Capítulo 19

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A la mañana siguiente, un convoy de mercancías llegó a Manoban Hall, y todas eran para Jennie. Lisa se sentía como una niña en Navidad mientras conducía a los hombres a su estudio, el cual a partir de aquel momento se convertiría también en salón de música.

Al ver el órgano, Antonia alzó las cejas para manifestar sus reservas.

-Señora, ¿está usted segura de que quiere que lleven ese ruidoso aparato a su estudio? ¿Cómo podrá usted concentrarse?

Lisa tenía la intención de concentrarse mucho, pero no necesariamente en sus cuentas. Hacía ya varias semanas que había decidido que la mejor manera de cortejar a su esposa era con sonidos. No permitiría que pusieran sus señuelos en otra habitación.

-¿Dónde está Jennie ahora? -le preguntó a Antonia.

-En la habitación de los niños. Dibujando, creo.

Lisa sonrió. Estaba tan ansiosa de mostrarle a su esposa todo lo que le había comprado, que fue corriendo al carromato para llevar ella mismo uno de los cajones.

-Nosotros podemos llevarlo, señora Manoban -le aseguró uno de los hombres-. Es nuestro trabajo.

-No me molesta ayudarlos.

Lisa llevó la caja a su estudio y la puso sobre el escritorio. Sacó una navaja del bolsillo, cortó la cinta y las cuerdas, y luego abrió la tapa. Audífonos. Casi con veneración, Lisa sacó uno de la caja y sonrió a Antonia.

-¡Los audífonos de Jennie! Ahora podré empezar a darle clases.

-¿Va usted a jugar a hacer de profesora? Recuerde las notas que sacaba en el colegio. ¡Será todo un espectáculo!

-Le voy a enseñar el alfabeto mímico y la lengua de signos -declaró Lisa-. Espera y verás. Seré una profesora estupenda. No quería empezar hasta que llegaran estos aparatos. -Levantó una trompetilla-. Con un poco de suerte, Antonia, podrá oír con estos artilugios. A lo mejor no con la mayor claridad, pero todo puede ayudar.

Antonia se dirigió al escritorio y sacó de la caja un audífono de tamaño mediano. Tras quitarle el papel, introdujo el aparato en su oído. Lisa se inclinó hacia adelante y dijo «hola» en el otro extremo. Ella se asustó, alejó el aparato de su cabeza bruscamente y gritó.

-¡Válgame Dios!

Lisa se rio y le arrebató la trompetilla. Se la llevó al oído.

-Di algo.

-¡Me ha roto usted el tímpano! -dijo Antonia casi a gritos.

-¡Por Dios! -Lisa se frotó un lado de la cabeza con una mano y miró el audífono con renovado respeto-. Es asombroso. Completamente asombroso.

Una vez que los repartidores se hubieron marchado, Lisa pasó cerca de media hora organizando todos los instrumentos de Jennie en la habitación. Se abstuvo de intentar tocar alguno de ellos, pues temía que ella pudiera oír los sonidos y fuera al estudio antes de que ella hubiera terminado de prepararlo todo.

Finalmente llegó el momento de la entrega de los regalos. Tan emocionada por ver su cara que apenas podía soportar la espera, Lisa se sentó al órgano. Tras respirar hondo y rezar, probó los pedales. Acto seguido, empezó a tocar. Bueno, no precisamente a tocar, pues no tenía ni la menor idea de cómo hacer música con aquel condenado aparato.

Pero el sonido que salía de él era maravilloso. Unos pocos minutos después, la puerta de su estudio se abrió con gran estrépito, y Jennie entró con las manos cruzadas sobre su hinchado vientre y los ojos como platos.

La canción de Jennie // (G!P)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora