𝓔𝓼𝓽𝓻𝓮𝓵𝓵𝓪𝓼

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—Debiste decirme... —murmuró Mitsuya, con una mezcla de reproche y ternura en su voz, mientras sostenía a Akemi contra su pecho.

Akemi, sorprendida por la cercanía y el afecto, no dijo nada. Se quedó allí, en silencio, evitando mirar el rostro de Mitsuya, incapaz de hablar sobre lo que había sentido al despedirse de su hijo, ni sobre el dolor que aún la consumía. La confusión y el alivio de estar en los brazos de Mitsuya la invadían por igual. Pero lo único que podía hacer ahora era cerrar los ojos y dejárselo llevar, aunque su mente seguía dando vueltas a todo lo que había ocurrido.

Akemi escuchó la puerta abrirse de golpe, el sonido de los pasos apresurados de Luna entrando casi por la fuerza, solo para ser detenida por Nana, quien parecía intentar calmarla

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Akemi escuchó la puerta abrirse de golpe, el sonido de los pasos apresurados de Luna entrando casi por la fuerza, solo para ser detenida por Nana, quien parecía intentar calmarla. Los gritos de Luna comenzaron a llegar hasta la habitación, su furia evidente a través de la puerta cerrada. Mitsuya, con su calma habitual, tuvo que intervenir para evitar que la situación se desbordara, y Akemi se quedó allí, en la habitación, en silencio, con la mente aún agitada por lo que había sucedido.

En ese momento, el teléfono de Akemi vibró en la mesa de noche. Al ver la pantalla, notó que el número de Shuji aparecía en la pantalla rota, la llamada provenía de él. Su instinto fue ignorarla, lo que le costó un esfuerzo considerable, pero sabía que no contestar sería lo mejor. Estar ahí en ese momento solo traería más problemas, más conflictos. Su situación ya era complicada, y no quería empeorarla.

Con rapidez, Akemi tomó la chaqueta que Mitsuya había dejado sobre la cama, ya que la suya había sido retirada por Nana. Con una mirada furtiva hacia la puerta, comprobó que Nana y Luna seguían ocupadas en su discusión, y la oportunidad era perfecta para escapar. Sin pensarlo demasiado, Akemi abrió la ventana y miró hacia abajo, calculando la distancia hasta el suelo. Su plan era simple: saltar. No sería la primera vez que lo hacía, y sabía que podría hacerlo con relativa facilidad.

El sonido de la lluvia había cesado por completo, y las calles se veían tranquilas, algo solitarias. Con un suspiro de alivio, Akemi dio el salto. El impacto fue suave, y pudo ponerse de pie rápidamente, sin mayores dificultades. A pesar del esfuerzo, la sensación de libertad la invadió. Su respiración se calmó al ver que no había sido vista, y decidió caminar con paso firme, cubriéndose con la mascarilla que había tomado de la habitación de Nana.

Las calles estaban desiertas, la mayoría de las personas ya se habían refugiado de la tormenta. Solo el sonido de sus propios pasos acompañaba su camino, y a medida que avanzaba por el barrio, la sensación de estar sola, lejos de las personas que podían complicar aún más su vida, la hizo sentir algo de paz. No sabía a dónde iba exactamente, solo sabía que necesitaba alejarse. Necesitaba tiempo para pensar, para aclarar sus pensamientos y decidir qué hacer a continuación.

Akemi miró la fotografía que encontró en la billetera de Mitsuya, la cual la hizo detenerse por un momento, como si el tiempo se detuviera en ese instante. La imagen mostraba a Mitsuya sonriendo junto a ella en un festival de Navidad, una foto tomada con una calidez y una luz que hacía tiempo no veía. Aunque ella misma había sido reacia a salir, recordaba lo que había sentido en ese día: la tranquilidad que vino con el frío aire de la noche, el resplandor de las luces del festival, y la compañía inesperada de él, alguien que había insistido tanto en compartir un simple momento, a pesar de su actitud distante.

𝓣𝓱𝓮 𝓖𝓸𝓭 𝓸𝓯 𝓭𝓮𝓪𝓽𝓱Donde viven las historias. Descúbrelo ahora