NOCHES OSCURAS

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Especial Akira Kishimoto

La noche estaba desnuda, un vacío negro apenas quebrado por la débil curvatura de la luna creciente. No había estrellas, ni nubes que ocultaran sus luces; simplemente no estaban, como si el cielo hubiera decidido abandonar su manto brillante. Me recosté contra una roca fría, con la cantimplora de vino firmemente sujeta entre mis dedos, y observé a Gavaerys y Myrahela surcar la oscuridad.

El joven Félix me había concedido permiso para que su dragón se uniera al mío esta noche. Una formalidad innecesaria, quizás, pero había algo en pedirlo directamente que sentía correcto. Su respuesta había sido inmediata, aunque su voz titubeó al decir que sí. Podía apostar que fue más por miedo que por genuino entendimiento de mi propósito.

Bebí un sorbo de la cantimplora, dejando que el calor del vino quemara mi garganta. El sabor era fuerte, rústico, algo que había conseguido en un intercambio menor días atrás, pero cumplió con su propósito. En la lejanía, las alas de los dragones se movían con gracia. Gavaerys lideraba, como siempre, mientras Myrahela lo seguía con movimientos más pausados, como si deliberara cada giro y ascenso.

No pude evitar sentir una punzada de algo que se parecía a la envidia, aunque no era del todo eso. Era más profundo, más doloroso. Al menos ellos podían estar juntos. Gavaerys y Myrahela volaban como si fueran uno solo, dos seres que compartían un vínculo que ni la oscuridad de esta noche podía romper. Bebí otro sorbo de vino, dejando que el calor se asentara en mi pecho, pero el vacío seguía ahí, en el mismo lugar donde siempre había estado desde que lo perdí. 

Mis pensamientos no tardaron en ir hacia él. Peetah. Mi mejor amigo. Mi casi hermano. Mi casi todo. Sus risas todavía resonaban en algún rincón olvidado de mi memoria, tan vívidas que por un segundo sentí que si miraba hacia atrás, lo vería ahí, sonriéndome con esa mirada pícaramente arrogante que solo él podía tener. 

Pero cuando me atreví a mirar, solo encontré la noche. 

Él había sido el jinete de Myrahela. La forma en que ella se movía, la gracia en cada aleteo, aún llevaba la huella de su tacto. No importaba cuánto tiempo hubiera pasado desde su muerte, parecía que ella lo seguía buscando en el viento, igual que yo

Peetah y yo éramos del mismo clan, el Clan los Cuervos, nacidos bastardos y huérfanos. Desde que éramos niños, habíamos compartido todo: hambre, frío, cicatrices... sueños. Él solía bromear diciendo que éramos como los dos cuervos que seguían a los dioses de las historias antiguas: inseparables, pero siempre vigilantes, siempre en el borde de algo más grande que nosotros. Nunca tuve el valor de decirle que para mí no éramos iguales, que él no era mi hermano ni mi amigo; era todo lo que quería, era todo lo que quiero.

El vino empezó a saber amargo, o quizás era mi propia tristeza derramándose por los bordes. Si las cosas hubieran sido diferentes... si no hubiéramos nacido como bastardos. Si no hubiéramos sido elegidos por ése cáliz. Si el destino no lo hubiera arrebatado. ¿Estaríamos juntos ahora? 

—En otra vida —murmuré, apenas consciente de las palabras que escapaban de mis labios—. Tal vez en otra vida no hubiera sido tan débil... Tal vez... en otra vida si pude romper aquella cadena.

El viento cambió, levantando un susurro que pareció responderme, pero no había nadie. Solo la luna vacía y los dragones que volaban alto, lejos de mis miserias. Apreté la cantimplora con fuerza, como si con ello pudiera atrapar lo que quedaba de él en mi memoria. Su risa, sus manos, el calor de su hombro apoyado en el mío en noches frías como esta. 

Gavaerys dio un giro amplio en el cielo, y por un instante sus alas se cruzaron con las de Myrahela. Una sincronía perfecta. Cerré los ojos y dejé que las lágrimas cayeran, no porque quisiera llorar, sino porque no podía evitarlo. 

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⏰ Última actualización: Nov 19 ⏰

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Jinetes y Dragones ¹ (MINSUNG)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora