suyo y se sintió suyo, en el sentido más extenso de la palabra, se pertenecían, se adoraban. Así pasaran meses, años, siglos, nunca dejarían de sentir ese amor abrumador que los consumía.

El gemido que anunció el orgasmo de ambos inundó el cuarto, el cual permaneció en absoluto silencio hasta que pudieron recuperarse. El cuerpo de Enzo cayó rendido junto al de Matías, abrazándolo tan fuerte que el menor rió bajito, escondiéndose en el pecho del uruguayo, quien aprovechaba para dejar tiernos y castos besos en su cabeza. Al fin parecía que nada malo había pasado entre ellos.

Sin decir más, fueron cediendo ante el sueño, en una enredadera de piernas y sábanas que ni siquiera alcanzaban a cubrirlos del todo, pareciendo que estaban en la posición más incómoda de todas, pero, por primera vez en meses, los dos durmieron sintiéndose plenos. Completos.

We Don't Gotta Be In Love |MatiEnzo|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora