XI

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(ADRIEL)

La idea de olvidarla cruzaba mi mente cada poco tiempo, incluso después de su hermoso regalo. Sabía que esto estaba mal, fuera de si ella era o no la nacida en eclipse de Sol y con ello la bruja, yo tenía un trabajo y realicé unos votos que impedían todo lo que estaba sintiendo este año y medio. Cuando pude desligarme de aquella familia, una invitación por parte del gobernador llegó a mi casa. Se trataba de un baile, un baile de máscaras, para celebrar el nuevo santuario. Era consciente de que la familia Blanc iría, en más de una ocasión pude escuchar entre los jornaleros sobre que el duque Lothessu y el señor Blanc eran muy amigos. Y entonces llegó a mi mente, quizás debía dejar mi cargo de sacerdote y pedirle de una vez que fuera mi pareja. Quizás debía dejar de lado mis miedos y abrirme un nuevo camino en la vida.

Ser sacerdote no estaba ligado a ser cazador y mucho menos al revés. Muchos cazadores tenían sus familias, sus amoríos e incluso muchos de ellos en cada viaje mantenían una vida...amorosamente activa, por así decirlo. Si ella es la bruja, la aceptaré. Ya nada me importaba, solo ella me importaba.

En la mansión de los Lothessu, el sentimiento de miedo comenzó a galopar en mi interior, si no era aceptado por ella había malinterpretado todo y habría quedado en algo anecdótico para mí mismo, pero si no era así, si ella de verdad me quería, igual que yo a ella, se abriria frente a mi un mundo completamente desconocido, el de amar.

En la lejanía, pude divisar a Karina observar con admiración las pinturas y los detalles en oro del lugar, a los pocos minutos se encontró con sus amigas en el que estuvo un buen rato conversando y hablando con ellas pero al poco tiempo su padre la entregó para bailar con un joven, el cual desconocía. Un ápice de celos y nerviosismo no tardaron en llegar, a su vez, la sospecha de un posible prometido comenzó a florecer en mi interior, pues aunque había estado bastante cerca de la familia todo este año a causa de la obra del santuario, lo más probable es que desconociera que haya sido prometida a algún hombre durante ese periodo. Observando la escena, poco a poco mis preocupaciones comenzaron a calmarse. Karina, a pesar de que el chico poseía un gran porte, ella no posó sus ojos en ningún momento en el que estuvieron juntos y una chispa de esperanza comenzaba a arremolinarse en mi interior. Fue en ese instante en que tomé fuerzas y me acerqué al señor Blanc. Finalmente me sinceré ante él y pedí bailar con su hija, él solo mostró una amplia sonrisa, satisfecho, dándome a entender que estaba feliz por haber tomado el primer paso al fin. Ahí pude ver, que mi amor por ella, aquel por el que me había esforzado en esconder desde el principio, era un secreto a voces entre los demás, solo nosotros no éramos conscientes de la verdad de nuestros corazones.

Tras el baile, el señor Blanc volvió junto a ella. No pude evitar bajar mi mirada hasta mis zapatos, no estaba preparado para ver el rechazo en sus ojos pero cuando comencé a escuchar el sonido de unos tacones contra el mármol del suelo llegar a mí, levanté mi rostro, encontrándome al señor Blanc entregándome a ella y lo que había en su rostro, no era el desagrado, era el miedo de ceder ante sus sentimientos. Tembloroso, tomé su mano con suavidad y cuando ella se acercó a mí, coloqué la otra en su cintura.

La música dió el comienzo del baile pero me quedé tan hipnotizado por sus ojos, esos ojos avellanas, que todo a mi alrededor dejó de existir, el resto de parejas bailando, el sonido de los instrumentos, mi cuerpo se movía por intuición y no por la mente, pues mi mente estaba ocupada analizando todo de ella. La energía electrizante que viajaba por mi cuerpo por cada contacto de ella, me hacía perder la cabeza, cualquier pensamiento de coherencia se desvanecía al sentir su toque.

La música terminó y pude ser consciente de nuestros cuerpo pegados y extasiados. Me moría por besarla, ya todo daba igual, las personas que nos rodeaban, mi trabajo, mi devoción, mi religión, la estúpida profecía a la que estaba ligado, todo daba exactamente igual. Ella expectante me miraba con unos ojos suplicantes, deseosos por una cercanía más allá del baile pero en unos segundos esa expresión se desvaneció e intentó huir, como el año anterior, pero debía confesarme, debía hacerlo ahora que me armé de valor.

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