Capítulo 15

11 1 0
                                        


Mientras llegaban a la tercera semana de abril, Louis empezó a entrar en un espiral de depresión. Aunque le encantaba pasar el tiempo con su amante, estaba empezando a encontrar esos momentos más cortos. Harry había estado pasando más y más tiempo en el trabajo, sin volver hasta después de medianoche y, sólo a veces, cayéndose debido a la borrachera.

Varias veces lo había dejado tirado, hasta que el calor del apareamiento se había vuelto tan intenso, que prácticamente lo había atacado cuando Harry finalmente tropezaba por la puerta.

Sin importar lo que dijera, o cuantas veces le preguntara, Harry negaba su preocupación con alguna excusa sobre estar cansado o trabajar demasiado. Desayunaban juntos cada mañana, el sexo todavía era genial, y Harry era tan atento como siempre... siempre que estaba presente. Echaba de menos a su amante. Echaba de menos la camaradería que compartían. Echaba de menos despertar para encontrar a Harry durmiendo en el suelo, porque la temperatura de su cuerpo lo echaba de la cama. Echaba de menos sus bromas, su cariño, e incluso un poco la sonrisa de suficiencia cuando él intentaba cocinar.

Veía al hombre cada día y dormía con él cada noche, aun así sentía una distancia infranqueable entre ellos.

Paseando por la sala de la suite del hotel, se devanó los sesos intentando descubrir exactamente qué había ido mal en su relación. Sabía cuándo había empezado el problema, pero no podía entender por qué.

Dos días después de llegar al hotel, se había despertado para encontrar a Harry sentado en la pequeña mesa de la esquina de la sala, mirando ausente su taza de café. Le había llevado tres intentos llamar la atención de su compañero. Las cosas habían empeorado progresivamente desde entonces, y no podía contar el número de veces que lo había encontrado mirando a la nada con la misma expresión. Su cerebro todavía se rebelaba contra la idea de estar enamorado del hombre, pero su corazón lo sabía, y se rompía un poco cada vez que Harry lo alejaba. Demonios, no podía recordar la última vez que se habían sentado a hablar, o que se habían acurrucado en el sofá a ver una película.

Nunca había disfrutado particularmente de esas cosas antes, pero echaba de menos hacerlas con Harry. Necesitaba encontrar una forma de llegar a su compañero antes de que todo se derrumbara a su alrededor.

No tenían una cláusula de —salida— en este emparejamiento, y se negaba a pasar la eternidad con un borracho silencioso y malhumorado.

Paró de pasearse por la habitación, cuando la puerta principal de la suite se abrió de golpe y Harry se derrumbó dentro, cayendo al suelo y gruñendo miserablemente. Alzando sus manos exasperado, atravesó la habitación y se quedó sobre su compañero con las manos en las caderas.

—¿De nuevo, Harry? ¿En serio? —Un pensamiento repentino se le ocurrió, y le tocó la cadera con el pie. —¿Condujiste?

—Sip—le dijo con una risita.

Gruñendo bajo, su rostro retorciéndose por la ira, cerró la puerta con la suficiente fuerza como para que las ventanas temblaran.

—¡Tú, bastardo egoísta y estúpido! —Gritó. —Si quieres matarte, es problema tuyo, ¿Pero se te ha ocurrido por un segundo pensar qué me haría eso?

—Eres inmortal—dijo Harry, mientras alzaba los ojos hacia él con la mirada borrosa. — Aunque muriera, tú sólo estallarías en tus llamitas y renacerías. —Ondeó su mano sobre su cabeza como un lunático.

—No, imbécil, no pasará. —Negó con la cabeza tristemente. ¿Cómo se suponía que iba a tener una conversación con el hombre cuando seguramente ni recordaba su propio nombre? —Si yo muero, sí, renazco. Lo que significa que tú siempre estarás seguro de la muerte por ese aspecto.

Fuego y cenizaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora