𝓔𝓵 𝓢𝓮𝓰𝓪𝓭𝓸𝓻

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El ambiente alrededor de Shuji era tenso y oscuro, reflejo de la forma en la que él mismo había crecido. Aquel chico al que había golpeado no se merecía más que la violencia que había recibido, o al menos eso pensaba Shuji. Había cruzado una línea al intentar tocar a Akemi, y para Shuji, eso era imperdonable. Pero, al mismo tiempo, lo que hacía no lo llenaba. Golpearlo hasta dejarlo tirado en el suelo, ensangrentado, no le daba satisfacción, pero le proporcionaba una extraña sensación de control, algo que raramente podía experimentar en su vida caótica.

Akemi, sentada en la acera con su celular en mano, parecía completamente ajena a la brutalidad que acababa de presenciar. No es que le importara demasiado. Desde que había aprendido a caminar, había estado rodeada de violencia, de peleas, de gente que no podía entender lo que significaba tener una familia funcional. Su hermano nunca había sido un niño común, siempre estaba en peleas, siempre estaba mostrando esa fachada ruda que lo hacía temido, y Akemi, aunque veía lo que pasaba, ya no se sorprendía. Después de todo, era la única manera en la que él podía protegerla, y eso le bastaba.

Al terminar su "trabajo", Shuji se encendió otro cigarro. Mientras expulsaba el humo hacia el aire, sus ojos no se apartaban de la figura herida del tipo en el suelo. No necesitaba palabras. El tipo comprendió la advertencia implícita. Era un mensaje claro, uno que Shuji daba sin titubeos. Nunca te metas con mi hermana.

Akemi levantó la vista un momento, viendo la escena con desinterés. Se levantó lentamente, guardando su celular en el bolsillo de su uniforme, y caminó hacia su hermano. Aunque la situación le pareciera normal, había algo en su interior que la perturbaba. Lo que Shuji hacía no estaba bien, pero ¿quién era ella para juzgarlo?

— ¿Terminaste? —preguntó Akemi, como si realmente no le importara lo que había sucedido, pero había algo en su tono que delataba que no era del todo indiferente.

Shuji asintió con desgano, como si todo eso fuera parte de una rutina diaria. La caminata hacia la secundaria era algo que siempre hacían juntos, pero ese día había una carga distinta en el aire, como si la presión de todo lo que vivían juntos estuviera comenzando a afectarles más de lo que querían admitir.

El resto de la mañana pasó sin mayores problemas. Shuji, como siempre, ignoraba las clases y se dedicaba a su rutina de pelear, fumar y evitar cualquier tipo de autoridad. La camiseta manchada de sangre era solo un accesorio más para él, algo tan común que ni los profesores se sorprendían ya. La mayoría de los docentes simplemente le sugerían que se pusiera una sudadera y siguiera con su día, sabían que si le pedían que se cambiara, probablemente no lo verían el resto del día.

Akemi, por su parte, se sentaba en su lugar, casi siempre sola, aunque no le molestaba. Su hermano era lo único que importaba, y no necesitaba amigos. Los chicos del salón no se atrevían a mirarla, no porque fuera especial o destacada, sino porque simplemente era mejor no llamar la atención del hermano mayor. Las chicas del salón tampoco se acercaban a ella, y aunque algunas lo intentaban, rápidamente se daban cuenta de que Akemi no tenía tiempo para juegos tontos.

El día continuó sin mayores altercados. Shuji esperó afuera del instituto como siempre, a la salida de clases, encendiendo otro cigarro, mientras su mirada recorría la calle en busca de algo que lo mantuviera distraído. Akemi salió unos minutos después, y cuando sus ojos se encontraron, simplemente continuaron caminando en silencio hacia su casa.

La tarde avanzaba, y el peso de lo que cada uno de ellos estaba viviendo se hacía más palpable. Aunque sus vidas no fueran normales, no sabían otra manera de existir. Shuji había aprendido a ser quien era porque no tenía más opción, y Akemi, aunque le preocupaba su hermano, sabía que él era su único refugio en un mundo que les había dado la espalda.

𝓣𝓱𝓮 𝓖𝓸𝓭 𝓸𝓯 𝓭𝓮𝓪𝓽𝓱Donde viven las historias. Descúbrelo ahora