11. Revolución

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— ¿Cómo es posible que se nieguen a trabajar? —inquirió don Marcelo, al borde de caerse de su silla en la oficina.

—Es tal como lo escucha, señor. —respondió Triana. —Aquella en la que usted más confiaba para aumentar las ganancias resulta ser la que menos contribuye.

—Esto es inaceptable. —declaró don Marcelo, arrojando los papeles a un lado con frustración.

—Y no es solo ella, las demás están en una especie de "huelga" para exigir que se respeten sus derechos.

— ¡Son prostitutas, Triana! ¿Qué derechos pueden reclamar?

—No lo sé.

—Llámalas.

— ¿A Yatzil y Elizabeth?

—No, quiero a todas aquí...

Con voz impregnada de sumisión, Triana asintió: —A sus órdenes. —. Con un gesto imperioso, llegó hasta las demás chicas y chasqueó los dedos. — ¡Oigan, todas aquí! —Las mujeres voltearon al unísono. —Debido a ciertos inconvenientes y descontentos, el jefe... desea verlas a todas en su oficina.

— ¿Por qué no viene él mismo? —cuestionó Elizabeth.

— ¡Exacto! Debería ser él quien venga por nosotras. —añadió Cristal, y las demás asintieron en silencio.

—Es orden del jefe. —aclaró Triana. —Lo mejor es que obedezcan.

—No iremos a ningún lado.

Con furia desbordante, Triana empujó la puerta del vestidor con un estruendo que resonó en el aire tenso. Un aura de enojo la envolvía mientras avanzaba con determinación hacia la oficina del jefe. —No quierenvenir. —informó con molestia.

— ¿Cómo es posible?

—Es tal como lo escucha, no quierenvenir.

—Estas mujeres se creen mucho. —Con un gesto de irritación, don Marcelo desechó el cigarro a medio encender y se dirigió con fastidio hacia los vestidores. Un escalofrío recorrió la sala al ver que todas las chicas rodeaban a Yatzil. En ese tenso instante, el silencio se convirtió en la antesala de la tormenta que estaba a punto de desatarse en aquel lugar. — ¿Qué creen que están haciendo? Parece que después de tanto coger ahora se creen todas las mamás de Yatzil.

Sally estuvo a punto de lanzarse sobre él. — ¡Maldito! —gritó mientras Cristal y Ailen luchaban por contenerla. — ¿Cómo te atreves, desgraciado? ¿Cómo puedes hacerle eso a una niña? ¿No tienes corazón?

En un instante que heló el aire, Don Marcelo extrajo una pistola de su funda con precisión letal, apuntando directamente a la cabeza.

— ¡Adelante! ¡Mátame! Te conviene tenerme muerta. —Grito Sally enojada.

Con un gesto de ira contundente, Don Marcelo enfundó su pistola y, entre dientes, espetó. — ¿Saben qué? Ni siquiera sé por qué estoy aquí intentando "dialogar" con ustedes. —Su rostro encendido de furia revelaba la tensión acumulada. Con una autoridad inquebrantable, añadió. —No olviden que yo soy el jefe y todas van a trabajar. ¡Todas! —y dirigió su mirada hacia Yatzil. —Quiero que estén listas antes de las 8:00. —Sentenció antes de salir de los vestidores, llevándose consigo a Triana.

—Creo que lo mejor es dejar las cosas como estaban antes. —opinó Ninon.

—De ninguna manera. —replicó Sally.

—Pero no podemos hacer nada al respecto. —intervino Cristal. —A menos que tengas algún plan en mente.

—Creo que sí. —respondió Sally.

Camino viejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora