XX

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Giselle

—¿Te sientes bien? —interroga una voz cargada de preocupación.

Sus manos tomaron las mías y sus ojos buscaron los míos cuando se abalanzó hacia mí sobre la cama.

Matthias.

—Me siento bien. ¿Dónde estamos? —inquiero viendo aún al detective que está parado tras el árabe.

—En un hospital —comenta mi nuevo esposo en tono leve.

Encaro una ceja viendo todo a mi alrededor. Está todo blanco, no hay muebles ni nada más dentro de la habitación. Y mi corazón comienza a latir con fuerza.

—¿Por qué estoy? ¿Por qué estoy aquí? —tartamudeo con el pulso acelerado mirando en todas direcciones.

—Querías hacerte los exámenes. Y tu desmayo me llevó a traerte. ¿No recuerdas nada de lo que sucedió? —cuestiona Matthias y su tono fue demasiado sugerente.

Intento levantar una mano pero noto que están amarradas al lado de la cama. Y otra vez me remuevo asustada.

—¿Por qué estoy atada? —chillo jalando de los sujetadores, y mis muñecas arden por la fricción del material.

—Basta Giselle. No te muevas —repone el árabe al verme tan desesperada por zafarme.

Pero no puedo evitarlo, lucho contra esto. Siento que me ahogo atada a una cama. No puedo, no puedo estar así. Las lágrimas comienzan a llenar mis mejillas y la falta de aire me hace inhalar con fuerza.

—¡Desátala! —escucho que le dice al detective.

—No. Es peligrosa —afirma y aunque sus voces me parecen lejanas, lo que siento ahora mismo arremolinándose dentro de mí, hace bullir mi sangre.

—¡Desátala carajos! Se va a hacer daño —vuelve a demandar Matthias.

Y oyendo un gruñido, el detective se agacha al extremo de la cama y suelta una mano, y luego la otra. Me llevo las muñecas sobre mi pecho con el pavor aún latiéndome en el cuello, mientras las sobo.

—¿No recuerda cómo llegó aquí? —interroga Isaiah.

Y subo la vista a él con una mirada fulminante.

—Quiero irme a casa —le digo a mi esposo.

Matthias solo me mira, sin expresión alguna y siento mi interior contraerse por ello.

—No recuerda —manifiesta el federal.

—¿De verdad no sabes lo que sucedió Giselle? —increpa el árabe viéndome fijamente.

Y mi cuerpo se contrae al pensar en la llamada que recibí del asesino y cómo se me fue el alma del cuerpo. Otra vez mi pulso comienza a acelerarse y las ganas de vomitar empiezan a invadirme.

—Me llamó el asesino —añado con la voz en un hilo.

Mi respiración está entrecortada pues mis oídos vuelven a recordar sus palabras. La boca se me seca y la sensación de desasosiego me cala los huesos.

—¿Después de eso recuerdas algo? —la voz de Matthias me saca de mis pensamientos y me fijo justo ahora en los arañazos que tiene alrededor de su cara y cuello.

—¿Qué te sucedió? —le pregunto al ver que son demasiados.

El árabe pestañea y lleva sus ojos al federal. Otra vez el mal sabor fluye en mi paladar al ver cómo ambos se observan.

—Me atacaste.

Las paladeas de Matthias me dejan desorientada. Frunzo el ceño por ello.

—¿Atacarte?

A Dos Meses de tu MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora