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Cuando salieron por la puerta de atrás, Charles recibió un golpe de viento helado en la cara y le soltó la mano para envolverse en el abrigo.
Carlos volvió a tomarlo por la muñeca para llevarla hacia su coche.

–¿Has venido en coche?

No, Charles no tenía coche. Y tampoco tenía permiso de conducir, lo cual era un problema ya que necesitaba un vehículo para acudir a los eventos.

–No, Sergio envió un coche a buscarme.
Carlos arqueó una ceja.

–¿Y cómo has traído todas esas cosas desde Nueva York?

–Solo pedí que me enviasen el vino, el resto lo he preparado aquí mismo. Sergio tiene una cocina estupenda –respondió Charles.

Y lo sabía bien porque era él quien había llenado la despensa.
Carlos abrió la puerta del Ferrari y prácticamente lo empujó hacia el interior.

–Mi chófer te llevará de vuelta a la ciudad por la mañana.

Vaya, parecía dispuesto a librarse de él incluso antes de haberse acostado juntos, pensó Charles, molesto.
Carlos subió al coche y arrancó a toda velocidad, aunque sabía que vivía cerca de allí. Medio kilómetro después se detuvo frente a una verja de hierro y esperó a que se abriera antes de acelerar de nuevo para subir por el camino.

Charles no podía ver nada en la oscuridad. No había ninguna luz encendida en la mansión y no tenía un aspecto muy invitador. Se preguntó entonces si sería una monstruosidad como un castillo
medieval o algo parecido. Había oído a Max tomarle el pelo sobre «su cueva» y sentía curiosidad. Antes de que llegaran a la casa las luces se encendieron de repente por control remoto.

Bajó del coche y sonrió cuando él le puso una mano en la espalda mientras entraban en una cocina que lo hizo babear de envidia. Tenía un aspecto tan inmaculado que no parecía haber sido usada nunca.
Carlos lo llevó al vestíbulo de entrada y cuando empezó a subir la escalera Charles casi tuvo que correr para seguirlo.

Cuando llegaron al espacioso dormitorio principal estaba sin aire y, antes de que pudiese respirar, Carlos tiró de Charles para apretarla contra su torso y darle un beso que lo dejó casi mareado.

–Eres tan precioso… –murmuró–. Me vuelves loco.

El más joven sonrió, satisfecho. ¿Qué doncel no se sentiría así al escuchar eso?

–Pero tenemos que hablar de un par de cosas antes de dejarnos llevar.

Aunque hablaba con calma, sus ojos brillaban de una forma que lo hizo
temblar. Lo deseaba, eso estaba claro. Nunca se había sentido devorado
por la mirada de un hombre, pero así era como se sentía en ese momento.

–¿A qué te refieres?

–Hay cosas que deberías saber, cosas que tengo que
dejar claro para que luego no haya malentendidos.

La curiosidad hizo que Charles enarcase una ceja mientras se sentaba al borde de la cama y cruzaba primorosamente las piernas.

–Te escucho.

¿Pero qué podía ser tan importante como para detener un beso? Carlos se aclaró la garganta antes de decir:

–No estoy interesado en compromisos.
Necesito que entiendas eso antes de acostarnos juntos. Esto es solo un encuentro casual. No te llamaré mañana…

–Muy bien.

–Y espero que te marches por la mañana. Mi chófer te llevará a la ciudad.

Charles sonrió, pero estaba claro que eso era lo último que Carlos esperaba. ¿Qué pensaba, que iba a irse de su casa indignado? Sin dejar de sonreír, se levantó para acercarse a él y pasó los dedos por los botones de su camisa.

Deshecho [Charlos]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora