Los primeros rayos de sol de la mañana entraban por la ventana pequeña de un recinto estrecho, acariciando el cuerpo de Perséfone, quien yacía al lado de su váter, en cunclillas, desechando todo lo que había en su estómago y de paso también las ilusiones que albergaba con un hombre que, según ella, le había aplastado el corazón. Seguía trasbocando todo lo que podía, con una sensación de incomodidad total en donde no se sentía dueña de su cuerpo en ningún aspecto. Sintiéndose enferma cada vez más llego un punto en donde de su boca solo surgía agua, ya ni siquiera había rastros de alcohol.
Mareada e incómoda, se incorporó apenas pudo con torpeza hacia el lavabo y vertió en su rostro agua con sus manos temblorosas intentando refrescarse. Su estómago y su mente estaban revolcados, eso era seguro, y tampoco sabía cómo lidiar con el reflejo del espejo que le recordaba lo patética que era.
A pesar de la concepción generalizada sobre las consecuencias de beber en exceso, Perséfone recordaba de manera bastante precisa sus acciones de la noche anterior. Esto alimentaba una sensación de incomodidad en su interior; deseaba desaparecer de la faz de la tierra por la vergüenza ajena que le causaba recordar todo lo sucedido. El pensamiento que más la atormentaba era que todo el pueblo no tardaría en enterarse de cómo se había excedido y, peor aún, había hecho una escena con Sebastián ante la mirada curiosa de varias personas.
Se intentaba convencer de que no era para tanto; después de todo, no hay ser humano que no haya experimentado un corazón roto de alguna u otra forma. Sin embargo, entendía que iba a resultar imposible explicarles eso a los demás. Ya no era una ingenua niñita viviendo su primer amor; ahora, como adulta, se suponía que debería saber cómo lidiar con el rechazo después de haberlo experimentado en varias ocasiones. El problema era que, a su edad, aún le costaba regular sus emociones, especialmente las negativas. Decidió sumergirse en su bañera para encontrar algo de calma, pero su ritual fue interrumpido por un sonido chirriante que provenía de su teléfono. Con lentitud, lo agarró y vio que era Emily quien llamaba, alguien que podía reconfortarla en ese momento.
— Espero no haberte despertado, aunque dudo que hayas podido dormir—. Bromeó su amiga y continuó sin esperar respuesta. — ¿Qué tal, Perse? ¿Cómo sigues?
— ¿Cómo crees que estoy? — Respondió la joven, apenas audible, antes de colocar el teléfono a un lado de la bañera y sumergirse lentamente en el agua.
—Bueno, lo preguntaba porque nunca te había visto tan ebria en estos dos años que te conozco. Lucías fatal.
—Ah, eso... Bueno, creo que he vomitado hasta mi estómago— Murmuro Perséfone. —Dios, siento que quiero desaparecer.
— ¿Por lo que paso con Sebastián o por todo lo que bebiste?
— Si lo dices así, me siento aún peor.
— Lo que aun no entiendo es por qué él te trató de esa forma. Sebastián no parece ese tipo de persona. — Emily hizo énfasis en "ese tipo".
—Yo...— Dudó Perséfone, insegura si abordar el tema, pero prefirió hacerlo para liberar parte de sus emociones con alguien conocido. — No lo sé. Es decir, él tiene todo el derecho de no sentir lo mismo, ¿verdad? Pero, no entiendo por qué envió tantas señales confusas.
—¡Exacto! ¿No me dijiste que te besó?
—No besas a alguien que no te interesa de algún modo.
— A menos que seas un imbécil...
—Realmente me gustaba, no me había sentido tan conectada con alguien desde hace mucho tiempo. Sentí que había algo, aunque ahora no sé si todo era parte de mi imaginación. Emily... tú... ¿tú crees que me precipité demasiado?
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H e a r t b r o k e n || Stardew Valley
FanficUna recién llegada a Pueblo Pelícano, Persefone, se encuentra con un torbellino emocional cuando su amorío con Sebastián, el aparente 'chico malo', toma un giro inesperado. Pronto, encuentra consuelo en Sam, quien se presenta como su salvador. Pero...