7. Decadencia

1 0 0
                                    

Adentrándose en un callejón casi olvidado, donde la decadencia se reflejaba en los charcos, los Edificios ominosos, al borde del colapso. Yatzil, luchando contra el hedor de perdición, su nariz abrumada por la contaminación, ruido y caos urbano. Frente a la puerta de un edificio, Whisky golpeó tres veces. Desde la rendija, unos ojos cafés con una sombra verde pronunciaron:

— ¿Las campanas dicen?

—Ábreme ya, por favor. —Empujo la puerta bruscamente.

— ¡Espera! —Exclamó una mujer vestida de rosa con maquillaje extravagante. —Si hay contraseña, es por seguridad.

— ¿Acaso no me viste por la rendija? —respondió Whisky.

— ¿Y cómo sé que no estás amenazado o, peor aún, con un policía?

—Créeme, si trajera a un policía, la contraseña sería lo menos preocupante.

La discusión se prolongó hasta que intervino un anciano calvo, con un bigote canoso y un traje blanco impecable, complementado con una camisa rosada. Era Don Marcelo, el patriarca del pueblo, el hombre cuyo poder se extendía sobre cada rincón del mismo. Yatzil quedó atónita al reconocerlo como el jefe de su padre, un hombre cuya reputación inspiraba respeto y temor en igual medida. Su presencia imponente llenó el aire de tensión, como si el mismo peso de su mirada pudiera cambiar el rumbo de las cosas.

— ¿Qué ocurre aquí?

—Nada, señor. —La mujer temblaba al responder.

—Como ordenó, aquí está la niña. —Whisky presentó a Yatzil, arrojándola a los pies de Don Marcelo. Este, le agarro la mandíbula, y la miró directo a los ojos.

—Espero que no hayas causado muchos problemas, Yatzil.

Sin aliento, cansada y sin claridad mental, Yatzil guardó silencio. Whisky, agarrándola del pelo, le instó:

—Respóndele al patrón.

—Cálmate, Whisky. Mejor cuéntennos ustedes, ¿les causó muchos inconvenientes? —Don Marcelo inquirió.

—Intentó escaparse en la gasolinera cercana.

—Ese es el problema que ella causó —intervino Ron. — ¿Por qué no le cuentas cómo casi arruinas todo?

—Don Marcelo alzó una ceja y preguntó: — ¿Hay algo que quieras decirme, Ron?

—La verdad, no recuerdo nada más —respondió Whisky.

— ¿Ah, sí? —Ron esbozó una sonrisa sarcástica. —Permíteme refrescar tu memoria. ¿Te suena la palabra? Mordida.

— ¿Pero qué...? —Marcelo, confundido, exclamó —No entiendo una mierda.

—Frente a un retén policial, el señor Whisky tuvo la brillante idea de hacer una paradapara tomar algo, y al intentar huir, un policía se acercó.

Don Marcelo lanzó su cigarro con furia. — ¡Los detuvo un policía! —gritó, rojo de enojo.

—Tranquilo, jefe. Le di una mordida al policía para que nos soltara. —Whisky, nervioso, confesó. —Y quería preguntarle si podría reembolsarme los 200 $ que le di al policía.

— ¿Reembolsarte? ¡Debería descontarlos de tu salario por inútiles! —Don Marcelo, bastón en mano, amenazó — ¡Fuera de aquí, par de imbéciles! —haciendo ademanes como si estuviera a punto de golpearlos.

Los hombres se retiraron, dejando solo al chino y a la mujer con Don Marcelo. —Tú —señaló Don Marcelo al chino. —Triana, él es el nuevo, ¿verdad?

—Sí, mi señor. —respondió Triana.

—Lamento que en su primer trabajo haya tenido que lidiar con estos dos idiotas. —Don Marcelo, sacando una navaja, comentó. —Son buenos en lo suyo, pero a veces son estúpidos. No los mato por su lealtad. Podría hacerles cualquier cosa y seguirían a mi lado, aunque hoy en día no se puede confiar en cualquiera. Bien... ven acá —dijo Don Marcelo tomando el brazo del chino. —La verdad, no te conozco, pero si Triana dice que eres de fiar, le creeré.

—Créame, no se arrepentirá —dijo Triana.

—Eso espero —respondió Don Marcelo —Quizás notaste que tanto Whisky como Ron tienen una cicatriz en su brazo derecho. Son tradiciones familiares, un símbolo de lealtad. Puede que sea innecesario, pero las tradiciones no siempre deben morir. —Don Marcelo hizo una profunda herida en el brazo del chino. —No sé tu nombre ni me importa; en "The House of Bells" preferimos mantener la identidad de nuestros empleados en secreto. Ellos escogieron nombres de bebidas alcohólicas. —Refiriéndose a Ron y Whisky. — ¿Y tú, qué nombre adoptarás?

—He estado pensando —contestó el chino, tapándose la herida. —Quiero que prevalezca mi apodo de chino; desde pequeño en el barrio solían llamarme así. Es algo que quiero conservar.

Don Marcelo soltó una risa sin enseñar los dientes. —Un poco ridículo, pero bueno, cada loco con su tema. —Dijo mientras guardaba la navaja. —Puedes irte.

El chino abandonó la sala, dejando a Yatzil con Triana y Don Marcelo. —La llevaré a su habitación —dijoTriana tomándola de la mano.

—De acuerdo, pero prefiero que la llames "Minita de Oro" —dijo Don Marcelo tocándole el rostro a Yatzil con una sonrisa perversa. —Estoy seguro de que nos hará ganar mucho dinero.

—Será el reemplazo perfecto para Sofía. —Musitó Triana, acariciando el rostro de Yatzil.

Triana la guio por un pasillo oscuro y estrecho, por puertas numeradas, cinco en total. Yatzil sentía cómo el corazón le latía con fuerza en el pecho mientras avanzaban hacia lo desconocido. Finalmente, llegaron a la última habitación; al abrir la puerta, reveló un interior desolado y sombrío. Dos colchones en el suelo, desgastados y manchados, y unas sábanas raídas, apenas cubrían la desnudez del lugar. No era muy diferente a su propio hogar.

—Aquí es donde dormirás. —Le anunció Triana.

— ¿Para qué dos colchones? —Preguntó Yatzil.

—Uno para ti y otro para tu nueva compañera.

— ¿Compañera? —Inquirió Yatzil, perpleja.

—Sí, mañana te asignarán una, será tu compañera durante todo tu trabajo.

— ¿Trabajo? —Cuestionó.

—Sí, trabajo. ¿Crees que estás aquí por tu linda cara? Si quieres comida y techo, tendrás que trabajar.

—Pero apenas y estoy dejando de ser una niña, ¿qué trabajo puedo hacer?

—Es hora de dejar los juguetes y madurar.

Triana cerró la puerta con un golpe sordo, encerrando a Yatzil en la oscuridad total. Con manos temblorosas, Yatzil buscó a tientas el colchón, sintiendo la rugosidad de las sábanas desgastadas contra su piel. Se envolvió en ellas, tratando de encontrar algo de consuelo en su frágil abrazo. A pesar del caos del día, esta sería su primera noche sin los insultos y los golpes de su padre, una noche marcada por un silencio opresivo y una incertidumbre abrumadora. Mientras yacía en la penumbra, apenas pudo conciliar el sueño, su mente atormentada por preguntas sin respuesta y la dolorosa duda de si aún existía una chispa de esperanza que la guiara de vuelta a casa.

Camino viejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora