𝐌𝐞𝐦𝐨𝐫𝐢𝐚𝐬

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Mitsuya, que aún estaba procesando la interacción, se quedó quieto un momento mirando cómo Akemi entraba a su casa. La última frase de la chica, "Mejor suerte la próxima, chico bueno", le llegó con un dejo de ironía que lo hizo sonrojarse levemente, aunque no lo suficiente como para mostrarlo abiertamente.

Se dio la vuelta, listo para marcharse, pero cuando metió la mano en los bolsillos, notó que el paquete de cigarrillos había desaparecido. Por un segundo, se quedó confundido, revisando sus bolsillos una y otra vez. "¿Dónde están mis cigarrillos?", pensó, sin saber si él mismo los había guardado o si Akemi había hecho algo mientras charlaban.

Aunque se sintió un poco molesto por no entender qué había sucedido, también había algo reconfortante en el hecho de que ella se había ido sin seguir peleando. "A la próxima," murmuró para sí mismo, sintiendo que, al menos, había dado un paso hacia una extraña reconciliación.

Suspiró, y con una sonrisa torcida, comenzó a caminar de vuelta a su casa. No sabía si Akemi lo había hecho intencionadamente o si simplemente era parte de su actitud rebelde, pero algo en esa pequeña interacción lo hizo pensar que, quizás, las cosas podrían mejorar entre ellos en el futuro.

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Kisaki observaba a Akemi con una intensidad que no pasaba desapercibida. Aunque lo hacía de manera sutil, con disimulo, Akemi sentía esa mirada clavada en ella todo el tiempo. Era como si el chico estuviera observando cada uno de sus movimientos, cada uno de sus gestos. Esa sensación de incomodidad la hacía querer reaccionar de forma impulsiva, como siempre hacía, pero algo la detenía: su hermano mayor, Shuji, quien siempre estaba atento a sus reacciones.

Shuji, conocedor de los patrones de comportamiento de Akemi, sabía lo que podría ocurrir si ella se dejaba llevar por su ira. Aunque él no quería que ella hiciera nada que pudiera ponerla en peligro, entendía sus frustraciones, especialmente con alguien como Kisaki. A menudo, los ojos del chico de gafas se posaban en Akemi de una manera que parecía más una estrategia que una simple observación casual, y eso la hacía sentirse vulnerable.

Lo que Kisaki no sabía era que, aunque su plan parecía estar avanzando sin problemas, siempre había algo o alguien que se interponía. Esa pequeña "piedra en el camino" que lo sacaba de quicio era Takemichi Haganaki. Siempre que Kisaki pensaba que estaba a punto de lograrlo todo, algo relacionado con Takemichi ocurría para alterar el curso de sus planes, causando que todo se viniera abajo.

Kisaki no soportaba que Takemichi, quien parecía tan fuera de lugar, tuviera una capacidad inexplicable de alterar sus planes. Y cada vez que esto ocurría, la irritación del chico de gafas aumentaba. Takemichi no era parte de su juego, no era parte de su plan, pero parecía que, de alguna manera, siempre lograba frustrarlo.

Mientras tanto, Akemi, aunque consciente de las intenciones de Kisaki, no sabía qué tan cerca estaba de convertirse en pieza clave en un juego mucho más grande de lo que podría imaginar. Todo se estaba tejiendo lentamente, y aunque ella pensaba que su día a día seguía siendo normal, las piezas del rompecabezas estaban cambiando a su alrededor sin que ella lo supiera del todo.

Akemi se acomodó en el sofá con su libro, buscando una escapatoria de la tensión que siempre flotaba en el aire cuando Kisaki estaba cerca. Su hermano, como siempre, estaba allí, tomando su cerveza y fumando, sin preocuparse por lo que estaba a su alrededor. Akemi lo miró un momento, sabiendo que alguna vez, tarde o temprano, esos vicios lo destruirían. Pero no era su lugar hablar de eso.

𝓣𝓱𝓮 𝓖𝓸𝓭 𝓸𝓯 𝓭𝓮𝓪𝓽𝓱Donde viven las historias. Descúbrelo ahora