Nueve

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―Sebastián... ― Persefone imploró desde lo más profundo de su ser, sintiendo que en cualquier momento iba a perder el control. Se aferraba desesperadamente al hombre que conducía la motocicleta, sus uñas empezaban a traspasar la carne de el mientras luchaba contra el nerviosismo de estar por primera vez en una motocicleta. ― Voy a vomitar.

Pero el casco que llevaba le dificultaba escuchar, sus palabras apenas eran registradas por el conductor, quien ya de por sí tenía la mente nublada por los miles de pensamientos que le cruzaban, sumado a eso había cedido el único casco a Persefone, por ende, estaba expuesto al viento rápido que cortaba el sonido y la comunicación certera. En ese momento, aumentó la velocidad como un acto reflejo lo que asustó aún más a la joven.

—¡Sebastián! — Gritó la joven, desesperada, abrazándose con toda la fuerza de su cuerpo a él, intentando contener la sensación de náuseas que amenazaba con apoderarse de todo su ser.— ¡Detente!

El, confundido, volteó hacia su copiloto por un instante. Perse repitió sus palabras, pero seguía sin entenderle, frunció el ceño en confusión mientras mantenía la velocidad. La joven intentó señalar hacia su estómago y gesticular con la mano tratando desesperadamente de comunicarle que se detuviera, en vano.

―¡Detente, por favor! ― Suplico, con la esperanza de que su voz pudiera atravesar el casco y llegar a Sebastián. Al ver sus ojos abiertos de par en par, derramando lagrimas causadas por el miedo, el hombre captó la urgencia en su tono y redujo la velocidad poco a poco hasta detenerse por completo al costado de la carretera.

―¿Qué paso? ― Sebastián puso un pie en la tierra, confundido y miró a Persefone, cuyos ojos reflejaban alivio y agradecimiento por la pausa. Se pregunto por un momento si acaso ella se había arrepentido de venir.―¿Estas bien?

La granjera, con rapidez, se quitó el casco, sin dificultad ya que le quedaba muy grande para su delicada cabeza, y luego intentó exhalar, en vano. Sin embargo, los deseos de evacuar toda su cena fueron mayores, en un acto reflejo se llevó la mano a la boca y de un brinco salió de la motocicleta. Corrió lo más lejos que se le permitía en aquella desolada carretera, y expulso todo lo que había en su estómago, el vómito se había vuelto un inconveniente habitual esos días, muy a su pesar.

Sebastián se quedó a un lado de la moto, mirando con cierta estupefacción a Persefone, quien, tras el episodio, se incorporó lentamente sintiéndose un poco más aliviada pero visiblemente avergonzada, de los síntomas ese era el más incomodo socialmente. Ella limpió su boca con la manga del pijama y se volvió hacia él con una expresión entre disculpa y fragilidad.

—Perdona, las náuseas me vuelven loca.— Murmuró, evitando su mirada mientras se acercaba un poco más a la motocicleta. Aquella frase dejó a Sebastián como una piedra, sin saber qué decir y volteo la mirada con un gesto de incomodidad.— Me es imposible controlarlas.

—Si, debí haber sido más cuidadoso. — Sebastián se disculpó, aunque en su tono se apreciaba la irritación, la sola mención al tema parecia causarle un sentimiento de repudio impresionante. — Mas adelante hay una tienda, podríamos pasar y comprarte algo para eso.

—Sería útil, necesito algo para quitarme el mal sabor de boca.

El pelinegro asintió, y Persefone busco el casco para volvérselo a colocar. Quizá en un acto reflejo, Sebastián busco su cartera antes de continuar. Al notar una ausencia en la parte trasera de su pantalón, cayó en cuenta de su descuido. Maldijo en voz alta, golpeando suavemente la frente con la palma de la mano.

—Soy un imbécil, olvidé mi cartera en casa. ¿Tú tienes algo de...? — Buscando a Perse con la mirada, la encontró sorprendida, pero lo más importante, es que ella a duras penas traía pijama y estaba descalza, totalmente desprovista. —Olvídalo... 

H e a r t b r o k e n || Stardew Valley Donde viven las historias. Descúbrelo ahora