La Gala

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Eran las ocho de la mañana cuando escuché pasos acercándose a mi habitación

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Eran las ocho de la mañana cuando escuché pasos acercándose a mi habitación. La familiaridad del sonido me hizo cerrar los ojos con resignación. Sabía exactamente quién estaba detrás de esa puerta.

-Señorita Grace, ¿está despierta? -escuché la voz de Roger, su tono tan firme y puntual como siempre. Cada mañana, él se encargaba de asegurarse de que estuviera lista para cualquier evento, como un reloj humano que marcaba el ritmo de mi vida.

Me moví lentamente en la cama, sintiendo una pesadez en los músculos, como si la noche no hubiera sido suficiente para descansar del todo. Al asomarme por el borde, me senté y tomé mi teléfono, observando la hora. La luz del sol se filtraba a través de las cortinas, iluminando suavemente la habitación en un resplandor cálido que parecía burlarse de mi cansancio. Sentí un suspiro ahogado en mi garganta; la luz del día me recordaba que otra rutina agotadora estaba por comenzar. Luego de unos segundos de introspección, me levanté con una resignación palpable y me dirigí hacia la puerta.

-Buenos días a ti también, Roger -dije, intentando ocultar el mal humor que amenazaba con asomarse.

Roger, siempre impecable y puntual, me esperaba con una hoja en la mano. -Señorita, aquí está su itinerario para el día de hoy. El maquillista viene a las tres, a las cuatro tiene la sesión de fotos, a las cinco es la prensa y a las siete la entrada por la alfombra roja.

Cada palabra caía como una losa sobre mis hombros, detallando una rutina que conocía demasiado bien. Sentí una mezcla de aburrimiento y ansiedad al escuchar la agenda del día, la monotonía era casi tangible, como una bruma que se había asentado sobre mi vida.

-Gracias, Roger -respondí, intentando no mostrar demasiado desinterés, aunque estaba segura de que él ya sabía lo poco que me importaba todo.

Roger asintió, dándose la vuelta para marcharse, cuando un pensamiento me asaltó, obligándome a hablar con un tono que trataba de esconder mi frustración.

-Roger, ¿sabes si papá desayunará en la mesa?

Noté cómo se tensaron los músculos de su espalda bajo la camisa, antes de girarse para mirarme con sus lentes oscuros. Con un movimiento lento, se los quitó, revelando una mirada llena de empatía y comprensión, una que solo Roger sabía cómo transmitir.

-Lo siento, Grace. Sabe que hoy es un día muy ocupado para él.

-Como todos los días -murmuré para mí misma, sintiendo cómo la soledad volvía a invadirme. La sensación de ser una figura insignificante en la vida de mi padre se hacía cada vez más evidente. Él nunca tenía tiempo para mí, siempre encerrado en su oficina, mientras yo lidiaba con el vacío y la soledad que dejaba su ausencia.

Roger, siempre atento, percibió mi estado de ánimo e intentó suavizar la situación. -Si quiere, la llevo a algún lugar para comer o le digo a Kate que le prepare algo y se lo traiga. Sé que le gusta la comida casera, ¿a que sí? -dijo, intentando arrancarme una sonrisa con su tono amistoso. Su esfuerzo por alegrarme era como un rayo de sol en medio de la oscuridad.

El Misterio De Un Corazón RotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora