VII

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(SELENE)

Las semanas pasaron con gran lentitud, una lentitud desgarradora y semanas en las que no supe más de Adriel. Tras nuestro baile y escuchar esa frase, huí de allí con la excusa de que me encontraba mal. Huí por primera vez, sintiendo cobardía, sintiendo miedo, miedo de sentir debilidad, miedo de querer a alguien.

Había pasado las semanas intentando sumergir mi mente en los libros científicos de mi padre y en pintar cuadros de paisajes, pero la imagen de Adriel se mantenía firme en el fondo de mi mente. Siendo sincera mentiría diciendo que me parecía genial la idea de que no apareciera ni me diera señales de vida, pero por muy extraño que me pareciera lo extrañaba, anhelaba verlo como si fuéramos conocidos de toda una vida, pero me dolía su poco interés en verme. Pero qué esperaba, había huido de allí sin ni siquiera despedirme.

Apoyé mi frente sobre el escritorio de madera oscura que se encontraba en el despacho de mi padre, frustrada por el torbellino de pensamientos contradictorios que pasaban por mi mente. Quizás esta lejanía, ayudaría a aclarar mi mente. Unos toques en la puerta hicieron eco en la habitación y tras eso, la puerta de madera barnizada se abrió, dando paso a mi madre.

—Selene, te buscan.

Un atisbo de esperanza se apoderó de mi pecho, con la ilusión de que fuera él, que se marchitó en un segundo al notarlo.

Me levanté de la mesa, intentando mostrar una tranquilidad que no había, frente a mi madre. En la puerta, me esperaban mis dos amigas y aunque me alegrase de verlas la decepción se hizo paso en mi cuerpo.

—¿Quieres dar un paseo? Llevas mucho tiempo sin salir. —La dulzura característica de Hannah se hizo hueco a mi.

—O puedes venir a nuestra casa. —prosiguió Viktoria con desdén pero sabía que en verdad se preocupaba.

El sonido de unas pisadas sobre las piedras de la calle interrumpieron mi contestación, tras mis amigas una figura masculina, más alta que yo, hizo presencia. Mis amigas se giraron en dirección y yo levanté mi vista, viendo a Adriel.

—Creo que mejor os dejamos a solas. —añadió Viktoria tomando a su hermana de la muñeca y llevándosela.

Ambos nos miramos, él esperando una palabra por mi parte y yo incómoda ante su presencia.

—Estoy aquí porque tus padres solicitaron verme. —Lo miré desconcertada— No es nada malo...o eso creo. —añadió mirando hacia otro lado.

Me hice a un lado de la puerta para que pudiera pasar y con un ligero movimiento de cabeza, se adentró. Tras él, lo seguí hasta el salón, donde se encontraban mis padres, mi madre se encontraba bordando y mi padre echando cálculos en su cuaderno de cuero. Mi madre al verlo, le sonrió de oreja a oreja y me echó una mirada cómplice, haciendo que rodara los ojos. En cambio, mi padre levantó con lentitud su mirada ojerosa, por encima de sus gafas, hacia nosotros. Dejó la libreta a un lado y se levantó del sillón.

—Gracias por venir, señor Dohan. Pase y tome asiento. —Adriel hizo una reverencia y caminó hasta una de las tantas sillas tapizadas del salón.— Karina, avisa al servicio, que preparen té.

Dudosa, pues quería escuchar la conversación, asentí y con paso lento me dirigí a la cocina. Según me alejaba, mi padre comenzó a hablar y yo me detuve en el pasillo a escuchar.

—Bien, le invité para pedirle un favor.

Suavemente, me deslicé por la pared para quedar más cerca del marco del salón.

—Claro, ¿sobre qué trata? Aún me siento en deuda por vuestra hospitalidad. —prosiguió Adriel.

Una de las sirvientas del servicio salió de una de las tantas habitaciones de la casa y la llamé con cuidado.

— Traenos té, por favor. —susurré.

La sirvienta, asintió y yo volví al salón, quería oírlo presente, no a escondidas, si mi padre quería hablar sobre algo de nosotros dos que lo hiciera delante mia. Cuando volví a la estancia y me senté en el sofá junto a mi madre, esta acarició mi espalda con suavidad, como...¿si me diera ánimos?. Justo cuando iba a seguir mi padre la conversación, la doncella trajo una bandeja de té y repartió para cada uno una taza.

—El favor que necesito...es un albañil más.

En ese instante, no pude evitar casi escupir mi té haciendo que me atragantara. Todos se giraron hacia mí y yo solo hice un gesto mientras aguantaba la tos. Adriel cerró sus ojos, como si le hubieran quitado un peso de encima.

—¿Un albañil? Señor Blanc, me encantaria ayudarle pero lo mio son los cálculos y vender. —Pude notar duda en aquellas palabras.

—Lo entiendo pero estoy un poco desesperado, sin un albañil más, no se podrá dar la obra y nadie más quiere participar. El resto de albañiles pueden enseñarte. Te pagaré bien. —Se apresuró a decir.

Adriel, un poco entre la espada y la pared, guardó silencio mientras miraba su taza. Todos en la sala, incluida yo, lo miramos expectantes en su respuesta.

—Está bien, señor Blanc, le ayudaré.

Ahí me encontraba, a las siete de la mañana preparando una cesta de comida para mi hermano, mi padre y...para Adriel. Mi padre entró en la cocina, dándonos los buenos días y un beso en la coronilla a ambas. La puerta principal sonó, anunciando que ya había llegado, al escuchar sus pasos no pude evitar ponerme algo nerviosa, era otoño pero de repente sentí el calor del mismo infierno lyrine. Levanté mi vista, encontrándome sus ojos azules observando todo mi ser profundamente, a su lado se encontraba mi hermano, quién terminaba de atarse en una coleta su media melena.

—Buenos días, familia Blanc. —saludó con una sonrisa.

—Buenos días Adriel. —saludó encantadora mi madre.

En ese momento, terminé de alistar las tres cestas y a cada uno le dí la suya.

—Le hice unas provisiones, como agradecimiento.

—No hacía falta pero muchas gracias, señorita Blanc.

¿Señorita Blanc? ¿Había retrocedido nuestra cercanía o solo quería disimular delante de mi familia? Confusa lo miré y él se mostró agradable pero distante conmigo. Mi madre me tomó del brazo y me arrastró detrás de los tres hombres presentes hasta el exterior.

—Tened cuidado. —Comenzó a hablar mi madre— Karina y yo iremos a lo largo de los días a traer provisiones.

Mi hermano y mi padre se despidieron con la mano desde lo alto de sus caballos, mientras que Adriel se limitó a mirarme e hizo un gesto con su cabeza en forma de despedida. Iban a ser unos años muy largos...

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