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Ella simplemente no podía creerlo aún. No podía asimilar que en realidad estuviesen pisando nuevamente las piedras que conducen hasta la entrada principal de la casa que la vio crecer.

Realmente su tormento no es volver a ver a sus padres, aunque hace años no les ve, en realidad lo que le causa pavor es tener que presentar a otro hombre de su mano.

Giselle siente sus piernas flaquear cuando el auto frena. Se queda inmóvil sin siquiera flexionar un músculo debido a lo abrumada que está.

Matthias abre su puerta y le tiende una mano. Toda la oscuridad en su mirada, ahora está remplazada por una hosca frialdad.

Ella nota que él extiende su mano para ayudarla a salir del auto.

—Esto no es buena idea —murmura casi entre dientes.

El árabe encara una ceja con suspicacia.

—¿Prefieres que lo sepan el día de nuestro compromiso? —inquiere con voz neutra, solo es una pregunta retórica.

Giselle le mira de forma fija. No entiende cómo es posible que él se esté voluntariamente ofreciendo de carnada para hacer algo así. No conoce sus razones reales. Todo parece un espejismo desde que Matthias llegó a su vida.

Todo ha sucedido muy rápido.

—Es claro que no. Sin embargo, no sabría cómo ellos reaccionarían...

—Solo será otro mortal para tu lista de difuntos —intenta bromear pero por su cara deja de hacerlo al instante.

—Tienes un sentido del humor un poco distorsionado.

—Y tú deberías tomar las cosas más a la ligera...

—Lo dice el simple mortal que no tiene a una maldita parca rodeándole todo el tiempo —ataca Giselle de forma hastiada.

—O entras ahora mismo, o creo que lograrás que quiera castigarte por tu afilada lengua aquí frente a la casa de tus padres —gruñe de mala gana Matthias y a leguas se nota la seriedad de sus palabras.

No lo conoce tan bien, piensa ella, pero hasta ahora no ha habido algo que haya dicho que no esté sujetado a acciones tras sus palabras.

Ella como un resorte levanta su trasero del asiento del copiloto. Cierra él la puerta y ambos prenden el camino hasta la entrada de la lujosa casa.

Está atardeciendo ya, y a estas horas las vistas de la mansión de los Evans son hermosas, mas Giselle no puede apreciarlas, no esta vez.

Es un manojo de nervios cuando mete la copia de la llave de casa de sus padres, en el llavín. Al verla temblar, Matthias se la quita de forma un tanto tosca y abre él mismo.

De lejos se siente una melódica melodía, pero toda la mansión está en silencio o ellos simplemente no sienten los murmullos en la entrada.

El árabe toma de la mano a Giselle y deja que ella le guíe por los pasillos de la gran casa.

Es una propiedad antigua, aunque tiene sus toques modernos como las grandes ventanas, el inmueble dentro destaca que hace años nadie los modifica por otros más acorde a lo actual.

Cada que se van acercando al comedor donde supone Giselle que estén ambos progenitores suyos, siente su corazón cabalgar más y más fuerte.

Ambos, su padre y su madre, cuando los ven entrar se quedan tiesos. Solo los evalúan a distancia y de pronto la madre de Giselle se pone de pie a recibirlos con su conocido gran carisma.

—Oh, mi niña... —envuelve directamente a su hija en sus brazos Avery Evans.

—Madre... —susurra Giselle sintiendo cómo sus ojos se cristalizan.

A Dos Meses de tu MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora