XII

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(ADRIEL)

A pesar de querer alejarme de ella para tenerla a salvo, quise explicarme. A pesar de que ella me dijo que no la siguiera, no podía dejarla marchar sola en todo este caos.

La seguí, a lo lejos podía ver como intentaba luchar por su vida, podía escuchar el silbido de sus pulmones, cada onda de su corazón que pesaba como un martillo de plomo. Estaba apunto de morir. Antes de que su cabeza cayera contra el suelo, pude llegar a tiempo para sostenerla.

—¡Karina, aguanta!

A los segundos, su madre llegó junto a mí, quién nos había seguido lo más rápido que le permitió su edad.

—Debemos ir a casa lo más rápido posible. Allí la verá nuestro médico.

En su casa, la puerta fue abierta con el señor de esta. El señor Blanc abrió los ojos como platos y observó a su esposa esperando una explicación.

—¡Pero Emma!

—No hay tiempo, avisa al médico. ¡Ya!

El señor Blanc corrió hacia el exterior mientras yo era guiado por la señora Blanc hasta el cuarto de Karina. Allí, la coloqué sobre su cama, a su vez, la señora Blanc tomaba un abre cartas del escritorio de su hija y comenzó a rajar el corset que se encontraba sobre la camisa, así tendría un rango de respiración más amplio. Aparté mi vista, pues no era lo más apropiado por mi parte, agarrando aún su mano con suavidad. Enseguida, el médico familiar llegó a nosotros, obligandonos a salir, junto a él, la señora Blanc permaneció en el cuarto. Pude darme cuenta que la casa se había vuelto un caos, pues el servicio se movía de arriba abajo sin parar enviando todo lo que necesitaba el médico. Miré al señor Blanc, quién se encontraba moviéndose de un lado a otro nervioso y con el rostro preocupado. Luego, miré a Luc, el hijo mayor, su cabeza se encontraba entre sus manos, angustiado. No sabía qué ocurría pero estaba seguro que no era la primera vez.

Después de unos minutos que se sintieron horas, la señora Blanc y el médico de familia salieron del cuarto de Karina. Los tres lo miramos expectantes, ansiosos por una respuesta.

—La señorita Blanc se encuentra estable. —Los tres volvimos a respirar con tranquilidad.— Después de mucho esfuerzo conseguimos que su corazón latiera con normalidad.

—¿Se recuperará? —preguntó Luc angustiado.

—A pesar de que esté débil, se encuentra bien. Debéis evitar alterarla. Volveré en una semana para observar cómo progresa.

Debía estar tranquila y a mi lado...ella estaría en problemas siempre. Tenía que marcharme de su lado, definitivamente. A pesar de nuestros acercamientos y que haya descubierto que aquella chica que yacía en esa cama la quería, debía velar antes por su seguridad. Debía cortar los lazos de amor que nos unían de raíz.

Decidí que yo haría la guardia de la noche, su familia debía descansar después de haber sufrido una posible pérdida. Verla dormir por primera vez hizo que mi cuerpo volviera a latir rápido como de costumbre desde que llegué aquí. Con suavidad me acerqué al borde de la cama y acomodé algunos mechones de su cabello, después de haberla tenido casi muerta en mis brazos, ahora permanecía dormida plácidamente como si nada de esto hubiera pasado. Miré el reloj de pared, descubriendo que la noche se había adentrado profundamente, todo había pasado tan rápido que pensé que solo habían pasado minutos desde lo ocurrido en el comercio. Bajé la mano de su cabello y acaricié con suavidad la piel de su mejilla algo sonrojada por las mantas de lana. Con lentitud tomé su mano con delicadeza y besé, con cuidado de no despertarla, el dorso de su mano. Me dolía no poder formar una vida con ella, al menos no normal, su vida consistiría en huir por mi culpa y ella debía formar una familia con alguien normal. Ella debía alejarse de mí, como hicieron sus padres conmigo.

Unos quejidos enseguida me hicieron abrir los ojos, había dormido parte de la noche y la mañana en uno de los sillones del cuarto y ella mientras tanto se encontraba estirándose como si solo se acabara de levantar de un sueño reparador, sin rastro de lo que ocurrió ayer.

—Estás despierta. —Su rostro se giró rápidamente hacia mi, sorprendida.

—¿Qué haces aquí?

La miré algo extrañado de que no recordara nada sobre ayer.

—¿No recuerdas nada? —Volvió a mirarme como si no entendiera nada.

—No. ¿Podrías dejar las incognitas y contarme el por qué de que estés en mi cuarto? —Sin querer mi vista bajó a su pecho, el cual, intentaba destacar bajo la fina tela del camison pero con un ligero calor en mi rostro, subí mi vista de nuevo a sus ojos intentando mantener aquel perfil distante.

—Dejame avisar a tu madre primero.

—¿Por qué?

—Porque creo que no estás con las ropas adecuadas para hablar con un hombre ahora mismo.

Sin mediar más palabra, salí del cuarto y avisé a su madre, quién se encontraba en la cocina con la mirada perdida. La mujer con prisa fue al cuarto y yo me quedé esperando en el pasillo de la casa. Cuando pude entrar, Karina se encontraba sentada en el sillón frente a la chimenea y yo procedí a hacer lo mismo. Quería consolarla, por lo que intenté tomar su mano, la cual aportó antes de que pudiera llegar a tomarla. Aún seguía enfadada y la entendía, quería explicaciones pero no podía dárselas. Proseguí a contarle lo ocurrido y mientras procesaba la información en silencio, decidí irme. Mientras me colocaba el abrigo, ella irrumpió el silencio en un murmullo.

—Ni siquiera piensas disculparte...

Sabía que le dolía, ella finalmente se había abierto, yo también y le cerré las puertas en la cara. La entendía pero era lo mejor.

—Es lo mejor para ti. —dije intentando mantener aquella pared que estaba construyendo entre los dos.

—¿O para ti? —Su mirada mostraba dolor y una chispa de esperanza de que yo cediera en mi comportamiento.

Mi contestación se convertiría en nuestro final, sería el comienzo de nuestro distanciamiento y la perdería para siempre. Perdería a la única mujer que he querido en mi vida. El nudo en la garganta me ahogaba, así que apretando los puños y aguantando el dolor de mi corazón, nos sentencié.

—Es por tu bien.

Y sin mirar atrás, salí de su cuarto y de su casa con el corazón aplastado por el peso de mi decisión.

En los días siguientes, me concentré en mi trabajo, en la misión que me encomendó el Sumo Cardenal, encontrar a la bruja. Había estado mucho tiempo sin prestar atención a mi alrededor, si me fijaba lo suficiente, el olor a bruja, el cual era una mezcla de olores de hojas secas, miel, vainilla y té, se encontraba impregnado en el pueblo. A pesar de ser sutil, significaba que la bruja residía aquí y por lo tanto me confirmaba el hecho de mi ineptitud en mi trabajo. El olor nunca permanecía en un lugar, siempre se movía de lugar el origen del olor, haciéndome suponer que la bruja era consciente de su olor.

Todos los días quedaba exhausto ante la búsqueda, pues aunque intentaba llegar al punto cero del olor, este siempre me enviaba a un lugar sin sentido. A veces a algún descampado, otras al mercado, otras muchas a casas abandonadas y derruidas. Era un laberinto sin salida, fuera quien fuese, era una bruja bastante experimentada. Periódicamente, solía dirigirme de nuevo a la parroquia, informando sobre los avances de la investigación, a pesar de las inconformidades del Sumo Cardenal y el Obispo.

En la noche, evitaba dormir, pues cuando cerraba mis ojos, la mirada triste de ella aparecía en el fondo de mi mente, adueñándose de mi sueño la culpabilidad. Mi vida se había vuelto una rutina un tanto amarga, pues por la mañana recorría el pueblo en busca de pruebas y en la noche traspasaba todo por escrito, así una y otra vez. Había vuelto realmente a mi rutina habitual pero esta vez...esta vez se sentía amarga y la oscura soledad se sentía pesada sobre mis hombros. 

ECLIPSEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora