Descubrir (Spreen)

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Iván era un chico alto y fuerte que siempre defendía a los más débiles. Había nacido en Argentina, pero se había mudado a México con su familia hacía unos meses. Le costaba adaptarse al nuevo país y al nuevo colegio, donde no tenía muchos amigos. Además, Iván tenía un problema: no le gustaba el contacto físico. No sabía por qué, pero siempre se sentía incómodo cuando alguien lo tocaba o lo abrazaba. Prefería mantener su distancia y su intimidad.

Un día, mientras caminaba por el pasillo del colegio, vio que unos matones se metían con un chico nuevo llamado Misael, que era delgado y tímido. Lo empujaban, lo insultaban y le tiraban sus libros al suelo. Iván sintió una rabia y una compasión por el chico. Sin pensarlo dos veces, se acercó a los agresores y les gritó:

- ¿Qué te pasa, che? ¿Por qué molestas a este chico? ¿No tienes nada mejor que hacer?

Los matones se sorprendieron al ver a Iván, que era más grande y más fuerte que ellos. Uno de ellos le respondió con desdén:

- ¿Y a ti qué te importa? ¿Acaso eres su novio o qué?

- No, pero soy su amigo. Y no voy a permitir que lo trates así. Así que déjalo en paz o te vas a arrepentir.

- ¿Ah, sí? ¿Y qué vas a hacer? ¿Pegarnos?

- Si hace falta, sí. No me tiembla el pulso para defender a los que lo necesitan.

- Ja, ja, ja. ¿Qué te crees? ¿El héroe del colegio? Vamos, chicos, no vale la pena. Este tipo está loco. Vámonos de aquí.

Los matones se fueron, no sin antes lanzar una última mirada de odio a Iván y a Misael. Iván se agachó a recoger los libros de Misael y se los tendió con una sonrisa.

- Toma, estos son tus libros. ¿Estás bien? ¿Te hicieron daño?

Misael tomó los libros con timidez y le agradeció a Iván su gesto.

- Muchas gracias por defenderme. Eres muy valiente. Yo no sé pelear, soy un cobarde.

- No digas eso. No eres un cobarde, solo eres diferente. Y eso no es malo. ¿Cómo te llamas?

- Me llamo Misael. Soy nuevo en el colegio. Llegué hace una semana desde México.

- ¿De México? ¿Y cómo es que viniste hasta aquí?

- Bueno, es una larga historia. Mis padres se divorciaron y mi madre se casó con un hombre que vive aquí. Así que tuve que dejar mi casa, mis amigos, mi vida... y venir a este lugar donde no conozco a nadie.

- Vaya, lo siento. Debe ser muy duro para ti. Yo también soy nuevo aquí. Me llamo Iván y soy de Argentina. Vine con mi familia hace unos meses.

- ¿De Argentina? Qué interesante. ¿Y cómo te va aquí?

- Pues la verdad es que no muy bien. No me gusta mucho este colegio. La gente es muy mala y me siento solo.

- Ya somos dos. ¿Sabes qué? Creo que podemos ser amigos. ¿Te gustaría?

- Sí, me encantaría. Así podemos charlar un rato y conocernos mejor.

- Perfecto. ¿Te gustaría que te acompañara a tu casa?

- Sí, por favor. Vivo cerca de aquí.

- Yo también. Vamos, entonces.

Iván y Misael salieron del colegio y caminaron juntos por la calle. Iván le contó a Misael algunas cosas sobre Argentina, su país natal, y Misael le habló de México, su país de origen. Ambos se dieron cuenta de que tenían muchas cosas en común: les gustaba leer, escribir, escuchar música, ver películas... También se contaron sus sueños, sus miedos, sus secretos. Iván se sentía muy cómodo con Misael, que era dulce, inteligente y divertido. Misael también admiraba a Iván, que era valiente, generoso y leal. Poco a poco, ambos fueron desarrollando sentimientos más profundos el uno por el otro, pero ninguno se atrevía a confesarlos.

Así pasaron los días, las semanas, los meses. Iván y Misael se hicieron inseparables. Pasaban horas juntos, en el colegio, en sus casas, en el parque. Se reían, se contaban historias, se apoyaban, se consolaban. Iván se olvidaba de sus problemas cuando estaba con Misael, y Misael se sentía feliz cuando estaba con Iván. Ambos se querían, pero no sabían cómo decirlo.

Un día, Iván decidió invitar a Misael a su casa. Sus padres no estaban, así que tenían la casa para ellos solos. Iván le preparó una merienda y le puso una película que le gustaba. Se sentaron en el sofá, uno al lado del otro, y se pusieron a ver la película. Iván se dio cuenta de que Misael estaba muy cerca de él, y sintió un cosquilleo en el estómago. Quería abrazarlo, acariciarlo, besarlo... pero tenía miedo. Miedo de que Misael lo rechazara, de que lo odiara, de que lo perdiera. Miedo de admitir que le gustaban los hombres. Él siempre había pensado que era heterosexual, pero con Misael se sentía diferente. No sabía cómo reaccionarían sus padres, sus amigos, la sociedad. Temía perderlo todo por ser quien era.

Misael también se sentía nervioso. Estaba muy cerca de Iván, y podía sentir su calor, su olor, su respiración. Quería abrazarlo, acariciarlo, besarlo... pero tenía miedo. Miedo de que Iván no sintiera lo mismo, de que lo lastimara, de que lo dejara. Miedo de contarle su historia. Él ya había sufrido mucho por ser gay. Cuando tenía 13 años, se enamoró de su mejor amigo, pero él no le correspondía. Al contrario, cuando se enteró de sus sentimientos, lo rechazó y lo humilló delante de todos. Misael sufrió mucho y se aisló del mundo. Sus padres no lo entendieron y lo llevaron a un psicólogo que intentó "curarlo". Misael se sintió solo y desesperado, hasta que un día conoció a Iván y todo cambió.

Así que ninguno de los dos se atrevió a hacer nada. Solo se quedaron mirando la película, sin prestarle mucha atención, mientras sus corazones latían con fuerza. Hasta que en un momento, la película mostró una escena de amor entre dos hombres. Se besaban con pasión, se desnudaban, se acariciaban... Iván y Misael se quedaron paralizados al ver la escena. No sabían qué hacer, qué decir, cómo actuar. Se miraron a los ojos, buscando una respuesta. Y entonces, Iván se armó de valor y le preguntó a Misael:

- Misael, ¿puedo hacerte una pregunta personal?

- Claro, Iván. Pregúntame lo que quieras.

- ¿Cómo supiste que eras gay?

Misael se sorprendió al escuchar la pregunta de Iván. No se esperaba que le hablara de ese tema. Pero decidió ser sincero y contarle su historia.

- Bueno, fue hace unos años. Me enamoré de mi mejor amigo, pero él no sentía lo mismo por mí. Al contrario, cuando se enteró de mis sentimientos, me rechazó y me humilló delante de todos. Fue muy duro para mí. Mis padres tampoco me entendieron y me llevaron a un psicólogo que intentó "curarme". Me sentí solo y desesperado, hasta que te conocí a ti y todo cambió.

Iván se quedó sin palabras al escuchar el relato de Misael. Se dio cuenta de lo mucho que había sufrido y de lo valiente que era. También se dio cuenta de lo mucho que lo quería y de que no podía seguir ocultando sus sentimientos. Sin pensarlo más, se acercó a Misael y le dijo:

- Oh, Misael, lo siento mucho. No sabía que habías sufrido tanto. Eres muy valiente por contarme tu historia. ¿Sabes qué? Yo también tengo algo que contarte. Algo que nunca le he dicho a nadie

Iván le dijo a Misael lo que sentía por él. Le dijo que le gustaba mucho, pero que tenía miedo de admitir que era gay. Le dijo que no sabía cómo reaccionarían sus padres, sus amigos, la sociedad. Le dijo que tenía miedo de perderlo todo por ser quien era. Le dijo que lo quería y que quería estar con él. Y luego, lo besó.

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