Ocho

266 21 78
                                    

—¡Sam, a desayunar! — Nuevamente, la voz de Jodi resonaba por toda la casa como un eco constante, pero aquel día no logró despertar a Sam de inmediato. No había pegado un ojo en toda la noche después de aquella discusión con su mejor amigo. Algo desconocido lo perturbaba, sumiéndolo en un estado de pensamiento profundo y sombrío.

Con un suspiro cansado, Sam se levantó de la cama y frotó sus ojos, despejando la niebla del sueño. Con pasos lentos y apáticos, se dirigió hacia la cocina. Al llegar, pareció pasar desapercibido. Su madre estaba ocupada en la cocina, su padre absorto en la lectura del periódico matutino y su hermano jugaba con su plato de cereal. Sam se dejó caer en una silla, sus movimientos carecían de energía, como si estuviera cumpliendo con una rutina mecánica más que disfrutando del momento. Sintió en el aire la presencia de una atmósfera cargada de tensiones no dichas. Lo presentía: no sería un buen día, y lamentablemente, su presentimiento no le falló.

—Sam... ¿Qué te pasa? — Su madre se preparaba para servirle el desayuno cuando se dio cuenta de que su hijo mayor parecía moribundo. Colocó el plato frente a él y, antes de que pudiera responder, le colocó la mano en la frente con preocupación. — ¿Estás enfermo?

—No, mamá. — El apartó con delicadeza la mano de su madre, intentando tranquilizarla. — Simplemente no pude dormir bien... —Musitó el rubio con un dejo de fastidio, mientras comenzaba a comer. Con cada bocado, su expresión se tornaba más de asco. — Esto sabe horrible...

—Lo siento, cariño. El refrigerador está averiado y no enfría correctamente... Tuve que cocinar lo que había para que no se echara a perder por completo. — La mujer colocó un vaso de jugo de naranja cerca de su hijo, mientras su esposo observaba con atención. — Toma un poco. Quita el mal sabor.

— ¿Hablaste con el técnico? — Preguntó Kent con un gesto más serio de lo habitual, notándose cierta molestia en el ambiente.

— Lo hice, pero la reparación es muy costosa, alrededor de 1200G... Tendremos que sacar una cantidad considerable de nuestros ahorros. – Jodi se acomodó finalmente en una silla para desayunar, suspirando algo consternada. — Sam, cielo, ¿quizá podrías ayudarnos con el arreglo?

— ¿Qué? ¿Y yo por qué? — El chico protestó de inmediato, alzando su tono de voz que dejaba ver cuánto le fastidiaba. —Estoy justo de dinero, debo costear los gastos del concierto.

— ¿Y desde cuándo los lujos se convirtieron en una prioridad por encima de tus responsabilidades en esta casa? — Kent habló con voz firme, su tono impregnado de seriedad y dureza. —No se trata solo de ti, Sam. Nosotros también estamos justos de dinero, necesitamos de tu colaboración, en especial cuando es algo que nos afecta a todos.

—¿Lujos? ¡Es solo un concierto, papá! No es como si estuviera gastando el dinero en tonterías.

—Estas actuando como un niño consentido, dejas que tu madre haga todo por ti. Es hora de que te des cuenta de que ya eres un adulto, tienes veinte años, y debes asumir las responsabilidades que eso conlleva. No puedes seguir evitando tus obligaciones y esperar que todo se solucione por sí solo. La vida no funciona así.

—Pero es importante para mí, papá... Es una oportunidad única, y he ahorrado para ello. No me pueden hacer esto... — Sam estaba implorando con sus ojos, apelando a la compasión miró a su madre. — Por favor...

—Cariño, si no puede hacerlo, no lo presiones. Nos las arreglaremos para conseguir el dinero.

Sam, por primera vez en la conversación, miró a su hermano quien le observaba desde hacía rato, quien ni siquiera entendía lo que estaba sucediendo. Un escalofrió recorrió al rubio por toda la espalda, por alguna razón, le llegó el pensamiento de que, ante los ojos de sus padres, ambos eran niños apenas. Siendo que, se llevaban 11 años de diferencia. ¿Estaba condenado a ser siempre él bebe de mama?

H e a r t b r o k e n || Stardew Valley Donde viven las historias. Descúbrelo ahora