IV

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(SELENE)

Al día siguiente, salí de casa a dar mi paseo matutino de siempre e ir al lago, así podría pensar en como acercarme al comerciante de manera tranquila.

Con paso tranquilo, mientras bajaba la calle, me topé con la casa del señor Dohan, y a su vez, con él saliendo de esta.

—Buenos días, señorita Blanc. —saludó con entusiasmo.

Algo incómoda por el encuentro inesperado, sonreí a su saludo y saludé ligeramente de vuelta con la mano. El señor Dohan, con prisa terminó de cerrar la puerta y con paso rápido se dirigió a mí, por lo que me aclaré la garganta mientras lo observaba expectante.

—¿Durmió bien en su primera noche, señor Dohan? —pregunté cortés cuando llegó a mi.

— Aún me estoy adaptando. —respondió con una amplia sonrisa— Gracias por preguntar.

Un silencio incómodo reinó entre nosotros y no podía evitar apartar la mirada de él. Debía aceptar, que este chico, me ponía un tanto incómoda y nerviosa.

—Y...¿A dónde se dirige tan temprano?

—Me gusta ir temprano al santuario...para rezar. —dijo con prisa lo último— Es una costumbre familiar.

Ante la respuesta, la incomodidad creció aún más en mí, asentí y sonreí aún más incómoda. Siendo sincera, aunque tenía la sospecha de que es un cazador, no me esperaba esa respuesta, hubiera preferido que me mintiera con que tenía que reunirse con alguien debido a su trabajo.

—Aunque podría preguntarle lo mismo. —añadió sacándome de mis pensamientos.

—Solo estoy dando un paseo matutino. Costumbre también. —contesté con una sonrisa sincera.

El señor Dohan sonrió divertido, pues se había dado cuenta que había usado quizás su misma excusa. Ambos nos miramos a los ojos por primera vez desde que nos vimos, aunque aún seguía habiendo curiosidad en ambos, los dos éramos conscientes de que algo ocultabamos, pero eso en cierta parte, nos divertía. Las campanadas del santuario comenzaron a sonar gritando que eran las siete de la mañana, sacándonos de nuestros pensamientos pero aún así nuestros ojos seguían conectados. No podía apartar mis ojos de esos ojos azul hielo.

—Debo marcharme al santuario, si no, se me hará tarde. —Se excusaba mientras aún me miraba.

—Si...Yo también debería marcharme o se me hará tarde... —contesté algo embobada todavía.

Entonces, él apartó su vista de mí y se despidió con una reverencia, haciendo yo lo mismo. Con paso apresurado, se marchó calle arriba en dirección al santuario y yo no pude evitar quedarme ahí pasmada observando cómo se marchaba. Después de unos segundos, me giré y comencé a caminar de nuevo hacia el lago, algo ausente a decir verdad, pues cada vez que me encontraba cerca de él una sensación extraña recorría mi cuerpo. Era como si alguien me llamara y una energía electrizante me subía de pies a cabeza, mi pecho se encoge y la adrenalina se apodera de mi cuerpo. Y en ese momento, la idea de ir tras él al santuario cruzó en mi mente, pues así podría acercarme más a él y ver a una joven sola en el lago solo lo alertaría más.

Caminé con paso apresurado a mi casa, para tomar mi velo de color negro a juego a mis guantes de encaje y mis ropajes, no pude evitar observar, antes de salir, la mirada sorprendida de los del servicio. Al salir de nuevo, las miradas extrañas de los vecinos no tardaron en aparecer, pues no estaban acostumbrados verme cumpliendo con mis deberes religiosos públicamente y mucho menos verme por la zona del santuario fuera de una celebración importante.

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