El sol entraba a raudales por la ventana del comedor, formando una aureola dorada en torno a Jennie, que se encontraba sentada a la mesa, con la cabeza inclinada y la mirada fija en algo que tenía sobre el regazo. Incluso después de tres años de matrimonio, Lisa no dejaba de agradecerle a Dios que hubiera bendecido su vida con alguien tan dulce, y vaciló un momento en la entrada para observarla durante un momento. A juzgar por el aspecto del plato, ella había vuelto a dejar su desayuno casi intacto por tercer día consecutivo.
Un poco preocupada, Lisa cruzó la habitación a grandes zancadas. Kuma, el perro marrón que Lisa le había regalado a Jennie hacía ya dos años, debió de sentir los pasos de su ama vibrando a través del suelo, pues se despertó sobresaltado y empezó a dar saltos en torno a la silla de la mujer, ladrando estridentemente. Al percibir este sonido, Jennie apartó la vista de lo que Lisa entonces pudo ver que era un bordado.
-Buenos días -dijo ella con una cariñosa sonrisa.
-Buenos días.
Lisa dirigió su mirada hacia el bullicioso perro. Puesto que el agudo ladrido del animal era uno de los pocos sonidos que su esposa podía oír, se abstuvo de quejarse por la escandalera. Aunque el perro no sirviera para nada más, siempre ladraba para alertar a Jennie cuando Mark empezaba a llorar, y esto hacía que la peluda criatura valiese su peso en oro. Kuma, nombre que era perfecto para él, también ladraba para avisar a Jennie de que alguien la estaba llamando a ella o a la puerta, permitiéndole a su ama responder ante ruidos que de otra manera no habría advertido.
Con una suave risa, Jennie dejó a un lado sus labores y se inclinó para llevar una mano al hocico de Kuma.
-Ya basta -le dijo al perro dulcemente.
Kuma, que adoraba a su ama casi tanto como su esposa, empezó a temblar y a girar en torno a ella, tan contento de que lo hubiera tocado que parecía haberse vuelto loco de alegría. Lisa entendía este sentimiento. Dejando escapar un suspiro, sacó una silla de la mesa y se sentó. Acto seguido, dirigió la mirada una vez más hacia el plato del desayuno de su esposa.
- Jennie, mi amor, tienes que comer, últimamente nunca desayunas. ¿Te encuentras mal o qué?
Dirigiendo la mirada hacia su plato, ella arrugó la nariz y se llevó una mano a la cintura.
-No, es sólo que no quiero comer, estoy engordando.
-Ésas no son más que tonterías, si alguna vez...- se interrumpió. Jennie había hinchado las mejillas, intentando que su cara pareciese rellenita. Este gesto le recordó tanto aquella inolvidable noche en que ella comprendió por primera vez lo inteligente que era Jennie, que se le puso la carne de gallina. Miró profundamente sus cándidos ojos marrones.
No... No era posible. Echó un vistazo a su cintura. ¿No era un poco más grande que de costumbre?, se preguntó. ¿O se lo estaba imaginando? Cuando volvió a alzar la vista, habría podido jurar que había visto una sonrisa fugaz asomándose a la dulce boca de su esposa.
-¿Jennie? amor, ¿estás...?
Ella levantó sus hermosas cejas. Sin duda había una sonrisa jugueteando en su boca, concluyó Lisa. Una sonrisa picara. Sintió como si el estómago se le hubiera caído al suelo. No era posible. Ya tenía todo lo que alguien podría desear: una esposa absolutamente maravillosa y un hijo precioso. Desear más... bueno, aunque Lisa adoraba los niños, nunca se había permitido albergar la esperanza de tener más hijos, más que nada porque temía sufrir una decepción.
- Jennie, no me tomes el pelo -le advirtió con aire de gravedad-. No bromees con algo así. ¿Estás embarazada?
Los ojos de Jennie se iluminaron de modo sospechoso mientras asentía lentamente con la cabeza. Lisa no pudo contener la alegría repentina que estalló dentro de ella. Sin pensarlo dos veces, se levantó de la silla y estrechó a Jennie entre sus brazos. El bordado salió volando por el aire. Kuma se quitó de en medio rápidamente, mientras Lisa arrastraba a su esposa por toda la habitación al compás de un vals imaginario.
-¡Estás embarazada! -gritó-. ¡No puedo creerlo!
Aferrándose a sus brazos, Jennie le permitió que la hiciera girar sin que sus pies tocaran el suelo. La joven soltó una estridente carcajada cuando ella la estrechó contra su pecho para abrazarla.
-¡Ten cuidado! -le advirtió-. ¡No me aprietes con tanta fuerza!
Lisa enseguida moderó su desmedido entusiasmo.
-Perdona, mi amor.
Se inclinó para besarla. En el instante mismo en que los labios se tocaron, ella se derritió en sus brazos, haciendo que Lisa pensara en todas las veces en que habían empezado de esta manera y habían terminado cerrando las puertas del comedor con llave para poder hacer el amor.
-Te amo. ¡Dios santo, cuánto te amo! -murmuró Lisa.
Acababa de hacer esta declaración cuando oyó unos murmullos. Puso fin al beso abruptamente, miró por encima de la cabeza de Jennie y vio que Sung, el mayordomo, se encontraba en el comedor, llevando a Mark a caballo sobre sus hombros.
-¿Qué pasa, Sung?
Antes de que el mayordomo pudiera hablar, Antonia asomó su rubia cabeza por uno de los costados del cuerpo de Sung.
-¿Ya se lo ha dicho?
Lisa sintió que Jennie se movía y, al mirar hacia abajo, vio que ella estaba negando categóricamente con la cabeza y llevándose un dedo a la boca. En respuesta, Antonia hizo una mueca. Para Lisa estaba clarísimo que el ama de llaves y el mayordomo ya sabían que Jennie estaba embarazada. Como siempre, ella era la última en enterarse. Contrariada, frunció el ceño, pero la verdad era que no podía enfadarse. En sus tres años de matrimonio, Jennie había llegado a considerar a Antonia como una segunda madre. No podía reprocharle que hubiera compartido sus inquietudes íntimas con la mujer mayor. Lamentablemente, desde su matrimonio con Sung, hacía ya un año, Antonia había adquirido la molesta costumbre de contárselo todo, aunque se tratase de un secreto.
-¡Bebé! -dijo riéndose el pequeño Mark. Luego, chasqueando la lengua como si estuviera fustigando un caballo, tiró del pelo de Sung y dio patadas con sus pequeños pies-. ¡Arre, Sung! ¡Arre!
Siempre dispuesto a complacer al joven amo de la casa, Sung empezó a correr sin moverse del sitio, saltando tanto como podía para satisfacer a su intrépido jinete.
-Lo siento, señora, pero yo me enteré antes que usted sólo porque...
-Yo se lo conté -dijo Antonia tras dejar escapar un resoplido-. Además, no es algo que haya que mantener en secreto, ¿no es verdad?
El ama de llaves dejó a Lisa sin argumentos. No era ningún secreto, era más bien un regalo precioso, una noticia maravillosa que había que proclamar a los cuatro vientos. Volvió a estrechar a Jennie en sus brazos, tan feliz que no podía expresarlo con palabras.
Afortunadamente, ella pareció entender esto y le devolvió el abrazo. Con el rabillo del ojo, Lisa vio al pequeño Mark saltando sobre los hombros de Sung. Antonia sonreía con orgullo, como si aquel bebé que aún no había nacido fuese su nieto. Lisa supuso que, dadas las circunstancias, eso era lo más apropiado. Antonia era como una madre, tanto para su esposa como para ella.
«Quiero una niña», pensó Lisa. Ya tenía un hermoso hijo. Sí, quería una hija. Aunque en realidad no le importaba si era niño o niña, mientras estuviese sano. Pero, en el fondo, en lo más profundo de su corazón, quería una pequeña. Una niña de sedoso pelo castaño y enormes e increíblemente expresivos ojos marrones. La feliz algarabía de voces pareció apagarse poco a poco mientras Lisa miraba el rostro precioso de su esposa.
Sí, una niña idéntica a Jennie...
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La canción de Jennie // (G!P)
RomanceLisa Manoban se queda horrorizada al descubrir que su hermano ha forzado a una muchacha indefensa. Atormentada por la culpa, Lisa se casa con ella y pretende criar al hijo que lleva en su vientre. Al poco tiempo de la boda, Lisa descubre que Jennie...