18. Hambre

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— ¡Vamos rápido! No quiero que pierdan el tiempo. —Gritaba Triana molesta a las chicas. —Todas a cambiarse.

Las chicas a paso veloz y con miedo se dirigían a los cambiadores, para comenzar otra larga noche de trabajo. Entre ellas mismas murmuraban sobre el cambio tan brusco de poder, y el cómo la vida con Don Marcelo no era buena, pero tampoco tan precaria como la que ahora estaban viviendo.

—Triana sí que es mala. —Le dijo Elizabeth a Yatzil.

—Tiene de donde salir, es igual que su familia.

—Sí, pero Marcelo no era tan mala como ella.

—No solo lo digo por Don Marcelo, lo digo por el resto.

—No sabía que Triana llegara a tener más familia.

—Por parte de Don Marcelosi, el resto no la conozco.

— ¿Cómo sabes que Marcelo tiene más familia?

—No recuerdas que él es el jefe de mi padre, o bueno no sé si aún lo siga siendo. —Dijo un Yatzil un poco intrigada y continuó relatando:

Un día, mi padre nos pidió a mi madre y a mí cocinarle un almuerzo a su jefe para su fiesta de cumpleaños, llegaron a mi casa desde las seis de la mañana en busca de nosotras. El camino era serpenteante, un camino un poco tortuoso y lúgubre, bordeada de árboles retorcidos que se inclinaban amenazadoramente sobre el paso de la camioneta, habíamos sido recogidas por doña Alba, la mamá de Don Marcelo y la única persona que va sobre él, una mujer ambiciosa. Surgían rumores que ella misma había asesinado a su esposo con tal de quedarse con su herencia. Las ramas de los árboles se arqueaban como garras fantasmales. Extendiendo sombras siniestras sobre el camino de tierra. Mientras la camioneta avanzaba por el camino polvoriento. En el asiento de al lado Doña Alba, me observaba fría y penetrante, sus labios apretados manifestaban el desprecio que me tenía, De repente ella misma rompió el silencio y con una voz ruda y de desaprobación comenzó a criticar mi ropa, cuestionando mi estilo y mi buen gusto, sin saber que eso era la mejor ropa que Tenía. Su amargura era apenas disimulada. Cada comentario iba impregnado de un desprecio evidente a medida que el viaje continuaba, los cometarios se volvían cada vez más y más fuertes, crueles, atacando aspectos de mi vida y personalidad que ni siquiera había mencionado.

Finalmente, la camioneta se detuvo frente a las imponentes puertas de hierro de la finca, estas se abrieron lentamente con un gemido agudo, trague, saliva, con nerviosismo consiente que estaba a punto de adentrarme en un nuevo mundo misterioso. La camioneta avanzó hacia el interior de la finca. Esta se alzaba majestuosa en medio de la campiña, sus muros de piedra parecían hablar susurrar oscuras historias sobre esa familia.

—Pasen adelante. —Indico Doña Alba. —Procuren no robarse nada, las últimas cocineras se llevaron carnes y en carne se convirtieron.

—No se preocupe. —Le contesto mi madre.

Entramos a la sala de la finca, parecía ser un santuario de opulencia y elegancia, el lujo se entrelazaba con la historia en cada detalle. Los techos se alzaban sobre las paredes adornadas con tapices antiguos y pinturas preciosas, mientras que un candelabro de cristal colgaba en el techo, arrojando destellos de luz sobre los muebles exquisitamente tallados. En el centro de la sala un gran sofá de terciopelo rojo que invitaba a cualquier que lo viera a sentarse y sumergirse en la comodidad y el lujo. A su alrededorsillones también tapizados en seda y terciopelo se disponían en un círculo íntimo, creando el espacio perfecto para la conversación y el entretenimiento.

Nos invitaron a pasar a la cocina y en los pasillos se encontraban mesas de maderas y auxiliares de madera oscura y mármol, estaban adornadas con elegantes jarrones hechos de porcelana, mientras que una alfombra roja sobre el suelo de madera pulida con intrigantes diseños y colores vibrantes. Cuando llegamos a la cocina vi a la mujer de Don Marcelo, que con un aire de superioridad nos observaba con ojos críticos. Que desde el primer momento en que cogimos los utensilios, comenzó emitir comentarios despectivos sobre nuestras habilidades culinarias, cuestionando mi experiencia y mi capacidad para mantenerme a un nivel tan exigente.Su tono era condescendiente y su actitud desafiante, como si su único objetivo fuera probar que no estaba a las alturas de sus expectativas. Cada vez que intentaba demostrarle que podía y ganarme su respeto ella simplemente no perdía oportunidad alguna para criticar cada pasó que daba. Sus palabras eran como latigazos que golpeaban mi confianza. A medida que el tiempo avanzaba, la tensión en la cocina alcanzaba su punto máximo, seguía sin dejar de mirarme con desdén cada vez que cometía un error o mostraba alguna señal de debilidad. Termine agotada y desanimada.

Mi madre me mando a descansar al patio que curiosamente tenía un área de tiro. Las filas ordenadas en blancos de metal brillaban bajo una luz mortecina de sol, el olor del humo de la pólvora se mezclaba con el aroma fresco de la hierba mojada. Llego a mi lado el hijo de Don Marcelo, Fernando, que mientras observaba el área de tiro, con una actitud desafiante y una mirada de superioridad en los ojos y con una postura arrogante, con los hombros echados para atrás y el mentón levantado en un gesto de orgullo mal disimulado. Fernando tomó una pistola y comenzó a disparar, mostrándome su habilidad y confianza en cada tiro certero. En cada impacto su ego parecía crecer más y más y una mirada desafiante. Como si me estuviera retando. Los disparos resonaban en medio de la finca silenciosa, cada uno con una ráfaga de poder y poder que cortaba el aire como cuchillo afilado. Me di la vuelta y sentí como si algo caliente pasara al lado de mi brazo, voltee a ver y Fernando me había disparado haciendo que la bala pasara rozándome, no le podía decir nada por qué sabía que eso lo único que haría sería desencadenar una discusión.

El patio de la finca era un poco diferente, era uno de los lugares más tranquilos de la finca, rodeado de muros de piedra y cubiertos de enredaderas, parecía un refugio donde podía pasar el tiempo y hacer que todo lo malo se desvaneciera de a poco con la brisa. Grave error. Me encontré a los dos hermanos de Marcelo, dos hombres con aspectos desafiantes y una actitud hostil. Desde que los vi en su mirada se reflejaban desprecio hacia mí, sus labios se curvaban con una sonrisa maliciosa, y sin pensar lo que decían comenzaron a lanzar comentarios sarcásticos y burlones, ridiculizando todo lo que hacía. Sus risas eran crueles, sus bocas estaban llenas de veneno, como si estuvieran determinados a hacerme sentir incómoda y fuera de lugar. Cada vez que pasaba el tiempo su actitud se volvía más agresiva. Sus palabras pasivo, agresivas eran como pequeñas agujas atravesando una tela, rompiendo mi confianza. Me sentía cada vez más aislada y desesperada capaz de encontrar una salida a la situación.

El día estaba llegando a su fin y creí que por fin podría largarme de ese lugar, Doña Alba irrumpió en la cocina molesta gritando. — ¡Donde está mi cartera! —Y me señalo a mí de habérmela robado, todos escucharon el grito feroz de doña Alba y bajaron a señalarme entre todos mientras me gritaban ¡Estúpida! Justo en ese momento entro por la puerta mi padre junto a Don Marcelo que ante tales acusaciones con una expresión de severidad en el rostro me saco de ahí. El camino de regreso a casa me sostuvo fuerte del brazo, su mirada se posaba sobre mí con una mezcla de decepción y disgusto, estaba oscuro, mi madre iluminaba con una lámpara de gas adelante mientras mi padre seguía sin soltarme. Cuando llegamos a la casa con una voz llena de autoridad, me hizo frente cuestionando mi comportamiento y exigiendo una explicación por las acusaciones de robo. A pesar de los intentos por demostrar mi inocencia, mi padre me miro con escepticismo sin estar convencido de mis palabras, recuerdo muy bien la golpiza que me dio esa noche, pero mientras dormía, saque la cartera que traía escondida y le di dinero a mi madre.

Sí, fui ladrona, me señalaron y juzgaron a tal límite de querer cortarme las manos. Porque Cuando el estómago aprieta, la mente no piensa. Pero al día siguiente mi hermano ya tenía que comer. 

Camino viejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora