Capítulo 6

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La fecha de la boda se fijó para la semana siguiente, y Lisa llegó al umbral de los Kim a las diez en punto de la mañana designada para convertir a Jennie en su legítima esposa. El plan parecía bastante sencillo: un matrimonio rápido, pasaría unos cuantos meses cuidando de Jennie, y luego devolvería a la joven a casa de sus padres. ¿Qué podría salir mal? A Lisa le parecía que la respuesta a esta pregunta era: todo. Desde el instante mismo en que entró en la casa, empezó a tener dudas, muchísimas dudas.

...

Como una niña curiosa obligada a subir al piso de arriba mientras había invitados en casa, Jennie se encontraba sentada en el rellano que daba al recibidor. Su pequeño rostro quedaba enmarcado por los balaustres de caoba y sus ojos estaban exageradamente abiertos por la perplejidad, mientras observaba todo lo que estaba pasando abajo. El reverendo Widlow, el pastor que iba a oficiar la ceremonia, había llegado apenas unos segundos antes que Lisa y un criado lo conducía al salón. Dos peones transportaban uno de los baúles de Jennie a la planta baja. Las criadas corrían de aquí para allá. Cualquiera podría darse cuenta de que algo fuera de lo común estaba a punto de suceder allí.

...

Cuando Lisa entró en el recibidor, Jennie se quedó completamente paralizada y su rostro pareció perder hasta la última gota de sangre. No se necesitaba ser una genio para comprender que la pobre chiquilla creía que era Lucio. Dada su incapacidad intelectual, ella no sabía cómo sacarla de ese error. Como tanto le gustaba a la gente recordarle, ella era la viva imagen de su hermano. A Lisa no le parecía que la semejanza fuese tan profunda; pero para Jennie, quien sin duda recordaba todo lo relacionado con Lucio como una imagen borrosa, de pesadilla, las diferencias entre ellos no parecían ser tan evidentes.

Temerosa de que la novia sufriera un ataque de pánico, Lisa paró en seco. Aun a una distancia de siete metros, ella podía sentir el miedo de ella. Electrizante, flotaba en el aire que había entre ambas, poniéndole la carne de gallina.

Con su metro ochenta y ocho de estatura, la criadora de caballos era una cabeza más alta que la mayoría de los hombres. Por infinidad de razones, en distintas ocasiones deseó ser más baja, pero nunca tanto como en aquel momento. Se había quitado el sombrero antes de entrar en la casa, de manera que en aquel instante no podía descubrirse de golpe para parecer más baja. A juzgar por el terror que se reflejaba en los ojos de Jennie, encorvar los hombros tampoco le estaba ayudando mucho. Era una mujer grande. Había muy poco que pudiera hacer para ocultar ese hecho. Con una chica como Jennie, que tenía todas las razones del mundo para estar asustada, éste era un incuestionable punto en contra.

Si ella fuese capaz de hablar, de entender, Lisa habría podido tranquilizarla. Tal y como estaban las cosas, todo lo que podía hacer era quedarse allí e intentar expresar con su mirada lo que no podía decirle con palabras; concretamente, que ella no era Lucio y que no había sido cortada con la misma tijera que su hermano. A ella nunca se le ocurriría hacerle daño, ni tampoco permitiría que ninguna otra persona se lo hiciera.

―Hola, Jennie ―dijo al fin en voz baja.

Cuando Lisa habló, ella pasó a fijar toda su atención en la boca de Lisa, y una expresión de absoluto desconcierto cruzó por su rostro. A Lisa se le cayó el alma a los pies, pues había esperado que ella pudiera entender al menos unas pocas palabras. Convencida de que no era así, metió las manos en los bolsillos de su pantalón y cerró los puños.

La manera en que ella la miraba hacía que se sintiera como un monstruo. Un monstruo gigante. Esbozó lo que esperaba que fuese una sonrisa de apariencia inofensiva, pero sentía su rostro tan rígido que temía que más bien pareciese una mueca. Por si ella podría caer en la cuenta de que ella no era Lucio si lograba verla bien, se acercó un poco más.

La canción de Jennie // (G!P)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora