LOS SENTIMIENTOS DE UN OSO

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Jisung yacía en el suelo, su cuerpo temblando con la intensidad de sus emociones. Un grito desgarrador rompía en su garganta, resonando en el aire y reflejando el abismo de desesperación que sentía. Sus puños golpeaban el suelo carbonizado una y otra vez, cada impacto enviando una nube de polvo y cenizas al aire. Las lágrimas caían libremente por sus mejillas, mezclándose con la suciedad y el sudor.

El suelo bajo sus manos estaba caliente, las huellas del reciente caos aún yacían ahí. Cada lágrima que caía de los ojos de Jisung parecía evaporarse al contacto con la tierra ardiente, como si el mismo suelo rechazara su sufrimiento.

Con un esfuerzo titánico, Jisung se levantó del suelo, sus piernas temblando bajo el peso del dolor y la culpa. Avanzó tambaleándose hacia donde yacía el cuerpo inerte de Daenna. Al verla, su corazón se rompió en mil pedazos nuevamente. Cayó de rodillas junto a ella, sus manos temblorosas aferrándose a su cuerpo frío y sin vida.

—Perdón... —sollozó, su voz apenas un susurro, ahogado por el dolor—. Perdón, Dae... Soy un inútil. No pude protegerte a ti ni a Minho...

Su llanto se intensificó, cada lágrima que caía parecía llevarse una parte de su alma. Se aferró a Daenna con una desesperación feroz, como si al sostenerla con suficiente fuerza pudiera devolverle la vida, revertir el cruel destino que los había separado. Su cuerpo temblaba convulsivamente, el dolor en su pecho era una herida abierta que nunca sanaría.

El viento susurraba a su alrededor, llevando sus lamentos a los oídos de los que lo rodeaban. No había nadie cerca para consolarlo, y la soledad de su dolor hacía que cada segundo pareciera una eternidad. Las imágenes de Daenna sonriendo, protegiéndolo de todo y de todos, pasaban por su mente, y con cada recuerdo, el dolor se volvía más agudo, más insoportable.

—Lo siento tanto... —Jisung repetía, su voz rota—. Lo siento... Dijiste que me protegerías, diste que siempre podía contar contigo... Por favor vuelve... Vuelve y está vez prometo ser yo quien te proteja.

El suelo ardiente parecía reflejar su tormento interno, cada lágrima que se evaporaba era un testimonio del dolor que consumía su ser. Las fuerzas lo abandonaban, y su cuerpo se desplomaba más cerca de Daenna, como si al acercarse un poco más pudiera compartir una última conexión, un último adiós.

—Jisung —se escuchó la voz del general Akira—. Al fin te encuentro, tenemos que buscar a los demás e irnos.

El castaño levantó la cabeza con esfuerzo y miró al general, quien al percatarse de la escena, abrió los ojos de par en par.

—Daenna... —susurró Akira, con una mezcla de incredulidad y dolor en su voz—. ¿Dónde está Minho?

Jisung rompió a llorar con más fuerza al escuchar el nombre del cuervo, su cuerpo sacudido por sollozos incontrolables.

Akira intentó acercarse para llamarlo, pero fue imposible. La escena ante él era demasiado desgarradora. El pecho del general dolía al verlo así, con el cuerpo inerte de Daenna en los brazos de Jisung. Un sabor amargo llenaba su boca.

—Jisung, por favor, levántate. Debemos irnos... Azuk y dos generales más nos están esperando. No creo que podamos soportar mucho más —imploró Akira, su voz teñida de urgencia.

Pero, por más que el peso de las palabras del general Akira calara en él, Jisung seguía negando con la cabeza, aferrándose aún más al cuerpo inerte de Daenna. Sus dedos se clavaban en su piel fría, como si al hacerlo pudiera devolverle la vida.

Akira soltó un pesado suspiro, su corazón apretado por el dolor y la impotencia. Se acercó con cuidado, intentando separar al joven oso del cuerpo pero en cuanto lo tocó, Jisung empezó a gritar desesperadamente.

Jinetes y Dragones ¹ (MINSUNG)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora